The Jesus And Mary Chain, sus peores enemigos
Fueron una de las bandas más influyentes de finales de los ochenta y en una biografía explican por qué nunca triunfaron masivamente: drogas y mucho mal genio
En la historia de la música hay grupos legendarios y los hay irrelevantes. Hay creadores únicos y otros sencillamente famosos. Pero hay muy pocos grupos tan influyentes y al mismo tiempo tan inadaptados como The Jesus And Mary Chain. El grupo de los hermanos Reid, fundamental para entender la deriva de la música indie de los 90, fue también la historia eterna de dos almas gemelas creativas que, después de tocar el cielo de la inspiración, llegan a detestarse y a pedir asiento en alcohólicos anónimos y la consulta de un psicólogo, respectivamente. De su punto álgido («Psychocandy») a su colapso (disolver la banda públicamente con una bronca sobre el escenario) apenas mediaron 13 años que repasan en la muy entretenida biografía («The Jesus & Mary Chain. Incomprendidos», Contra) que acaba de publicarse en castellano, apenas unos meses después de «Glasgow Eyes», su súltimo disco, tras reconciliarse en 2007.
Los Reid se criaron en una casa de protección oficial de East Kilbride (Escocia), en el seno de una familia obrera en la que rápidamente se convirtieron en los raritos. Curiosos, lectores y avispados, esos dos listillos que citaban a Baudelaire encajaban regular en una familia de rudos escoceses, bebedores olímpicos y de mentalidad conservadora. Su padre, Jim, perdió el trabajo en plena reestructuración thatcheriana cuando cerró la fábrica Caterpillar para la que trabajaba. Los dos hermanos, en el paro, irritaban a sus padres cada vez que sostenían con aplomo que su plan vital –el único– era «ser estrellas de rock». William y Jim desarrollan el mismo gusto, exquisito, inspirado por The Velvet Underground y una intuición: ¿era posible sumar las guitarras más hirientes y chirriantes a las melodías pop de los sesenta?
[[H2:Una «abeja en un ascensor»]]
La respuesta a esa pregunta es sí. Solo hacía falta el equipo adecuado, y ese llegó por casualidad. En un acto de generosidad, el padre de familia repartió a sus hijos una modesta pero notable cantidad de dinero con el fin de que hicieran despegar sus vidas o sacarse el carnet de conducir. Se arrepintió de inmediato cuando sus vástagos adquirieron un cuatro pistas malísimo y un pedal de «fuzz» ingobernable, que solo producía chirridos y acoples, tanto, que su dueño pensaba que estaba averiado y se lo dejó por diez libras. Hay momentos casuales en la historia de la música que desencadenan terremotos diez años después y aquel día dos placas tectónicas avisaron de algo. Los Reid, ambos tímidos patológicos, lanzaron una moneda al aire y el que perdió fue elegido como cantante. Jim: «La razón por la que acabamos creando The Jesus And Mary Chain tuvo que ver por igual con las cosas que odiábamos y las que amábamos. Hacia el 82-83 había una gran sensación de desencanto. Había un hilo que que recorría la mejor música popular –el blues, Elvis, Dylan, los Beatles, los Stones, Bowie, el glam, el punk y el postpunk– y ese hilo se había roto. La música que había en las listas y en el Top Of The Pops nos parecía detestable y nuestra misión, si es que teníamos una, era restaurar la música para que volviera a ser lo que había sido». Los hermanos se adoran y completan las frases del otro. También se sacuden, pero con deportividad. Empiezan a hacer canciones algo atípicas.
Influyeron a casi todo el «indie» y el «shoegaze» de los 90, pero nunca encajaron en nada
Los Mary Chain llaman la atención de Rough Trade, el sello independiente de Londres, pero, de forma más sorprendente, atraen a la multinacional Warner con un sonido francamente difícil de digerir. La primera reseña decía de ellos que sonaban «como una abeja atrapada en el hueco de un ascensor», una especie de accidente entre no saber tocar y tener un equipo disfuncional. Desde el principio, el odio con Warner fluye en ambas direcciones. Los Reid confiesan en estas memorias un carácter indigesto: impertinentes, socarrones, beodos y muy testarudos. Se niegan a tocar un ápice sus grabaciones pese a que los chacales de Warner les preguntan si el disco, «Psychocandy», es una broma. Nunca serán un grupo de éxito masivo, aunque lograron buenos resultados. Suficientes para ser vistos como traidores desde el «indie», acusación con la que tuvieron que cargar toda su carrera.
