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Víctor Manuel: "He ganado dinero merecidamente, sin esquilmar a nadie"

Cierra su gira sinfónica el próximo viernes en Madrid y mañana se estrena en el Festival de Málaga el documental 'Sólo pienso en ti'
Víctor Manuel: "He ganado dinero merecidamente, sin esquilmar a nadie"
Víctor Manuel (Mieres, Asturias, 1947)Alberto R. Roldán / La Razón
Javier Menéndez Flores
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Madrid Creada:

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Mientras que Serrat ya se ha retirado y Sabina amenaza con hacerlo tras su actual gira, titulada con un inequívoco «Hola y adiós», Víctor Manuel (Mieres, Asturias, 1947), autor de algunas de las más hermosas canciones escritas en español en el último medio siglo, no tiene ninguna intención de jubilarse. Lo constata el hecho de que en los dos últimos años ha empalmado dos giras, la de su 75 aniversario y otra sinfónica que cerrará el próximo 21 en Madrid (Teatro Real), y el que ahora esté componiendo con un entusiasmo juvenil («acabo de escribir un chorro de canciones, que ya estoy grabando para un trabajo que quiero empezar a editar a partir de mayo o junio, y preparando el terreno para la próxima gira, y siempre que escribo entro en esa euforia que te hace creer que estás escribiendo las mejores canciones de tu vida», afirma). En su caso, ¿cantar es vivir? «Sí, no podría encontrar otra manera mejor de vivir –concede–. Disfruto mucho cantando. No me requiere ningún sacrificio, físicamente me encuentro bien y he mejorado de voz: estoy mejor que hace 20 años, aunque parezca una “boutade”. A Juan [Serrat] le he dicho que no entiendo por qué lo deja, porque hizo una última gira fantástica, estupendo de voz y defendiéndose muy bien. Pero esas son cosas íntimas en las que uno no puede entrar. Y Joaquín hizo como un amago y luego esta gira con canción premonitoria, y me da mucha pena. Supongo que se va a aburrir mucho cuando deje esto porque esta profesión tiene una parte de excitación que te recarga continuamente las baterías. Ese trasvase que hay entre público y escenario no lo da ninguna otra. Y luego –prosigue– es que las giras no son como antes, son muy civilizadas, no hay aquel salvajismo de tocar y luego hacerte 800 kilómetros en coche y tocar de nuevo esa noche, eso ya pasó a la historia. Hace años ni siquiera sabías si ibas a cobrar. Demis Roussos no se fiaba de nadie y llevaba siempre consigo, en una maleta, el dinero que cobraba esa noche. Y hacía una gira entera por España con una maleta que plantificaba en el escenario cuando salía a cantar. Y eso es imposible que ocurra ahora».

Velocidad vertiginosa

El martes 18 se estrena en el Festival de Málaga el documental «Sólo pienso en ti. La historia tras la canción», de Hugo de la Riva, en el que participan muchos de los colegas y amigos de Víctor Manuel (Serrat, Sabina, Miguel Ríos, Resines…). Esa es su composición más célebre y la que más alegrías le ha dado: «Cuando voy por la calle y alguien me da las gracias sé que es por “Sólo pienso en ti” –asiente–. ¿Soy consciente de que es la canción que me va a sobrevivir? Supongo que sí. Y es justo porque me gusta y, además, ha sido una canción útil. Mi letra es libérrima. Lo único que era verdad era la imagen que me la desató, que ellos, Mari Luz y Antonio, cuando acababan el trabajo en ese lugar en el que financiaban en parte sus vidas, donde fabricaban muebles y otras cosas, se agarraban de la mano y paseaban por el jardín».
Le recuerdo que hace dos décadas lo entrevisté y afirmó que en la música estábamos atravesando un momento de «encefalograma plano»: aludía a «Operación Triunfo». Pero si observamos ahora el imperio del reguetón y el trap, parece que esa degeneración se ha agudizado: «Nosotros los hemos abrasado durante muchos años y ahora –ríe– nos lo devuelven con malos modos. Siento que todo eso va a una velocidad vertiginosa, pero también les resulta así a los jóvenes. En los últimos Grammy, que vi un ratito en la tele, los “viejos”, y te hablo de Maluma, miraban a los jóvenes con extrañeza. Un poco: “Pero ¿cómo este tío tiene tanto éxito con esta mierda que está haciendo?”. El tiempo de escucha de un chaval son 15 segundos, e inmediatamente quiere pasar a otra cosa. Eso está condicionando la forma de hacer canciones; el que intervengan tantos autores en el desarrollo de una canción y que todo sean estribillos. Sí siento que se ha empobrecido muchísimo la música. Y la IA –continúa– está ahí y ahora la gente empieza a darse cuenta de la que se viene. Ana [Belén, su mujer], que está preparando también un disco, ha recibido un montón de canciones de IA y todas te dejan un regusto extraño, están como inacabadas, pero alguien puede meter mano ahí y trabajarlo. Otra cosa es hasta qué punto las compañías entreguen los materiales para que la IA se pueda desarrollar. Si las discográficas permiten que la IA copie todo su catálogo, estamos perdidos. Todo es imitable y la gente no tiene por qué saber distinguir qué es real y qué no. Hace muchos años que tiene más interés para la televisión el imitador de Miguel Ríos que Miguel Ríos, y a partir de ahí... Y es muy curioso que todos los saqueos que ha habido desde el 2000 han empezado siempre por la música. Después pasan a otras disciplinas, pero la música parece haber sido el objetivo».
En otra entrevista anterior, Víctor Manuel me dijo: «Ser comunista con millones en el banco tiene, incluso, más mérito». ¿Qué hacemos con esa declaración hoy? «Es la misma –contesta–. Lo que pasa es que ahora la he cambiado y lo que digo, primero, es que nunca me he quedado con nada que sea de otro. No he robado nunca y ni siquiera he vivido de subvenciones, que podría hacerlo perfectamente, pero nunca he tenido esa posibilidad ni la he buscado. Hablo desde el punto de vista musical. Mi trabajo siempre ha sido sacar un disco y tratar de que la gente lo compre. Y tratar de poner una entrada a la venta y que la gente la compre. Y el día que eso no pase ya sé que me tengo que ir a mi casa, no tiene vuelta de hoja. Me considero absolutamente libre y sin mala conciencia. He ganado dinero y lo he hecho, creo, merecidamente, sin esquilmar a nadie ni sacar de donde no había. En ese sentido, esa declaración que te hice hace 25 años es la misma, pero con esta vertiente nueva. No encuentro en mí ninguna contradicción que no me permita vivir de esa manera. Todo lo que tengo ha sido gracias a la música y lo he sacado porque la gente ha querido. He tenido esa fortuna», concluye.

