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Raquel Peláez: «Estamos en un punto en que la ultraderecha llama pijos a los catedráticos»

Raquel Peláez realiza una exégesis de una batalla cultural fundamental a través de los pijos en «Quiero y no puedo: historia de los pijos de España»
Hombres G popularizaron el término pijo en los años 80
Hombres G popularizaron el término pijo en los años 80Tiempo
La Razón

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Nobles, señoritos, polloperas, pacoaristócratas, chicas topolino, yeyés, gauche divine, hipsters, beautiful people, rojipardos y cayetanos. Apunten su nombre porque va a dar que hablar: se llama Raquel Peláez y nació en 1978 en Ponferrada (León). Es periodista en El País y ha escrito su tercer ensayo, «Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de España» (Blackie Books).
Un libro con el que ella misma reconoce, sin ser pretenciosa, ha dado en el clavo «por abordar una batalla fundamental de la guerra cultural simbólica en el momento más oportuno»; un tiempo en el que existe «un cierto orgullo de clase en ser pijo o cayetano» debido a la coyuntura donde «los valores neoliberales son más aceptados y definen el marco donde nos movemos». Pero «todos podemos ser el pijo de otro», ya que «partiendo de una base de cierta comodidad, cualquiera puede ser señalado como pijo, según el entorno»; de hecho, Peláez asegura haber «trabajado muchísimo el ensayo, parapetándome como si fuese una armadura, porque cuando hablas de lo pijo estás jugando con nitroglicerina y cualquiera puede acusarte a ti de lo mismo»: así que, «he pretendido no ofender, no caer en la mirada condescendiente, en la superioridad moral de la izquierda, ¡aunque claro que es un ensayo escrito desde la izquierda!, pero sin caer en el sectarismo».
Sobre los pijos de izquierda, la subdirectora de SModa señala el capítulo dedicado a los hipsters: «una oleada de pijismo basado en el capital cultural que se produjo en las ciudades, entre los jóvenes que se dieron cuenta que no tenían el capital pecuniario de sus padres y se pertrecharon en la cultura, que era lo que les había dado el sistema. Entonces, existe ese tipo de pijo, lo que es irónico es que se lo diga cierta gente... ¡Hay votantes de ultraderecha llamando pijos a catedráticos de universidad!».
No se lleven a engaño con la pastelosa portada del libro, con su continente inofensivo, y su apariencia ligera y superficial como la espuma: dentro encontrarán más de 300 páginas marcadamente políticas de la historia contemporánea de España. Un packcage inofensivo, naïf, veraniego, que luce como un sugerente adorno navideño en los escaparates patrios, de la librería Santos Ochoa de la Gran Vía de Salamanca, hasta la Manuel de Falla de la plaza de Mina de Cádiz, pasando por la cacereña y coqueta Puerta de Tanhäuser.
¡Cuidado, su contenido muerde, y a más de uno le puede causar erisipela! «Empecé a escribirlo cuando el fenómeno Taburete, y me pilló la ‘Cayeborroka’ de por medio. Trato de hacer una exégesis de todo el contenido pijo al que estamos expuestos constantemente: del IG de María Pombo a la boda de Tamara Falcó; vemos la interfaz de todo esto, y yo busco sus entrañas: de dónde viene, cómo y por qué». ¡El timing, Raquel! «He dado en una tecla en una guerra cultural esencial en España en el momento en el que está: he desbrazado un camino», reconoce sin falta modestia.
Le digo que he llegado a ver pijos de Madrid y Sevilla cantando el Cara al sol en un beach club de Puerto Sherry. «Mi hermana me va a matar porque vive en El Puerto y yo he escrito ‘Puerto Cherry’». Le matizo que me he encontrado más a gusto con mi «chusma» carnavalera y que no sé si soy pijo. «Todo son guerras culturales y de símbolos; bajas al terreno y son de risa. Por eso hay esa insistencia de que todo es simbólico, tú vas con un polo y yo con una camiseta, ¿y qué?».
Jura Peláez, a este plumilla que nació en 1991, que la popularización del término pijo llegó en los 80 con los Hombres G., «aunque es un ambiente que ya estaba ahí», y me recomienda leer un reportaje en Blanco y Negro de Ruíz-Quintano: «Juventud VIP». «Cayetano lo inventó anteayer Carolina Durante», recuerda, aguda. «Cuando apareció esa tribu urbana, que nunca lo ha sido porque una tribu urbana se distingue por ser una subcultura, y los pijos estaban muy adheridos al mainstrean, pero cuando aparecieron en España, cuando se empieza a hablar de una prosperidad estaban muy presentes como fenómeno. Pasó como con los cayetanos ahora, que caló como la pólvora».
La clase ociosa, los «pel de ric» que prorrogan su desayuno, se pregunta uno si acaso no son arietes contra el sistema «neoliberal» que nos tiene currando como a hámsters en la ruedita. «La clase ociosa ahora es muy reducida: pero esos pocos son quienes crean las condiciones de trabajo». Y agrega: «Tú aunque estés ocioso por una excedencia, nunca vas a ser clase ociosa si eres asalariado».
¿Pijo se hace o se nace?, es la cuestión quizás más tópica, la cual la autora, además de remitirnos a su ensayo, nos despacha con un que «para entendernos con símbolos podemos asociar lo pijo a la definición ramplona de tener dinero o de querer aparentarlo, sí».
Un querer y no poder, vaya.