Jim pasó 14 años saliendo borracho y/o drogado a todos los conciertos de The Jesus And Mary Chain para vencer los nervios. Escribe Michael Azerrad en «Nuestro grupo podría ser tu vida» (Contra) que «hay dos tipos de grupos: los alfa son esos que influyen a centenares de bandas, pero que pocas veces son perseguidos por chicas y logran pagar sus facturas, y los beta, que, copiando a los primeros, se llevan a las chicas y los millones. Los beta mencionan a los alfa, pero no como algo muy importante, y vaya si mienten. Los alfa y a veces los beta, pero pocas, mueren encharcados en alcohol». Este esquema no estuvo muy lejos de lo que le sucedió a los hermanos Reid, que jamás encajaron en ninguna parte y a punto estuvieron de terminar mal, muy mal.
Del indie fueron desterrados por aquel pecado original, aunque en realidad ellos sentaron las bases del sonido del indie estadounidense. Grupos como Sonic Youth, Dinosaur Jr o incluso Pixies se inspiraron en ellos. «No digo que esa generación hubiese sido moldeada por nosotros, pero cuando Nirvana se convirtió en el nuevo superventas, su sonido estaba más cerca de nosotros que del grupo que Warner quería que fuésemos. Se podría decir que esa abeja atrapada en el hueco del ascensor llevaba el polen del grunge en sus patitas», sostiene Jim Reid. Por supuesto, My Bloody Valentine, héroes del «indie» británico, construyeron su sonido sobre el mismo pedal exactamente que los Mary Chain, que fueron también clave en el surgimiento de la escena «shoegaze» (Ride, Slowdive) y apadrinaron a Blur antes de que fueran nadie. Sin embargo, nunca lograron encajar, entre otras cosas, porque fueron sus peores enemigos. Sus pésimas habilidades sociales y escaso esfuerzo comercial les condenaron a ser uno de esos grupos «para enterados» pero en el que nadie creyó ni apostó. Hasta que las relaciones entre ellos se agrietan y se agravan con las drogas.
Impertinentes, socarrones, muy beodos y testarudos: así eran (y son) los hermanos Reid
Los dos hermanos reconstruyen su historia en el libro (con la ayuda del periodista Ben Thompson) en el libro con recuerdos impresos en tipografías diferentes. Pero la narración no es divergente hasta que las cosas empiezan a torcerse. Se ofendían mutuamente, como siempre, pero consumían muchísimas drogas, uno, cocaína y el otro, marihuana: «y así no había forma de comunicarnos. Aquello se había roto», dice William. «La coca te dice: ‘‘Adelante, tú eres el mejor, puedes con él, sigue atacando...’’. Mientras que la hierba te hace darle vueltas a todo hasta que acabas paranoico y al final no peleas porque tienes la cabeza llena de pensamientos».
La relación entre los Reid fue deteriorándose por una canica de celos que se convierte en una enorme bola. (William Reid): «Cuando Oasis pegaron el pelotazo, era como si Liam y Noel fueran el ‘‘remake’’ hollywoodiense de nuestra pequeña peli ‘‘indie’’ sobre una rivalidad entre hermanos que, como mucho, tuvo buenas críticas en Sundance. Recuerdo que leí hace años una entrevista con Noel en la que decía: ‘‘Cuando estábamos de gira, después de actuar todo el mundo se va a un club y yo subo a mi habitación a componer’’. Pensé: ‘‘Joder, así fue mi vida en los noventa’’. El hermano mayor, el empollón, componiendo canciones en el cuarto mientras el pequeño está en el bar diciendo: ‘‘Sí, nena, soy el cantante, venga, vamos’’». Aunque la norma en la música es que las bandas terminen mal, lo cierto es que entre hermanos (los Davies, los Fogerty, los Robinson, los Gallagher...) la probabilidad de desastre es mayor. «Con un hermano sabes exactamente qué teclas tocar si quieres que todo salte por los aires», dice Jim.
Ambos pierden el control con las sustancias, el cariño mutuo y la ilusión por la música. Terminan a un paso del frenopático. Se separaron, en directo, durante una actuación en Los Ángeles en 1998. La madre y la hermana pequeña de los Reid lograron que volviesen a hablarse y en 2007 reaparecieron. Desde entonces han publicado dos discos, ven la música de otra manera y se toman la vida mejor.