Sólo pienso en ti

Por Javier Menéndez Flores
Dile al abuelo Vítor que no sufra, que su montaña sigue donde siempre y el carbón no es más que el sueño negro de otro tiempo. Y hay un verde superlativo que te ocupa toda la cabeza, da igual el sitio en el que estés, porque la infancia, acaso la única verdad del hombre, te acompaña en la fiebre de los escenarios y en el espejo al que te enfrentas en la mañana y en la noche. Y te basta con cerrar los ojos para reunirte con Felicita y Jesús, y con el Puente de la Perra y el río Caudal, peldaños primerísimos de una escalera que tomó, valiente, el camino del cielo.  
(Se buscaban bajo la luz caníbal de enero, bajo un azul que ahuyentaba a los pájaros, sol helado de una España aún con caries. Se buscaban sobre el mantel de hule –esas manos que no paran de tiritar y esa idea fija en los ojos–, en el tacto de las cucharas y las vasijas y en aquel jardín que liberaba los cuerpos).
Y surgió Ana con su boca infinita y su sabor a miel, y el morbo de Gonzalo Suárez se encargó del resto. Te hablo de hace un siglo o puede que dos, por más que el viaje haya durado un segundo. Y a veces, aunque parezca que ya todo está dicho y escrito y declarado, os miráis y os corren mil hormigas por los pies.
En la carretera suceden milagros tales como el grito amigo de la muchedumbre y un plato caliente en cada pueblo. Y en París tienen una torre muy alta y muy rubia; en Nueva York, un sueño dorado a la vuelta de toda esquina; en Londres, el té de las cinco en punto y esa manía de llevar la contraria, y en Madrid la Puerta de Alcalá –mírala, mírala– y el abrazo sincero. Pero sólo en Cabra es posible encontrar corazones en llamas tendidos al sol.
(Se buscaban con los ojos apretados, grito mudo. Como esa boca que en el mediodía de julio se aproxima a la fuente. Se buscaban ajenos a la mirada inquisidora de los crucifijos y a las sonrisas de los cuidadores. Con la mirilla del cazador, con la pupila del tigre. A las nueve de la mañana y a las dos de la tarde y ya en el zaguán de la noche).
Astur, cantor, relator, sportinguista, madrileño por cojones, sufridor cinematográfico, padre, esposo, sus labores. España lleva una camisa –de fuerza– blanca y aquí, sostiene Víctor, te aguardan la navaja, el barro, el clavel y la espada. Y hace ya demasiado que levantó su hogar en la margen izquierda del río y de ahí no se piensa mover, un ojo siempre puesto en los parias de la tierra, esa famélica legión, y el otro en el pentagrama.
(Se miraban como miran los cuchillos, bajo la música de una infancia con canas: al profe vas; pío, pío, que yo no he sido; un globo, dos globos, tres globos. Se miraban entre un ejército de napoleones, al rojo vivo. Y si brotaba la fiesta de un beso, tan torpe que rara vez hacía diana, todos los rayos del universo aterrizaban en la columna vertebral).
Y sigues cantando porque no conoces un dios mayor que ese y porque «Penny Lane» y «Strawberry fields forever» y «Let it be» todavía son una meta. Y sigues pisando escenarios, inflado de orgullo y miedo, porque, confiésalo, no sabes hacer otra cosa y esa es sangre viva y músculo tenso y oxígeno en vena. Vivir, en fin, para cantarlo, para gritarlo.
(Se buscaban –dos nudos en la garganta, cuatro manos, veinte dedos–, se buscaban –ven, corre, y abrázame fuerte–, se buscaban –te quiero, te quiero, te quiero–. Antonio y Mari Luz se buscaban, con la sed del fuego, en todos los segundos y lugares, obstinadamente, ávidamente, siempre).
Y cada domingo por la tarde, en la víspera del calvario de la oficina o el taller, cientos de parejas se echan en cara quién puso más. Y qué me importa que gobierne el mundo John Wayne, que ya no rimen «clavel» y «fusil», que se hayan extinguido las postales y que llueva a diario a disgusto de todos si yo, mi amor, mi vida, sólo pienso en ti.

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