La mitología que influyó en el manga y el anime
El libro “Los mitos japoneses”, de Joshua Frydman, disecciona la mentalidad nipona y nos hace reparar cómo sus figuras se han trasladado al cine y el cómic
Madrid Creada:
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La historia de Japón es apasionante, con su interacción con las grandes culturas de Asia, hasta mediados del siglo XIX, y desde entonces, con la progresiva adaptación de modelos occidentales que hicieron del país un milagro de adaptabilidad. Para conocerla bien no hay nada como introducirse en los vericuetos de su historia mítica, es decir, la intersección entre los mitos y los procesos más emblemáticos de su historia. A desentrañar este complejo conglomerado se dedica ahora el excelente libro ilustrado “Los mitos japoneses” de Joshua Frydman (Folioscopio), que nos permite conocer el Japón moderno desde sus antigüedades y también reparar en la siempre concertante sinfonía mitológica del ser humano si, como nos animaba Leonard Cohen en un antiguo poemario, nos disponemos a “comparar mitologías”. Y es que la mitología japonesa corre parejas con las religiones que han campado por las islas del Sol Naciente desde antiguo, bajo la poderosa influencia de las dos grandes culturas antiguas y prestigiosas del Extremo Oriente, India y China. A una base sintoísta, ideología autóctona de las islas basada en el culto a los antepasados y los antiguos dioses (Kami), se sumaron otros componentes chinos, como el taoísmo y confucianismo –de China vino la revolución de la escritura y la alta cultura– y, por supuesto, del budismo indio, adaptado también a través de China.
La aventura mitológica del viejo Japón se fundamenta, en principio, en dos grandes obras del siglo VIII, el Kojiki (“Registro de hechos antiguos”) y el Nihonshoki (“Crónicas de Japón”), basadas seguramente en tradiciones orales: ahí está la creación del mundo desde un primordial –no ajeno al caos de Hesíodo– y los orígenes de dioses celestes (Amatsukami, que recuerdan a los aesir nórdicos o los olímpicos griegos) de los que proviene la casa imperial. Sobre la masa amorfa de los orígenes surge Takamimusushi (tal vez un Eros arcano), y luego las deidades masculina y femenina, Izanagi e Izanami que clavan en el acuoso mundo increado la Lanza del Cielo para cuajar la primera isla de Japón (cf. la hoz de Crono y el espumoso nacimiento de Afrodita).
Tras algunas tentativas fallidas de engendrar descendencia, la pareja primordial producirá hijos sin parar hasta que el último, el dios del fuego, fulmine a su madre, que pasa al inframundo. La purificación del dios padre Izanagi, tras un fallido viaje de rescate del cadáver vivo pero putrefacto de Izanami, hará surgir la triada básica del panteón japonés, los Tres Niños Preciosos: la diosa del sol, Amaterasu –atención que, frente a otras tradiciones míticas, el sol es mujer– el dios de la luna Tsukuyomi –idem, pero al contrario– y, en tercer lugar, el violento, marrullero y sin embargo heroico dios del viento marino Susanoo.
Este y Amaterasu tienen una serie de hijos, pero Susanoo, poco de fiar, transgrede ciertos límites que avergüenzan a su hermana-esposa y hacen que esta se retire del firmamento para ocultarse en la Cueva de la Roca Celestial. Ante el desastre de un mundo sin sol, los demás dioses celestes se conjuran para que salga de nuevo con un engaño, atrayéndola con el Espejo y la Joya, que serán dos de los “Tres tesoros imperiales”; la hazaña de Susanoo de matar a un peligroso dragón del mar, Yamata-no-Orochi, saca de su interior la espada mágica Kusanagi “cortadora de hierba”, que será el tercero.
En una siguiente generación se encuentran los Kunitsukami o dioses de la tierra (recuerdan más a los vanir nórdicos que a los titanes griegos), como Okuninushi, de los que descienden los linajes humanos. En vez de combatir a muerte con los dioses del cielo, llegarán a una solución de compromiso para el reparto del mundo. Las historias sintoístas de los Kami se desarrollan en una imponente geografía mítica, donde hay montañas mágicas, como Takamagahara, la “alta llanura del cielo”, donde habitan los amatsukami (véase el monte Kulun chino, la Asgard nórdica o el Olimpo griego), unida al mundo por un “puente flotante del cielo” (como el Bifrost nórdico), más un reino de los muertos, Yomi, el “manantial de azufre” (Hades o Hel de las otras mitologías citadas); y por supuesto el mar, la tierra de Watatsumi, dios oceánico.
