Serrat, cantar para vivir
Sus “verdades” son las mismas que muchos podemos identificar como propias
Creada:
Última actualización:
La historia sentimental de cada persona ha estado siempre acompañada por la música. Sobre todo, por el mágico universo de las canciones. Incluso podríamos afirmar que ellas han sido una educadora permanente de nuestros valores morales, nuestros sentimientos y nuestra ideología. Ellas nos recuerdan lo que hemos vivido y nos proponen nuevas formas de vivir, nuevas aventuras que experimentar, nuevas emociones que sentir, nuevos valores que defender.
Y lo mágico que tienen las canciones es que, estando unidas por el universal que es la música, son capaces de expresar también, como pocas cosas, lo plural que somos los humanos. La música instrumental cantada es universalismo y localismo a la vez. Es decir, es glocal. Por eso siempre he defendido ante tirios y troyanos, clásicos y modernos, progresistas y conservadores, que lo propio de los humanos es ser musicalmente eclécticos y promiscuos. De Antonio Machín a Leonard Cohen, de doña Concha Piquer a los Beatles, de Juanito Valderrama a Jacques Brel todo es aceptable, todo debe ser bienvenido y bien escuchado si nos conmueve el corazón con sus historias musicadas. Y eso es precisamente una de las cosas que más admiro de Joan Manuel Serrat: saber crear un estilo propio sin celebrar la apostasía de otros estilos, saber respetar la obra de otros cantantes con músicas y canciones muy distintas a las suyas. Saber aprender y gozar de todas ellas.
Serrat es una combinación armónica de voz cálida, poesía sugestiva y música intuitiva. Tiene dos almas, la del artista que rezuma talento y la del artesano que lo saca a relucir trabajando duro durante muchas horas. Es un creador al que la inspiración siempre le suele coger ante su magnetófono y su guitarra. Es un trabajador de la escritura, un escribidor de canciones. Serrat canta a la vida porque esa es su forma de vivir. Su voz es la expresión poética de sus emociones. Según confesión propia podría haber sido perito agrícola o sexador de aves, pero su alma profunda no se lo permitió. Necesita vivir la vida estudiándola en su cotidianidad, desde los sentimientos individuales y colectivos. Necesita decirle a los demás lo que piensa y siente sobre ella, sobre la vida. Necesita contársela y contárnosla. Necesita sacar hacia afuera lo que va macerando en sus adentros. Necesita componer para que nosotros cantemos sus canciones en nuestras fiestas, en nuestros susurros amorosos, por la calle o en el trabajo.
La vida ha sido cantada por Serrat. Cantada de forma crítica, pero tierna, bella, dulce, humana. No hay acritud en Serrat. No hay rencores individuales ni sociales. Lo que desea es conocer el mundo y darlo a conocer. No pretende verdades universales, pero sí que las suyas puedan ser compartidas por los demás. Lo que más me gusta de Serrat es que es poliédrico, que tiene mil caras sin dejar su identidad esencial. Es melancólico y eufórico, es épico e intimista, es sensual y social, es introspectivo y exuberante. No le pierde cara a la muerte, pero es vitalista antes que descreído. Evoca el pasado y narra el presente, pero sabe señalar un anhelado futuro. Serrat expresa todas las posibilidades de la condición humana y lo hace con una tendencia innata a ser sensible, amable, compasivo, amoroso.
Nos hace sentir y nos hace pensar, es decir, nos ayuda a vivir con sus «verdades», que son las mismas que muchos seres pueden identificar como propias en su cerebro y en su corazón. Serrat es tan local que es ecuménico, es tan de Poble Sec que es del universo. Y por eso lo entienden todos los pueblos de habla hispana, desde Sevilla a Buenos Aires, cuando canta en catalán, y por eso lo entendemos todos los catalanes desde el Paralelo barcelonés a la calle Mayor de Lleida cuando nos canta en castellano. Serrat hace poesía musicada de lo cotidiano de forma tal que se convierte en universal. Serrat es el vino bueno, aromático y reposado de la canción popular. En sus versos son tan importantes el aroma como el sabor, aquello que dice como la forma en que lo dice.
Serrat escribe canciones con el ánimo de civilizar a los humanos, de sacarlos de la barbarie, de que no se embrutezcan. No lo hace con ánimo pedante ni de sabelotodo. Ni con una intencionalidad de pedagogo profesional. Lo hace con gran sencillez, con pasmosa naturalidad y por un imperativo moral kantiano: mejorar la vida de los demás haciéndoles que piensen más en cómo vivir la vida para sacarle sus mejores frutos. Eso sí, con unas metáforas llenas de belleza, plenas de un lirismo melódico que convierten a Serrat en un maestro que despliega con la palabra toda su capacidad de conceptualización de la realidad. Son esas metáforas inolvidables, que te detienen en el tiempo y en espacio, que se cuelgan de tu propio yo para poder sentirlas y compartirlas. Son esas metáforas que nos dicen lo que muchos pensamos o sentimos y que no sabemos expresar con su belleza literaria y todavía menos con su particular melodía musical. Son esas metáforas que hacen que una modesta canción de tres minutos se convierta en una obra de arte, en una creación «clásica» que supera la producción efímera. En un patrimonio de todos. Por eso Serrat pertenece al mundo de los genios, porque es un artista irrepetible y una referencia ineludible para muchas generaciones desde que lo descubrió Salvador Escamilla.
Un sociólogo sentimental
En gran medida, Serrat se ha convertido en un sociológico sentimental de la España que despertó a la modernidad a finales de los años sesenta. Un sociólogo sentimental que nos ha explicado como pocos nuestro existir con una difícil sencillez siempre presidida por una hondura que rechaza lo insustancial y que no renuncia a conseguir lo sublime. Un cantante que ha bebido de muchas fuentes musicales y literarias y del que otros muchos cantantes han confesado haberse subido a sus espaldas. Un cantante que ha inventado un estilo pero que nunca ha querido estar a la moda. A principios del siglo XXI, el cancionero de Serrat no es moderno ni antiguo, es un clásico en el mejor sentido de la palabra. A saber: algo que ha venido para quedarse en la memoria popular sin modas ni oportunismos. Es un referente convertido en ídolo por el veredicto soberano de las gentes del pueblo, un referente que ha sabido serlo sin sentirse ni actuar como un ídolo. A pesar suyo, Serrat se ha convertido en un mito que nunca ha gozado con ejercer como tal.
Para muchos, decir Serrat es decir una parte de nuestra vida. Y no solo por sus canciones, sino también por su compromiso cívico y político que nunca ha abandonado y del que tampoco nunca ha alardeado. Un compromiso que practica como consecuencia natural de su condición de ser humano preocupado por sus conciudadanos. Un compromiso vivido con sencillez y sin pretensiones de adoctrinar a nadie. En eso, Serrat siempre se ha situado en la antítesis de la impostación política. Al contrario, la persona Serrat ha ido construyendo un personaje llamado Serrat que se ha convertido en un ejemplo de honestidad y de autenticidad. En un ejemplo de ciudadanía. Por todo, muchísimas gracias, maestro, por cantar desde el pueblo para el pueblo.