Cantinflas en la hora de Manolete
De la arena al cine, la figura del torero se convirtió en inspiración para el gran comediante mexicano
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Cuando Manolete llegó a México ya tenía allí un fanático de excepción: Mario Moreno “Cantinflas”. La fama del diestro de Córdoba llegó tan pronto a México que Cantinflas ya aparece asociado a su nombre en una parodia cómica de Sangre y Arena, de Blasco Ibáñez, que se titularía “Ni sangre ni arena” (1941). El filme estaba dirigido por Alejandro Galindo, con guion del propio Galindo Alfredo B. Crevenna. El protagonista, Cantinflas, realizaba un papel doble, el de un buscavidas llamado el Chato, y el de un torero español llamado Manuel Márquez “Manolete”. Posiblemente el Márquez en lugar de Rodríguez fuese una solución para evitar algún tipo de reclamación de derechos desde España, porque a avispado no había quien ganase a Camará. Este filme es así, el primer encuentro (ficticio) entre Cantinflas y Manolete. Habría que esperar a la llegada de Manolete a México en el invierno de 1945 para que los dos astros se conociesen.
La expectación que estaba causando la llegada de Manolete a México era de tal calibre que apareció una viñeta en un diario con un señor que iba tocado con un sombrero en el que una nota fijada en él decía: «No me hablen de Manolete». Y Cantinflas, gran aficionado a la tauromaquia, pero cuyas escenas taurinas en Sangre y Arena estaban realizadas por un doble, no se quiso perder la oportunidad de conocer a Manuel Laureano Rodríguez Sánchez. Cantinflas compartió entonces con el diestro algún tentadero, y a cambio de su amistad, ofreció una fiesta-homenaje al de Córdoba de la que se conservan varias curiosas fotos, especialmente porque, aparte de ver a Cantinflas tocando una guitarra española, a su lado aparece Manolete y una mujer: Hilde Krüger. Nacida en Colonia, esta actriz alemana, que sería una de las numerosas amantes (posiblemente porque no se podía decir que no) del cojo Joseph Goebbels, el ideólogo de la propaganda nazi, llegó posteriormente a México y continuaría allí su carrera como actriz. En 1939 se marcha de Alemania, y hay dos versiones sobre su huida de Alemania: la primera, que Magda Goebbels fue la responsable, ya sabemos por qué; la segunda, que su marido, de origen judío, no estaba precisamente en el mejor país del mundo para ser judío en 1939. La segunda versión es poco probable porque Krüger, tras pasar por Londres y Estados Unidos es reclutada por el servicio de espionaje alemán para desplazarse a México y ejercer allí de espía para la Alemania nazi. Y así es como esta espía rubia aparece entre Manolete y Cantinflas en una ya famosa fotografía.
Parece que Cantinflas se empapó del toreo de Manolete hasta el tuétano y en sus películas posteriores, “La vuelta al mundo en 80 días” (1956) y “El Padrecito” (1964) torearía él mismo. En “El Padrecito”, Cantinflas homenajea sin ambages a Manolete. Primero, al aparecer un cartel de toros que anuncia una corrida en Córdoba. Después, cuando ante la ausencia del torero, Cantinflas, que ejerce de cura en el filme, sale él mismo a torear. Y la faena que hace es puro Manolete: derechazos y naturales a pies juntos, corriendo la mano; y, finalmente, unas manoletinas que aunque algo deslavazadas, nos hacen recordar a su amigo Manolete.
En 1947 Cantinflas viajaría a Córdoba y se encontraría con Manolete. Contaba el fotógrafo Canito que habían quedado para comer en el Hotel Palace, donde se hospedaba Cantinflas, Manolete, Álvaro Domecq y Camará. El gentío que había allí para ver a Cantinflas era tal que Manolete tuvo que entrar por la puerta de servicio. Poco después llegaría el encuentro con Islero en Linares. Y tras la muerte vendría el emocionante epílogo que refleja la fotografía de Ricardo, fotógrafo del Diario Córdoba, en la que vemos a Cantinflas, serio y ensimismado, recordando quizás los buenos momentos juntos, ante el mausoleo de Manolete esculpido por Amadeo Ruíz Olmos. Esa imagen del cómico Cantinflas sintetiza el impacto que Manolete, mucho después de su muerte, seguía teniendo entre los que le conocieron, le vieron torear, o simplemente fueron coetáneos del menos cómico de todos los toreros.