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Café Quijano: «Hay muchos políticos que no han hecho otra cosa en su vida que dedicarse a la política»

El trío leonés lanza su décimo disco de estudio, «Miami 1990», un trabajo pop con alma retro que se mueve entre lo autobiográfico y la ficción
Café Quijano: «Hay muchos políticos que no han hecho otra cosa en su vida que dedicarse a la política»
Los hermanos Quijano: Manuel (en primer término), Óscar y Raúl (derecha)
Javier Menéndez Flores
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    Javier Menéndez Flores

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Los hermanos Manuel (58 años), Óscar (56) y Raúl Quijano (53) reinaron en los primeros años del presente siglo con su pop directísimo: sus discos «La extraordinaria paradoja del sonido Quijano», «La taberna del Buda» y «¡Qué grande es esto del amor!» vendieron más de dos millones de copias en un momento en el que «Operación Triunfo» devoró a los grandes nombres de la música. Sin embargo, tras la gira del tercero de los citados discos se produjo un parón de un lustro que se rompió levemente con un grandes éxitos y aún tuvieron que pasar otros cuatros años para que editaran el primer disco de una hermosa trilogía sobre el bolero. ¿Qué pasó? ¿Fue el precio de la sobreexposición? 
«Entramos en una espiral –responde Óscar–. Con “La taberna del Buda” sacamos siete sencillos. La promoción de un disco nos duraba dos años, en España y en otros países, más luego la gira, que encadenábamos con una promoción y casi una grabación… ¡Hostias! Si no paramos a lo mejor acabamos mal. Quizá fue un descanso excesivo –reconoce– porque nos fue muy bien, paramos un rato y dijimos, “joder, se está bien descansando”. Quizá nos tiramos a la bartola demasiado, sí, pero también eso nos dio perspectiva para decir: “Vamos a volver con más ganas y más interés”. Interviene Manuel: «Cuando te dedicas a la música todo lo que haces tiene una repercusión pública y debes procurar que sea la más positiva en todos los sentidos para seguir desarrollando tu servicio. Esta profesión es muy cabrona porque te debes a ti mismo, a lo que haces, pero hay que tener mucho cuidado con todo lo que te rodea. En 2018 aparecimos con un disco nuevo después de estar unos cuantos años parados y de hacer más tarde varios de boleros, es cierto. Todo lo que hacemos es por amor, pero también por supervivencia. Y tenemos que seguir en nuestra profesión sin prostituirnos. ¿Cómo? Pues procurando hacer cosas que merezcan la pena y que la gente que nos escucha y sigue no tenga que decir: “Hostia, a estos se les ha ido la pinza”. Es muy difícil –reflexiona– encontrar el perfecto equilibrio entre lo que crees que te va a seguir permitiendo vivir de la música y lo que te va a dar satisfacción personal verdadera y te hace sentirte honrado de dedicarte a la música».
Con el disco que acaban de publicar, «Miami 1990», han recuperado una estética y unos personajes, los de la serie «Miami Vice» (aquí «Corrupción en Miami»), de hace casi 40 años. Resulta paradójico que «regresen» –tras dos discos de nuevo puramente pop, «La vida no es la, la, la» y «Manhattan»– con un trabajo con ecos del pasado. ¿Es un homenaje? «Sí, así es –afirma Raúl, y Manuel continúa–: Cuando haces un disco te apetece que tenga un hilo conductor y no contar otra vez la misma película. Queríamos que fuese un concepto global y que tuviera un fundamento y una base, y en este caso está basado en hechos reales y en una serie de televisión que fue pionera en cuanto a moda y por la banda sonora que tuvo, con los artistas más importantes del mundo. Miami –prosigue– nos ha dado tranquilidad y reposo, pero nos ha costado dinero. Nunca nos ha dado riqueza económica pero sí estabilidad emocional, y eso es importante. Llevamos vinculados a esa ciudad desde 1990, más de la mitad de nuestras vidas, y hemos visto de todo, hemos disfrutado mucho, conocido a mucha gente y escuchado mucha música». Los tres músicos viven entre esa ciudad estadounidense y España: «No lo contamos habitualmente, pero tenemos la residencia americana desde hace muchos años, aunque pagamos los impuestos siempre en España», y lo amplía Raúl: «Somos residentes fiscales españoles, pero tenemos el permiso para poder residir en Estados Unidos, lo que es la “green card”, y Óscar está casado con una chica de Miami [una colombiana afincada en ese país desde niña]».
Un punto autobiográfico
Manuel, de nuevo: «Todas las canciones del disco hablan de esa época porque fue un importante punto de inflexión en nuestras vidas. Tiene un punto autobiográfico porque ahí está nuestra esencia, cosas que hemos visto y vivido allí, y que han sido una experiencia de vida. Desde un día –explica– en el que estás en una terraza tomando algo y un tío, no sé si cubano o colombiano o venezolano, con una pinta de malo de cojones, la camisa abierta y las cadenas sobre el pecho, se baja de un barco con otro tipo y te pregunta que dónde está la tía que estaba ahí sentada, y le dices que no has visto a nadie y no sabes si es que la quería matar o si era su novia, ni puta idea. O ves a un tío paseando a una iguana como si fuera un perrito. Y un tío que no sé si era cura o iba disfrazado de cura y que regalaba loros. Llevaba unas cotorras en el hombro y se te acercaba y te las regalaba. Y todo eso forma parte del paisaje en el que hemos vivido y que, en su día, a nosotros, que llegamos de León, nos sorprendió mucho».
Los tres hermanos siguen de cerca la vida política española y no les gusta lo que ven: «La opinión de la mayoría de la gente es que, salvo contadísimos políticos, la clase política actual es la peor que ha habido desde que tenemos democracia –afirma, rotundo, Manuel–. Tanto de un lado como del otro. Ahora hay gente que está pensando en dejar de currar porque les pueden los impuestos, trabajan para pagar impuestos. Y los impuestos hay que pagarlos, los tenemos que pagar todos, cada uno lo que le corresponda, es de ley, pero está todo demasiado desequilibrado. Y, en efecto, en la política de hoy –añade– cada uno utiliza su método para ver cómo puede sobrevivir ahí el mayor tiempo posible. Sin currar, viendo cuál es la mejor fórmula para aguantar. Y si de paso hago un bien a la ciudadanía, que es de lo que se supone que trata la política, también, pero, mientras tanto, a ver cómo puedo joder al otro y que el otro me joda a mí lo menos posible. Es una guerra de la supervivencia. Y hay muchos políticos –insiste– que no han hecho otra cosa en su vida que dedicarse a la política, que no han currado fuera de eso. Y políticos a los que no votarías en la puta vida pero que reconoces que lo hacen muy bien para ellos. “¡Son unos fenómenos, unos cracks!”, te dices. O que alguien pueda gobernar, habiendo sido el menos votado en la historia de su partido, gracias a cuatro votos… Esa es una de las taras de la democracia».

