«Adriana Lecouvreur», una compleja delicia dieciochesca
El Teatro Real inaugura su nueva temporada con la ópera de Francesco Cilea, por primera vez en su escenario
Madrid Creada:
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Los acontecimientos tienen lugar en la Francia del XVIII. La famosa actriz Adriana Lecouvreur se enamora del mariscal Maurizio de Sajonia. Su relación con él desató los celos de la duquesa de Bouillon y poco después se produjo un misterioso accidente que llevó a Adriana a un trágico destino. La leyenda dice que fue asesinada y el causante de su muerte fue un ramo de flores envenenado ofrecido por su rival, la Duquesa de Bouillon. Su vida se hizo corta, ya que sólo tenía 38 años, pero su figura se hizo legendaria y el rechazo de la Iglesia a darle un enterramiento cristiano conmovió a la sociedad de la época. Este es el argumento de «Adriana Lecouvreur», la ópera más reconocida de Francesco Cilea (1866-1950), una de las más representativas del verismo tardío, que evoca la figura de Adrienne Lecouvreur, famosa actriz de la Comédie-Française, soberana de las tragedias de Voltaire –que la idolatraba– y de los versos de Racine y Corneille, fallecida en 1730. El libreto de Arturo Colautti (1851-1914) se basa en la obra teatral homónima de Eugène Scribe y Gabriel-Jean-Baptiste-Ernest-Wilfrid Legouvé, estrenada en 1849. Con ella, el Teatro Real inaugura hoy la más dieciochesca de las temporadas presidida por los Reyes y lo hace con la ya clásica producción de David McVicar, estrenada en el Covent Garden de Londres en 2010, y representada ya en todo el mundo. Su estreno absoluto tuvo lugar el 6 de noviembre de 1902 en el Teatro Lirico de Milán con Enrico Caruso y Angelica Pandolfini, pero curiosamente, esta es la primera vez que lo hace en el coliseo madrileño.
La puesta en escena de McVicar es un homenaje al mundo interior del teatro, con escenografía de Charles Edwards y el vestuario dieciochesco de Brigitte Reiffenstuel, tratan de potenciar la grandeza y fragilidad de la protagonista, una actriz atrapada entre las luces de la fama y las sombras de su desgraciado destino. El Real ofrecerá 13 funciones, homenaje a Montserrat Caballé y José Carreras, en el 50 aniversario de su legendaria interpretación de este título en el Teatro de la Zarzuela. En el papel titular se alternarán Ermonela Jaho y Maria Agresta, secundadas por Elina Garanca (Princesa de Bouillon), Brian Jagde (Maurizio) y Nicola Alaimo (Michonnet), en el primer reparto; y Ksenia Dudnikova, Matthew Polenzani y Manel Esteve, en el segundo, con Nicola Luisotti en el foso, principal director invitado del Real.
«Una cuestión que justifica la elección de esta ópera es la obsesión de David McVicar por el siglo XVIII y sus aspectos morales y políticos –comenta Edwards–, ver realmente cuál es el papel de los sirvientes y la aristocracia, dos mundos que nunca se mezclan y, cuando Adriana lo hace, las cosas empiezan a desmoronarse, porque su realidad es muy distinta». En cuanto al vestuario dieciochesco, afirma: «Es cierto que hay la percepción de que si situamos una obra en el periodo en el que fue concebida estamos siendo retrógrados y esto es un malentendido habitual, debemos ser respetuosos y para su verosimilitud política, esta obra debe situarse en su momento, con otras podemos jugar un poco, pero no con una pieza tan delicada como ésta, donde lo importante es que el montaje sea auténtico y de verdad, si no, no tendría sentido». A lo que apostilla Joan Matabosch, director artístico: «Creo que hay que sacar a la gente de esta confusión, que una producción sea moderna o clásica no tiene necesariamente que ver con que el vestuario sea de época o no, ponerle unos tejanos a los personajes no garantiza su modernidad, se puede hacer teatro de máximo voltaje con vestidos de época como demuestra McVicar». Porque como dice Justin Way, responsable de la puesta en escena, «su trabajo está totalmente basado en los seres humanos, en su humanidad». Algo que corrobora Ermonela Jaho: «Adriana es un personaje real donde todos los sentimientos están expresados de forma auténtica, celos, amor, sufrimiento, emociones que salen del alma y esperamos saber transmitir con verdad y sinceridad a todo el público, que es quien tiene la última palabra». Para Way, «esta es una obra llena de delicias, tiene ballet, recitaciones, arias, personajes fuertes…es una caja de bombones y, sobre todo, es una obra maestra también».
Su tardía llegada al Real puede tener que ver con el devenir histórico del coliseo, pero según Nicola Luisotti, también por su complejidad. «Tiene una música excelente, pero es una ópera muy difícil que cuesta mucho al director y cantantes retener en la memoria. Parece fácil al escucharla, pero es muy complicada de hacer, con muchísimas trampas que debemos estudiar. Adriana fue un personaje complejo y esa complejidad está en la ópera», afirma. El espectáculo «tendrá el honor de inaugurar la nueva temporada y, de alguna manera, reivindicarse así», concluye Matabosch, que sentencia: «Ya era hora».