Keith LaMar, jazz desde el corredor de la muerte
Un preso sentenciado a la pena capital lucha por un juicio justo mientras graba discos de jazz con el músico español Albert Marquès
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El jazz que se escucha en el corredor de la muerte de la prisión de alta seguridad de Ohio (EEUU) recupera su genuina razón de ser. Suena a la herida de los afroamericanos, como quien lo canta cada día, el recluso número 317-117, Keith LaMar. Tiene 54 años y lleva 34 cumpliendo condena y proclamando su inocencia. A 900 kilómetros, los que separan Ohio de Manhattan, el pianista y compositor catalán Albert Marquès se encarga de que su sonido reverbere por todo el mundo. Desde Brooklyn, el barrio donde reside desde 2011, relata a LA RAZÓN una crónica brutal que también ha plasmado en un libro, «El jazz suena en el corredor de la muerte», y un disco, «Freedom First», el primero en toda la historia de la música grabado por un reo que espera su ejecución.
LaMar compone y también recita poemas a la manera de sus antepasados africanos cuando llegaban en barcos como esclavos. El latido de sus corazones imitaba el sonido de las cajas y el rugir de las olas hacía de platillos. Su jazz nos lleva también a los campos de algodón de principios del siglo XIX y a la magia sonora que hacían los campesinos negros con sus cantos de trabajo. «La música era su plegaria. También para LaMar es una forma de meditación que le ayuda a mantenerse razonablemente sano, superar la angustia del aislamiento y dar rienda suelta a su creatividad», explica Marquès.
El poeta preso creció en The Village, una barriada marginal al este de Cleveland infestada de drogas, violencia y castigos. Con nueve años encontró algunos discos de BB King, Marvin Gaye y otros músicos en un coche abandonado y empezó a tomarle gusto al jazz. Su abuela intentaba que se criase sin odio, a pesar del historial de dolor, pero no pudo evitar su caída en el tráfico de drogas.
Con 19 años, en algo parecido a un ajuste de cuentas, mató a un hombre armado y se declaró culpable. «Mientras sufría condena –explica Marquès–, los presos se sublevaron contra las malas condiciones de vida en un motín que duró once días y en el que murieron diez personas». La conmoción fue tal que urgió encontrar un culpable. Keith resultó el chivo expiatorio perfecto para cargarle con la autoría del asesinato de cinco de los fallecidos. El juicio, según sigue contando el músico catalán, fue rápido y un jurado exclusivamente blanco le condenó a la pena máxima. «Le privaron de cualquier oportunidad de defender su inocencia y se retuvieron casi 200 páginas de pruebas que le podrían haber exculpado».
Su historia es la de una parte de la población que ha vivido en la marginalidad. Ahora continúan excluidos, solamente visibilizados cuando a la sociedad le urge un responsable para purgar sus propios pecados. El nombre de Keith es uno más en esa atroz estadística que confirma que, en EEUU, por un delito similar, la posibilidad de recibir una sentencia de muerte es cuatro veces mayor para un afroamericano que para un blanco. Y por cada ocho personas ejecutadas, al menos una es inocente.
El jazz desde el corredor de la muerte, suena «a dignidad frente a los ataques, la humillación y el maltrato», según Marquès. También a esa resistencia heredada de sus ancestros. Si les prohibían los tambores, ideaban formas de percusión con su choque de manos o el batir de sus pies. En su diminuta celda, hace uso de la palabra y nos traslada su convicción de que todo saldrá bien. Su abuela le prometió que la verdad saldría a la luz y, aunque ella ya no lo verá, le alegra saber que sus composiciones son ese sueño necesario para cambiar el futuro. «Tengo la certeza de que todo esto tiene que tener un sentido», remata Marquès.
Este músico catalán, casado con la escultora neoyorquina Mia Pearlman y padre de dos hijos, se implicó de manera muy activa en los disturbios del Black Lives Matter, el movimiento que se desató a raíz del asesinato de George Floyd, en 2013. Ahí, gracias al músico Brian Jackson, conoció la historia de LaMar e inmediatamente impulsó una campaña para tratar de detener su ejecución. «Convencí a 25 músicos y dimos nuestro primer concierto reivindicativo en una plaza de Brooklyn con piezas que Keith había escogido. Su voz, grabada en la celda, se escuchaba por megafonía en la introducción de cada tema. En el segundo concierto, en Manhattan, él mismo recitó un poema en directo».
Con el tiempo han ido estrechando su amistad por correo electrónico y teléfono. Grabaron el disco «Freedom First» y lo lanzaron en 2022. Consiguieron su primer propósito, alzar la voz, y algo más: «La ejecución, prevista para el 16 de noviembre de este año, se ha aplazado hasta el 14 de enero de 2027. Es el tiempo que tiene el nuevo equipo de abogados para reabrir el caso y demostrar su inocencia», dice confiado.
El disco abre con «Tell’em the truth», una emotiva canción que el pianista y sus músicos grabaron en su estudio mientras Keith entraba a través de videollamada desde su celda. «Cualquier directo tiene una gran complejidad. Falla la conexión o le corta la llamada el funcionario de turno. No por eso deja de sonar. Precisamente el jazz es improvisación», indica Marquès. Conmueve la voz de LaMar y también los silencios. Sus palabras se van ajustando a las notas sincopadas de los instrumentos. Han actuado ya, junto a una banda rotativa de músicos internacionales, en Joe’s Pub y Jazz Gallery, de Nueva York, y también en Barcelona, Madrid, Santiago de Chile, Berlín y otras ciudades.
Apenas sale de su celda, pero encuentra en la música otra forma de libertad y de estar vivo. «Crea y siente el momento presente –añade Marquès–. El jazz le permite llenar sus días vacíos y aliviar el dolor de la sinrazón. Keith reclama así su condición de ser humano porque, incluso cuando te han condenado a morir, puedes conservar la sensibilidad y usarla para crear belleza y reivindicar el valor del jazz para la comunidad negra, a pesar de que parece una música para élites educadas».
No parará hasta que se reabra el juicio. Sabe que el camino que lleve a LaMar hasta la Corte Suprema va a ser muy largo. Su voz seguirá sonando. Lánguida, pero sin desasosiego. La música le incita a celebrar la vida, aunque sea en una celda con un único ventanuco por el que solo vislumbra el sol si se tumba en el suelo. Le ha salvado de una perdición definitiva. «El jazz es el documento sangriento de la inhumanidad del hombre y de su superación». «El arte –confirma Marquès– tiene ese poder. Keith se ha humanizado, ha dejado de ser un monstruo para ser un poeta, un artista, un intelectual que se muestra libre ante todo aquel que quiera escuchar. Cabe la posibilidad de que fracasemos, pero la fuerza del jazz habrá servido para unir a personas. Incluso en el peor de los casos, tocaremos con más fuerza, seguros de que ninguna inyección letal acallará nunca una voz que solo clama justicia».
Keith es autodidacta, puro sentimiento, pero con el ejemplo de los mejores. Un compañero de prisión, Snoop, ya anciano, le enseñó el poder sanador del jazz. «A él le debo mi cordura. Me dio los medios para sublimar mi dolor y las herramientas para reconstruir mi mentalidad», canta desde su encierro. Siguiendo su consejo, tomó como punto de partida el disco «A Love Supreme», del genio del jazz John Coltrane, y encontró en él «la fuerza y la motivación para continuar luchando». Empezó a recibir libros y discos que llegaban de todas partes del mundo. Música de Miles Davis, Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan, Nina Simone… e hizo con ellos su rezo particular, un modo de sentirse cerca de Dios.