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«Cotorrito» pone orden en tarde a contramano

Leo Valadez corta un trofeo de una gran toro de Santiago Domecq, de un encierro bien presentado en la penúltima
Descripción de la imagenJavier ZorrillaEFE

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Bilbao volvió a la tristeza de público de días anteriores. Un agujero para la empresa y una losa para los toreros. Hacer el esfuerzo con el toro de Bilbao y tan poco eco dista de lo ideal. Antonio Ferrera desengrasaba los segundos antes de hacer el paseíllo... indescriptibles... acariciando a uno de los caballos de los alguaciles. Luego llegaría en la oscuridad del túnel que abre la puerta a la plaza, ya sin vuelta atrás, el momento de desearse suerte. Los picadores lo hacen ya a lomos de los caballos. Es todo tan frágil que contrasta con la exigencia máxima que vendrá minutos después. El propio contraste de luces y sombras del patio de caballos es premonitorio de lo que está por llegar. La veteranía de Ferrera abría plaza y así fue la faena al toro de Santiago Domecq, que tuvo nobleza y repetición, aunque le costaba un punto el último cuarto de la arrancada. El extremeño anduvo serio y centrado, poderoso y tranquilo. Unos derechazos muy verticales y relajados fueron lo mejor antes de una estocada recibiendo, que le cayó baja pero la ejecución tuvo toda la verdad del mundo.
La espada la logró con una facilidad tremenda en el cuarto. Fue toro espectacular de estampa, correoso y con dificultades de comportamiento, con el que no llegó a estar a gusto Ferrera. Había muchos desafíos en cada viaje.
José Garrido
Espada fue lo que faltó a la faena de José Garrido, pero no decisión. El toro tuvo nobleza aunque careció de fondo en la muleta, después de haber apretado en varas. Seria la faena de José, con las ideas claras de querer hacerle las cosas bien en todo momento. Comprometido y sincero con el de Domecq. El quinto fue toro de Bilbao de verdad. De presencia, con la cara despampanante y enseñando las palas. Humilló el animal y Garrido meció las muñecas para torearlo bonito a la verónica con gran media. Se desmonteró Javier Ambel y el ambiente estaba fino. Los comienzos dejaron volar la imaginación. De rodillas, por estatuarios, pero queriendo torear bien. Ya de pie llegaba la hora de la verdad, porque el toro colocaba bien la cara y quería ir hasta el final. Garrido hizo las cosas correctas y quiso. Limó las asperezas iniciales y fue encontrando los caminos del temple, pero el agua no se ponía a hervir. Aquello no acababa de caldearse y en la ecuación no salían lo números. Con el tiempo el toro se vino un punto abajo y la faena no remontó. Ni la espada.
Leo Valadez, que está recién llegado al escalafón de matadores, infartó con el ajustadísimo quite por zapopinas. En la muleta fue el de Santiago un toro extraordinario, porque quiso viajar hasta el final con franqueza y entrega. Al mexicano se le notó la falta de rodaje y le costó ligar una tanda para que aquello crujiera de verdad. Fueron los remates de las series los pases más bellos. De cierre se puso de rodillas, la gente se lo valoró, respeto máximo, pero «Cotorrito» era para cuajarlo por lo clásico. Se tiró a matar como un cañón y de ahí vino el trofeo.
El sexto fue sobrero del mismo hierro y 646 kilos y otras cositas dentro. Resabiado, se dejaba en el embroque pero a la media vuelta sabía que algo se quedaba. Valadez se esforzó, porque el trago no era pequeño. Se las había visto con un magnífico «Cotorrito» y con otro que le pidió los papeles. El primero era el que salvaba una tarde a contramano.
Ficha del festejo
Bilbao. Octava de las Corridas Generales. se lidiaron toros de Santiago Domecq, muy bien presentada, seria y con remate. El 1º, noble y repetidor; el 2º, noble y de escaso fondo; el 3º, extraordinario; el 4º, complicado y correoso; el 5º bueno, 6º, sobrero del mismo hierro, complicado. Un cuarto de plaza.
Antonio Ferrera, de carmín y oro, estocada caída (saludos); estocada (silencio).
José Garrido, de visón y oro, pinchazo, media (saludos); media, baja, aviso (saludos).
Leo Valadez, de nazareno y oro, estocada (oreja); estocada, cuatro descabello (silencio).