De la familia de Amaterasu viene Jinmu, primer emperador, que, según el mito, fundó Japón el 11 de febrero de 660 a.C. (un siglo después de la Roma mítica): aparece la institución del emperador o tenno (literalmente “soberano celestial”), cuya lista en los orígenes es legendaria, pero da carta de naturaleza al Japón histórico –se puede probar de alguna manera la existencia de la primera emperatriz Suiko y los gobernantes anteriores desde Kinmei (por tanto, siglos VI-VII)–, y se convierte en centro metafísico del espacio y tiempo.
Será una figura altamente simbólica incluso en la larga edad del shogunato y, tras la restauración iluminista Meiji del siglo XIX –desde ahí será una especie de dios en la tierra merced al sintoísmo de Estado–, se irá transformando hasta llegar a su moderno estatus constitucional. Uno de los héroes más impactantes de este conglomerado es Yamato Takeru, una especie de Aquiles japonés, valiente, pero desmesurado que blande la espada imperial Kusanagi. Hay numerosos humanos deificados, o Kami vivientes, como el príncipe Shotoku, introductor del budismo en Japón en el siglo VI, En no Gyoja, mago de los bosques y patrón del ascetismo Shugendo, Tenjin, un erudito que cayó en desgracia y se convirtió en deificado patrón de los estudiosos, o el dios de la guerra Hachiman, que tendrá gran influencia posterior en el Japón más militarista.
También influirá en la mitología nipona el budismo –adoptado en su forma chan a través de China, conocido en Japón como zen–, con diversas tradiciones y niveles de criaturas sobrenaturales, desde los budas y bodhisattvas –algunos muy venerados como por ejemplo Avalokiteshvara que pasó a China como Guanyin y a Japón como Kannon. O también Maitreya, el llamado “buda del futuro”, bajo el nombre Miroku, entre otros–, los amenazadores Reyes de la Sabiduría, que luchan con los enemigos del budismo, o los devas o guardianes del budismo, entre los que se cuentan los llamados “Cuatro Reyes Celestiales”. Al budismo se suma otra clave como es el folklore popular, lejos de los grandes mitos de los repertorios, los sistemas de creencias y los citados influjos. Ahí está todo el mundo de los espíritus de la naturaleza, por ejemplo, los “Cuatro Dioses Celestiales”, ligados a estrellas, colores y animales, o los mitos que nos hablan de otros mundos de ensueño, como cuento astral de la Tejedora y el Boyero (procedente de China) o el de la princesa Kagura.
Hay gran sincretismo entre las diversas tradiciones: véanse también están los “Siete Dioses de la Suerte”, de sabor budista, las creencias generalizadas en los espíritus de humanos que, por venganza o maldad, se convierten en fantasmas agresivos (los Goryo y los Onryo) y los más populares espíritus de las epidemias direccionales y maldiciones varias como Gozu Tenno o Konjin, que ejercen malévolas influencias en el mundo espiritual japonés. Este mundo es interpretado por los adivinos que practican el arte del Onmyodo, una especie de magia ecléctica y pseudo-científica del Yin y el Yang, que se basa en la teoría de los cinco elementos, los cinco puntos cardinales, los cinco colores y los cinco planetas visibles, práctica que estaba bajo el amparo y monopolio de la casa imperial.
Todos estos seres se han popularizado en el mundo moderno, desde las adaptaciones del cine, el manga, el anime y el videojuego, pues hay desde recreaciones fílmicas de los Kami a versiones animadas de los duendes del imaginario popular: tales son los famosos Yokai, de variada tipología, ogros como los Oni, duendes como los Tengu o los Kappa, sirenas (Ningyo) y brujas (Yamanba), que hoy hacen las delicias de los aficionados. Los diversos cuentos en que aparecen esos Yokai, recopilados por los folcloristas desde los siglos XVIII y XIX, han inspirado, por ejemplo, películas del famoso Estudio Ghibli, como Mi vecino Totoro, Pompoko o Ponyo (el anime los fusiona también con temas de la mitología clásica y comparada).
En fin, no se pierdan este fascinante compendio para una inmersión en el abigarrado mundo mítico de Japón, desde la antigüedad a las adaptaciones de estos relatos en lo moderno, entre tradición y revolución industrial y tecnológica (véanse, si no, los super-robots o los kaiju como Godzilla). La mitología disecciona a la perfección la historia de las mentalidades y no cesa de inspirarnos de forma transversal: nos sorprenderán los influjos y paralelos de los mitos japoneses desde su larga historia comparada hasta la modernidad.