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Big Star, la mayor injusticia del pop

La banda de Memphis, una de las más influyentes de la historia reciente, fue un absoluto fracaso comercial y una trágica historia vital: vuelven convertidos en supergrupo
Pat Sansone, Jon Auer y Chris Stamey, en el escenario
Pat Sansone, Jon Auer y Chris Stamey, en el escenarioConnie Freestone

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Hicieron tres discos maravillosos pero solo vendieron un puñado de copias. Big Star eran cuatro menores de edad de Memphis enamorados de los Beatles que, liderados por Chris Bell y Alex Chilton, tenían un talento innato para las melodías y cantaban como los ángeles. En una corta carrera de apenas seis años, junto con Jody Stephens y Andy Hummel a la batería y el bajo, dieron forma a un cancionero que bebía de los grupos de la invasión británica (especialmente The Kinks, The Who y los «Fab four») tanto como de Led Zeppelin y de la escena folk para conformar un sonido del que fueron pioneros, el «power pop» que terminó imponiéndose una década después, cuando todos los grupos les mencionaban como influencia, pero apenas unos miles de seguidores tenían aquellos discos en casa. Su corta trayectoria y su mala suerte imprimió para siempre, en mayúsculas como una lápida o un epitafio, el sintagma «grupo de culto» sobre el nombre de la banda. Porque aquella falta de repercusión pesó como dos toneladas de mármol sobre el cuarteto y el destino trágico de sus miembros, por más que sus canciones atravesaran el tiempo a la velocidad del sonido.
El eco posterior de sus temas devolvió una segunda y hasta una tercera oportunidad para los supervivientes y ahora Jody Stephens y un grupo de ilustres seguidores integrado por Mike Mills (R.E.M.), Chris Stamey (The dB’s), Jon Auer (The Posies, Big Star) y Pat Sansone (Wilco) vuelven a pasear por el mundo aquel repertorio. La promotora Houston Party celebra por todo lo alto su 25 aniversario con la bandera de la estrella grande de aquellos temas en Barcelona (15 de noviembre), Madrid (16), Gijón (18) y Valencia (19). «No me puedo quejar de ser una banda de culto, porque sería peor ser una banda oculta –dice Jody Stephens, último representante de la formación original–. Creo que todavía tenemos ese estatus de ser una especie de secreto, como esa forma de dar la mano que tienen dos amigos que solo utilizan entre ellos. La verdad es que para la inmensa mayoría somos unos desconocidos, pero tenemos la suerte de que, a los pocos que les gustamos, les entusiasmamos».
La historia del grupo estuvo marcada por sus dos almas, Bell y Chilton. Mientras el primero aportaba la faceta más tranquila y los recursos en el estudio, el segundo tenía un magnetismo escénico y aportaba gigantescas composiciones. Entre ellos existía un tipo de rivalidad a veces sana, otras, no tanto. En particular, Bell sufría porque los focos se dirigían a Chilton, un talento natural precoz, y, en general, padeció más que ningún miembro el fracaso comercial de la banda. A finales de 1972, abandonó el grupo y encadenó depresiones. Las pastillas solo hicieron empeorar las cosas y falló en un intento de suicidio. En 1978, a la edad de 27 años, cuando despegaba su carrera en solitario, falleció al estrellarse con su coche contra un poste de la luz. Big Star continuó como trío. «Creamos algunas canciones increíbles y nos convertimos en algo. Hubo momentos desafiantes, hubo bebida y otras sustancias recreativas y la grabación del tercero fue más dramática de lo esperado, pero Alex cantó ‘‘Blue Moon’’ y ‘‘Take care’’ y nunca le di las gracias por ello». Stephens se refiere a la fase final del grupo: Chilton también sucumbió al alcohol y las pastillas, agravado con una relación de amor tóxica con Lesa, la musa de sus obras maestras como «Nightime», digna de las mayores turbulencias de Dostoievski.
Para muchos, su suerte es la mayor injusticia de la historia del pop: «Cuesta creer que aquella música no haya logrado llegar a más gente, pero puede que por eso sean más queridos, si es que esa frase tiene algún sentido. Yo me pregunto todavía cómo es posible que fueran ignorados, porque eran tan buenos a todos los niveles...», dice Jon Auer que, junto a Ken Stringfellow, de The Posies, entraron a Big Star de la mano de Alex Chilton en 1993. «Su historia es especial, es la pureza. Los fans de la banda no son casuales, sino gente que los adora. Y su música era tan buena como otra que tuvo éxito. Sin duda les perjudicó mucho que Stax, que era un sello genial, estaba pasando serios problemas en aquellos tiempos. Puedes hacer una obra impresionante que, si no llega al destinatario, desaparece. Pero si hubieran tenido éxito quizá no hubiesen hecho “Radio City” o “Third”». Tan pocos discos vendieron que, cuando Hummels abandonó la formación antes del último disco, buscaron un sustituto, John Lightman, que no encontró los discos de la banda en ninguna tienda de su propia ciudad y tuvo que pedirlos prestados a sus miembros para aprenderse las canciones. Chilton, al menos, sí pudo ver cómo Big Star eran reivindicados por grupos de los 80 y los 90, del punk (él mismo produjo a The Cramps) a la nueva ola, de Teenage Fanclub a Wilco y de R. E. M. a los Replacements. Fue al final de un túnel bastante oscuro, de una gran decepción que le apartó de la música casi una década. Resucitó la banda, que llegó a publicar un nuevo disco en 2004 antes de fallecer en 2010.
Parece como si las canciones de Big Star se hubieran adelantado a su tiempo en los 70 y que, en 2023, también pudieran resultar extemporáneas en la era del algoritmo y la inteligencia artificial. «Creo que la emoción no tiene fecha. Hay una vitalidad y una verdad en aquellas canciones. Cada vez que escucho el primer disco de Big Star suena como la primera. Surge un sentimiento que me hace querer volver a ponerlo. Puede que no tenga el brillo de las producciones modernas, pero sus interpretaciones son tan buenas que perdurarán para siempre», dice John Auer. «Quizá estemos a tiempo todavía de llenar estadios de fútbol –dice Jody Stephens–. No, es broma, sabemos de sobra que eso no va a pasar, pero no nos hace falta eso para poder disfrutar de la música como nunca».
Es uno de los acontecimientos musicales de los últimos tiempos. "Now & Then", la canción de John Lennon que McCartney ha culminado con ayuda de la inteligencia artificial para ser «la última» (quizá no) de los Beatles. «A mí me ha encantado. Me gustan sus cuerdas, las melodía y, sobre todo, la letra. Se siente más natural, más humana que ‘‘Free as a Bird’’ (otro de los temas póstumos de la banda), para la que utilizaron otro tipo de máquinas», apunta Stephens. «Obviamente, hay un punto melancólico en esa canción que habla del pasado, que confiesa de echar de menos a alguien de vez en cuando. Y bueno, considerando que hace años que faltan Lennon y Harrison, surge ahí esa emoción punzante, encerrada, en los que quedan. ¿Son los Beatles de 1967? No, claro, pero aun así me gustan», dice Jon Auer.