Robleño, sin espada, y oreja de Gómez del Pilar a un Escolar de vuelta
Deslucida pero emotiva despedida de Domingo López Chaves, sin opciones con su lote en tarde de importante encierro
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Domingo López Chaves se despedía de Madrid después de un cuarto de siglo, pero no lo hacía de cualquier manera sino a sangre y fuego, como lo es anunciarse con una de José Escolar, porque luego llega el día y la hora y hay que matarla. Y así fue, tras la ovación de la Monumental, su primer toro le pidió no solo todo el oficio sino una carga indefinida de valor para ponerse delante. Era una barbaridad lo que exigía el toro. De hecho, a pesar de estar curtido, «Pocapena», y vaya nombre, logró levantarle los pies del suelo, y entonces lo tuvo a merced, preso, la suerte quiso mirarlo de cara. La dureza de la faena fue extrema sumándole que el viento hacía de las suyas. Imposible fue el cuarto, que además desarrolló peligro. Mal lote para la despedida.
Una explosión fue lo que vivimos después, en el segundo, porque el toro embestía con esa brusquedad que conlleva la casta, codicia a raudales y mucha emoción. Estar delante no era fácil por eso todo lo que ocurría tenía tanta importancia. Fernando Robleño fue cogiéndolo el aire de menos a más, negociando con el viento y las condiciones del animal hasta entenderse uno y otro. Vibrante ese duelo en la cumbre. Aguantar esos viajes, esa furia, era un locura, una verdad que solo se sostenía en la entrega más absoluta. Para llegar ahí había que poner el corazón y la vida. La fiereza es una carga compleja. Puñetera espada.
Iba y venía el quinto, sin demasiado entrega ni tampoco ganas de comerse al mundo. Andaba al toro en esas medianías. Estuvo Robleño firme y sincero con el Escolar en esa fina línea de incertidumbre. Cuando ya no se esperaba nada, en el remate de faena, le robó un par de tandas de naturales que conectaron con el toro, primero, y con la gente. Misterios de la tauromaquia. Fue por eso que de pronto sonó un aviso antes de entrar a matar. Mereció otro final, la fuerza de aquellos naturales fueron mágicos.
El tercero fue un toro para recordar. Qué barbaridad la manera de embestir, su casta, entrega y la forma tan bestia de tomar la muleta por abajo. Era una realidad que el toro exigía, porque el animal apabullaba y aguantar ahí no era cualquier cosa. «Cartelero» tenía mucha miga. La faena fue emoción pura, de principio a fin. Y todos lo sabíamos. Gómez del Pilar fue afrontando la faena, que era un desafío y llegó al momento más álgido cuando le dejó la muleta en la cara y ligó por la diestra. Ahí fue cuando Madrid crujió y entró de lleno en la faena. Si sigue así Las Ventas se hunde. Optó Del Pilar por tomar la espada, con la que anduvo brillante y paseó un trofeo de un toro de vuelta al ruedo. Era de dos. Las antípodas fue un sexto falto de raza, que descuadró una tarde de mucho interés. Lo intentó Gómez del Pilar. El toreo había sido antes. Domingo López Chaves se fue y había una mezcla de sentimientos. Pero el respeto íntegro.
Las Ventas (Madrid). Quinta de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de José Escolar, muy serios. El 1º, muy complicado; 2º, muy explosivo, con mucha transmisión y fiero 3º, gran toro, encastado y bravo, premiado con la vuelta al ruedo; 4º, peligroso; 5º, va y viene, al paso; 6º, desrazado. Tres cuartos de entrada.
López Chaves, de grana y oro, dos pinchazo, media, aviso (saludos); pinchazo hondo, descabello (palmas).
Fernando Robleño, de azul marino y oro, cinco pinchazos, descabello (saludos); pinchazo, estocada baja (saludos).
Gómez del Pilar, de caña y azabache, buena estocada (oreja); dos pinchazos, aviso, descabello (silencio).