ABBA: en Waterloo también nacieron imperios
El periodista Jan Gradvall publica «Melancolía encubierta», la biografía definitiva del grupo sueco, que cuenta con entrevistas exclusivas con sus miembros y refleja cómo sus canciones marcaron un antes y un después


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Waterloo vio morir a un gran imperio, pero también protagonizó el nacimiento de otro. Aquella derrota napoleónica sirvió de inspiración, siglos más tarde, a un fenómeno musical que traspasaría fronteras, desde Suecia hacia todo el mundo. Algo cambió cuando Agnetha Fältskog, Björn Ulvaeus, Benny Andersson y Anni-Frid Lyngstad (Frida) comenzaron a cantar «My my, at Waterloo Napoleon did surrender / O yeah, and I have met my destiny in quite a similar way...». Fue en 1974, en Eurovisión: Abba entonaba «Waterloo» y se hacía con una victoria con la que se disparaba una leyenda que llega hasta hoy. Fue en gran medida gracias al concepto: de repente, el mundo conocía a unos suecos con plataformas, chaquetas brillantes y unos ritmos que anticipaban los caderazos de «Fiebre del sábado noche» (1978). «Nunca imaginé que ganaríamos. Pero sabíamos que si presentábamos una canción que destacase y llevábamos una ropa extraña mientras la interpretábamos, la gente nos recordaría (...). Nuestro objetivo era convertir la retransmisión de Eurovisión en nuestra plataforma de lanzamiento al mundo (...). Arriesgarnos con ‘‘Waterloo’’ fue lo correcto». Y tanto que lo fue. Así lo confiesa Björn al periodista musical sueco Jan Grandvall. Acaba de publicar «Melancolía encubierta: el libro de ABBA» (Cúpula), la biografía definitiva y autorizada del grupo que cuenta con entrevistas exclusivas de sus miembros.
Todo comenzó mucho antes de Eurovisión. Abba se formó en Estocolmo en 1972, pero sus miembros se conocieron y trabajaron juntos ya en los años sesenta. Los artistas llegaron al grupo habiendo confeccionado una pasión por la música en un entorno peculiar. Era una época en la que en Suecia apenas llegaba la subversión rockera que arrasaba en el resto de Europa. No había apenas interés en este país hacia la explosión cultural de los jóvenes, pero no por ello dejó de fraguarse el fenómeno «dansband», del cual son hijos los ritmos de Abba. Un término, analiza Gradvall, «intraducible», y que se refiere a un hito cultural característico de los países nórdicos –como lo fue el country para EE UU-, y basado en la música de baile y la fantasía estética.
En otra liga
Pero, más allá del arranque de la banda, donde Gradvall realmente se centra con este libro es en la internacionalización de la cultura pop que Abba hizo posible. Un imperio artístico que ha traspasado generaciones y que sigue sirviendo de banda sonora alrededor del planeta. Todo ello, gracias a sus canciones, optimistas y muy bien grabadas, y basadas en una música de baile que se alejaban de la chulería de los Bee Gees para acaparar un tono más jovial y agitadamente melancólico. ¿Quién no conoce «Dancing queen»? Grabada en agosto de 1975, fue la primera incursión de Abba en la música disco. Su título inicial era «Boogaloo», y una vez estuvo lista sus propios creadores sabían que habían hecho algo especial. «Lloré cuando la oí», confiesa Frida en el libro. Quizá el ejemplo más generalizado de la magia de este tema, icono del albedrío y la felicidad, se observa en «Mamma Mia!» (2008), la adaptación cinematográfica del musical de Abba, protagonizada por Meryl Streep. «Cada vez que suena, se convierte en la encarnación de la alegría», define Gradvall.
Lo de Abba fue un optimismo permanente a través de una cercanía al público constante. Con sus canciones se inmiscuían en la vida de las personas –véase el irónico «Money, money money» o el romántico y desgarrador «The winner takes it all»–, a la vez que llamaban a su empatía o atención a través de sus estrategias visuales. Ejemplo fue la portada de «Arrival», de 1976, disco que mostró al mundo de un solo vistazo que Abba había llegado para quedarse. Que estaban en otra liga: en un helicóptero, pues ya eran una banda internacional. Tanto, que la banda fue considerada como un símbolo de la unidad entre Oriente y Occidente en los últimos coletazos de la Guerra Fría pues, según explica el periodista en la biografía, «la posición de Suecia como país neutral, equidistante entre Oriente y Occidente, con un gobierno socialdemócrata y un primer ministro comprometido, hizo posible que los regímenes orientales aceptaran a Abba». Después hay quien seguirá negando que la cultura es crucial para el desarrollo político y social de un país o entorno. Pero, más allá de tendencias e ideas, la globalización de Abba se ratificó al multiplicar su cercanía con público extranjero grabando, por ejemplo, canciones en español.
A mediados de los 80 se necesitaba un empujón para que Abba terminase de cuajar no sólo en España, sino ante todo en Latinoamérica. Y lo que no se esperaban es que «la versión en español de ‘‘Chiquitita’’ fue un éxito mayor del que nadie se había atrevido a soñar (...). Se convirtió en el mayor éxito en América Latina durante veinticinco años y llevó consigo a lo más alto al disco que Abba también había publicado recientemente, ‘‘Voulez-vous’’». Además, se incluían en el recopilatorio otras versiones en nuestro idioma, como «Fernando», «Mamma mia» o «Hasta mañana». Así es cómo caían bien a todo el mundo: vendiéndoles lo que querían ver u oír. Siguen haciéndolo, de hecho. Es complejo sacar un pero a Abba. Lo tuvieron todo atado, a nivel de imagen y sobre todo musical: llegaron a contar con los mejores arreglistas y el mejor equipo de sonido, destacando Michael B. Tretow, quien «era tan importante para nosotros como George Martin para los Beatles», aseguró Benny.
La banda supuso, a su manera, un antes y un después en la cultura pop internacional. Cambiaron por completo el caché de este sonido en una Suecia cuya música, apunta el biógrafo, «en los setenta era similar a la de Bakú o Bucarest. Pero en la década de 1990 se convirtió en el epicentro de la cultura del pop por derecho propio». Y la música de Abba continúa rodando. Opina Gradvall que su fama actual «no tiene que ver con la nostalgia. Muchos de los que hoy ensalzan la música del grupo ni siquiera habían nacido cuando Abba estaba en activo». Las diversas generaciones continúan tomando el relevo, descubriendo un sonido que emerge cuando Agnetha y Frida cantan juntas, llegando a notas imposibles y acompañadas del acordeón de Benny o del «t-kch, t-k-ch, t-k-ch» de Björn, que derivó en su icónico «take a chance, take a chance, take a chance». Efectivamente, los artistas se arriesgaron con «Waterloo», y ello derivó en una jugada redonda que el propio Robin Gibb, de los Bee Gees, alabó, asegurando que «dentro de doscientos años, la gente seguirá cantando canciones de Abba». Un imperio musical perenne, que nunca duerme.
El musical del despecho
►Catherine Johnson, dramaturga, aceptó el encargo de escribir un musical basado en las canciones de Abba «porque no llegaba a fin de mes», explica a Gradvall. Recuerda que en la Inglaterra de aquella época el gobierno conservador «despreciaba a las madres solteras. Decían que las mujeres se quedaban embarazadas para que les dieran un lugar donde vivir». Como madre soltera, eso le disgustó, y su «venganza» tomó forma de un musical que se estrenó en 1999 en el teatro Prince Edward, y que se alzó como un éxito que aún hoy llena teatros.