Con tres Quijanos

Por Javier Menéndez Flores
El Teatro Emperador fue la espoleta que os propulsó como una bala hacia la primera división, pero el aguijonazo de la música lo sentisteis mucho antes, en esa casa, la vuestra, en donde cada instrumento era un miembro más de la familia y los clásicos de todos los géneros sonaban día y noche. Y aquel surtido de emociones –qué subidón esas rondallas de la infancia– entró con el empuje de un berbiquí en vuestras aún verdes cabezas. Y lo de poner copas resultó ser una universidad hasta que Manuel dijo, «¿y por qué no?», y os subisteis con él a la piragua, Óscar, Raúl, sin preguntaros si soportaría tanto peso o se iría al fondo del mar, matarile, rile, rile.
Los ojos de Ricardo Franco se tambaleaban y él los maldecía, pero mágicamente lograban abrirse paso entre las tinieblas y cayó loco de amor. Después vino Lola, aquel rostro encerrado en un televisor al que el deseo elevó a la condición de mito. Sucede que los sueños, a veces, cristalizan y este devino en un «affaire» real. Pero a toda dama le llega el tiempo de la fruta y la pintura, y Manuel, la cabeza bien alta, continuó su camino.
En la taberna del Buda las canciones sabían como la cerveza helada en los mediodías de julio y los singles se multiplicaron igual que en aquel milagro tan loco de los panes y los peces. Vivir eso y no volverse gilipollas es casi imposible, pero los hijos del ferroviario melómano y de la hipersensible dependienta de una óptica estaban hechos de una pasta tan escasa como los tréboles de cuatro hojas.
El amor es demasiado grande como para confinarlo en una novela o un disco. Y después del pasote del compadreo con algunos dioses de carne y hueso y del empacho de premios y conciertos, reparasteis en que la vida hay que saborearla y decidisteis echar anclas y alquilar tres sillas en la mejor mesa de Ocean Drive. Pero al cabo de muchas (v)idas y venidas entre Romeos y Julietas y otros trozos of love, el bolero, esa herida crónica en el corazón, os sacudió la modorra y ahí quedan treinta y cinco canciones con más dolor y sangre que una plaza de toros. La vida no es la, la, la y hay que perdonar, mujer, o romper la baraja, que con un pie en el beso y otro en la pistola no hay quien respire. Y en el The Box de Manhattan no amanecía jamás y entre chupitos de tequila y ese tipo de amor para siempre que dura unas pocas horas, qué felices fuimos, Zapata, cabrón.
Sonny Crockett, un chulo con placa y traje de Armani sobre la camiseta, se encendía los fósforos en el mentón a bordo de un Testarossa. Y cuando a aquel tipo durísimo le acechaba la compañía inaceptable del mal de amores se ventilaba unas birras en la intimidad del Baile de San Vito y lloraba en el hombro de Elvis, aquel caimán brother. Al final, pasan las personas y quedan las canciones: «My way», «Mexicana», todo el «Making Movies» de Dire Straits y cualquier exquisitez de Béla Bartók.
La ciudad de León, con su muralla, su calle Ancha, su catedral borracha de vidrieras, su limonada con dinamita y su trampolín hacia la cama de Santiago el Mayor, es la capital del mundo y tiene una melena que ya quisiera Sansón.
Y El Crucero es un álbum de fotografías en el hipocampo y la nieve una hermana por la que podíais volar mucho antes de que el sueño húmedo de Miami os entrase en la mollera. Lo hicisteis, chicos. Con dos (más uno) Quijanos. Yeah!