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Castella le roba al vendaval la sexta Puerta Grande

Gran toro de Jandilla de nombre «Rociero» al que corta el doble trofeo en la novena de la Feria de San Isidro
Sebastián Castella, triunfador de San Isidro
Toros en las ventas. David JarDavid JarPHOTOGRAPHERS

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Sebastián Castella se fue a hombros. De Madrid. Nada Menos. Volvía. Regresaba. Aunque fuera todo ello una cosa discreta. Un sí, pero no. Sebastián se había ido allá por el 19, cuando todavía no teníamos ni puñetera idea de lo que era una pandemia, de que nos podían arrebatar la vida y alejarnos de todo. Él se fue tranquilo y ayer regresó a esta plaza que otras tantas veces le había visto triunfar. La Feria no estaba fácil, porque el viento se ha convertido en el enemigo más grande a batir cada tarde. Un enemigo que devora el ánimo y el valor días antes, ni contar la propia mañana o mientras se enfundan el terno del miedo. Castella vino ayer a Madrid a reencontrarse con su esencia más profunda: la de ser torero. Y casi se tuvo que abstraer de ella con su primero, descarado de pitones, pero tan flojo que lo que ocurría delante de él apenas tenía eco en los tendidos. Más todavía en los de la Monumental. Por estos fueros la falta de fuerza en los toros es pecado capital. Se sabe.
Pero «Rociero» era Jandilla con recompensa. El cuarto. Toro por destino. Castella lo esperó por estatuarios. Ya en el primero el animal se fue diez metros y la emoción trepaba, porque las coordenadas de la faena eran distintas, otras, diferentes, había ese algo, una magia que ronda, la expectación de saber que puede, que tal vez... Ahí en el prólogo por estatuarios Sebastián se ajustó y remató a la hombrera en el pase de pecho. El toro tenía codicia, casta, bravura y profundidad en el viaje (lo del zurdo era una locura). Otra cosa era cómo negociar con el puto viento, cómo hacer posible lo imposible, como afinar el temple con una muleta hostil que no paraba de moverse. Al animal hubiera sido perfecto haberlo despejado de toda querencia y haberlo visto en el mismo centro; tampoco pudo ser. Castella, en honor de la verdad, quiso hacerle las cosas bien, a pesar de que el viento destruyera. Fue una heroicidad que los muletazos resultaran limpios, eso sí, siempre eligió el camino de la verdad. Y en esas, entre tanto, hubo una tanda sublime, en la que cuajó tres naturales extraordinarios, mayúsculos, eternos, de bomba atómica en el pecho. (Me costó entender por qué no siguió por ahí. De esa locura uno no se cansa). Después vino más alegría, otro natural de altura y más búsqueda que encuentro pero jamás volvió la cara y logró meter a la gente de lleno en la faena. Tanto fue así que tras las manoletinas y la estocada entera paseó los dos trofeos. La Puerta Grande de Madrid se le abría al francés por sexta vez.
Toros en las ventas. David Jar
Toros en las ventas. David JarDavid JarPHOTOGRAPHERS
A «Lodazal» le fallaban las fuerzas y por eso a veces salía rebrincado de la suerte, pero también es verdad que el Jandilla quería muleta, que era la de Manzanares, y la quería hasta el final, con profundidad y repetición. También le apretó ese dichoso viento que nos está amargando este San Isidro y el de Alicante se quedó por el tercio, al cobijo, y se pasó la faena entera entre trallazo y muletazos que tiraban líneas al infierno del buen toreo. Así era imposible. Estaba claro. La estocada baja acabó de arreglarlo.
El quinto tenía buena condición, pero poco fondo y transmisión. Si a eso sumamos la faena de Manzanares, de aquí para allá pero con la convicción justa el resultado fue un puro trámite.
Pablo Aguado no contó con la suerte de cara. Ni con el tercero, con la fuerza bajo mínimos, ni con el descastado sexto. A hombros se iba Castella camino de la calle de Alcalá. Que gloria bendita.
Las Ventas (Madrid). Novena de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de Jandilla y uno de Vegahermosa, el 6º. El 1º, flojo y deslucido; 2º, repetidor y noble; 3º, inválido; 4º, bueno; 5º, noble pero bajo de raza y transmisión; 6º, deslucido. Lleno de «No hay billetes».
Sebastián Castella, de blanco y plata, estocada baja (silencio); estocada (dos orejas).
José María Manzanares, de azul marino y oro, estocada baja (saludos con división); pinchazo, estocada (silencio).
Pablo Aguado, de grosella y oro, estocada corta (silencio); cuatro pinchazos, aviso, dos descabellos (silencio).