Ocho años sin El Lebrijano, el flamenco que cantó a Caballero Bonald y se fusionó con lo andalusí
Juan Peña, que falleció el 13 de julio de 2016, fue uno de los grandes cantaores de la segunda mitad del siglo XX, muy ligado a Paco de Lucía y a Enrique Morente
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El 13 de julio de 2016, hace hoy ocho años, durante la celebración de de la 51ª edición de la Caracolá de Lebrija, se fue Juan Peña 'El Lebrijano', uno de los más grandes artistas flamencos españoles de la segunda mitad del siglo XX.
"Dame la libertad del agua de los mare /Dame la libertad de la tormenta/ Dame la libertad de la tierra misma/ Dame la libertad del aire/ Dame la libertad de los pájaro', de la marisma/ Vagaores de las sendas nunca vista'", cantó 'El Lebrijano' (Lebrija, Sevilla, 1941) acompañado de la Orquesta Andalusí de Tánger. Eran unos versos del excelso poeta jerezano, premio Cervantes, José Manuel Caballero Bonald que incluyó en su disco 'Encuentros', una más de las diversas aventuras musicales que el cantaor protagonizó a lo largo de su carrera, otro de los puentes que tendió hacia sensibilidades distintas, un nuevo camino. En su voz sonaban las palabras del inventor de La Argónida con la rotundidad de las antiguas voces flamencas, con la fuerza del dolor de la Andalucía profunda, de la sal de la tierra del Bajo Guadalquivir, con la verdad de quien canta lo que vive y lo que siente.
Juan Peña comenzó en el mundo del flamenco como guitarraista de La Paquera de Jerez con 17 años, además bailaba, pero su vocación estaba en el cante, en lo jondo, un adjetivo difícil de explicar que tiene más que ver con lo abstracto que con lo concreto. Por eso se pasó cinco años al lado de La Niña de los Peines para aprender, escuchar, siempre en silencio sin interrumpirla; le tenía verdadera devoción: "Con Pastora estuve cinco años, casi cuidándola, y me enseñó muchas cosas, yo sólo escuchaba y no se me pasó por la cabeza nunca cantarle. Cuando llegué a Madrid tenía la cabeza como una tómbola", confesó durante la última entrevista concedida a LA RAZÓN en 2014. Entonces, la Bienal de Flamenco de Sevilla le homenajeó por los 50 años de trayectoria, pero recibió el reconocimiento con cierta "jindama" porque lo compartía con Paco de Lucía y Enrique Morente, que ya estaban muertos.
Con ambos recorrió el mundo, grabó discos, "rompió los platos", como le gustaba decir, para encontrar otras formas musicales, alternativas a la guitarra y a las palmas, y así nació algo que los críticos llamaron fusión a comienzos de los años 70 del pasado siglo. Para él eran simplemente Paco y Enrique, pero para el resto, dos estrellas, dos ríos de caudal infinitivo del que bebieron todos los que luego han intentado "innovar" sin éxito, lo que sí tuvo El Lebrijano.
Desde la marcha del guitarrista, le gustaba recordar las anécdotas de los años de escasez, ilusión y trabajo por media Europa con aquel espectáculo llamado Festival Flamenco Gitano, donde se enrolaron algunas de las personalidades más impactantes del panorama de entonces. "Me metía mucho con Paco porque delante de nosotros iba Manitas de Plata, que ponía el teatro hasta la bandera. A ver, maestro qué haces, que éste llena y luego vamos nosotros", comentaba entre risas al recordar lo nervioso que se ponía el genio ante un competidor de la talla de los Gipsy Kings.
"No hay un segundo Paco de Lucía, Morente ni un segundo Lebrijano", afirmaba rotundo alguien que siempre defendió la camaradería que compartían todos, el respeto por los grandes maestros, el afán por hacer las cosas desde la pureza desde la honestidad. "Él dice que hace flamenco, pero yo nunca le he escuchado cantar flamenco", dijo en una ocasión sobre Miguel Poveda al presentar el disco en el que puso música a textos de Gabriel García Márquez; por cierto, el Nobel colombiano comentó acerca del artista sevillano que "Cuando Lebrijano canta se moja el agua".