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Masonería: así sobrevive la enigmática organización en un mundo conspiranoico

John Dickie realiza un fascinante e imprescindible análisis de un movimiento cuya influencia no solo fue clave en la forja de la sociedad moderna, sino que se extiende hasta el presente
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Es innumerable la cantidad de libros con los que ha recibido atención la masonería por sus leyendas, secretismo y larga historia; una combinación perfecta para obras de investigación y novelas. Antonio Monclús, en Jaque a la logia, urdió una trama en la que las cartas del tarot, más un mensaje anónimo y un secreto inconfesable, amenazaban a esta particular orden, lo que genera atentados que sacuden a logias internacionales. Y Christian Jacq, en Mozart. El Hermano del Fuego / El Amado de Isis, hacía que el músico obtuviera en los ritos masónicos la inspiración adecuada para componer algunas de sus óperas, aunque el poder político, al desconfiar de las logias, amenazan con destruirle. Son un par de ejemplos de cómo han despertado la imaginación de los novelistas, a lo que hay que añadir trabajos que tenemos al alcance como Los masones. La sociedad más poderosa de la tierra, de Jasper Ridley, en la que se nos trasladaba a la Edad Media y a las corporaciones de los constructores de catedrales, quienes se reunían en logias donde los maestros albañiles (en francés. «maçons») discutían sus métodos de trabajo. De ahí que la masonería esté asociada a la «mampostería» y a términos que tienen que ver con la construcción y que al final se han convertido en sus símbolos.
De hecho, autores como Graham Hancock y Robert Bauval, en Talismán. Arquitectura y masonería, examinaron este trasfondo arquitectónico y escultórico, preguntándose por qué los francmasones franceses entregaron a Estados Unidos la Estatua de la Libertad para que la colocasen en el puerto de Nueva York; o por qué Mitterrand encargó una pirámide de cristal con la forma de la Gran Pirámide de Gizeh para conmemorar el bicentenario de la Revolución francesa; o por qué Harry Truman, francmasón del Grado 33, contribuyó a la creación del nuevo Estado de Israel; o por qué George W. Bush hizo el juramento presidencial sobre la Biblia masónica de la Gran Logia de Nueva York.
Este tipo de actos inspiran la sospecha de conspiraciones mundiales en torno a esta suerte de religión secreta y laica, pero pese a tanta bibliografía se repiten los tópicos sobre los masones: que su fundación, según algunas fuentes, se remonta a la antigüedad; que ha influido en los acontecimientos más importantes de la Historia de España –incluido el fin del Imperio– y del mundo... ¿Pero, qué son, dónde están los masones hoy en día? Se suelen citar nombres ilustres de la política y la cultura, e incluso del deporte y el cine, para dar empaque a esta organización. Y, en verdad, todo apunta a que esta se encuentra muy viva: por ejemplo, Fernando Amado vio que «(casi) todas las puertas conducen a esta logia», al menos en Uruguay, donde, recientemente, se ha construido un nuevo palacio masónico que alberga ocho templos, prueba de que la masonería no ha parado de crecer, en agrupaciones y número de adeptos, con miembros femeninos, algo que tradicionalmente estaba vedado; incluso los gobiernos de José Mujica y Luis Lacalle Pou han tenido entre sus filas integrantes de la masonería.
Es en la parte más meridional de América donde hay mucha presencia masónica, como demostró en Masones argentinos Mariano Hamilton, que escribía que, pese a que la gente creer saber mucho sobre masonería, nadie la conoce demasiado porque, básicamente, es una organización discreta. En su país, se cuenta, catorce presidentes, seis vicepresidentes y quince miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación fueron masones, lo que nos lleva a pensar que, inevitablemente, si la masonería se mueve en ambientes de poder político tendrá una incidencia en los acontecimientos históricos.
En todo caso, pese a que se le intenta colocar referentes muy antiguos, en realidad John Dickie, en La Orden. Una historia global del poder de los masones, explica que la masonería fue fundada en Londres en 1717 con una intención de hermanamiento y fraternidad, de filantropía y espiritualidad; hombres como George Washington acogieron sus axiomas con agrado a la hora de concebir la nueva nación norteamericana –en el Capitolio hizo enterrar toda una serie de símbolos masónicos–, pero incluso la Iglesia mormona y la mafia siciliana también se nutrieron de sus ideas y objetos (durante las invasiones napoleónicas se expandió por Nápoles a través de la logia ultrasecreta de los «carbonari» y después un fanático antimasónico, Antonino Capace Minutolo, creó una sociedad secreta reaccionaria, los «calderari», que defendía el cristianismo y buscaba destruir el resto de logias).
En este sentido, John Dickie afirma en su nuevo ensayo que la sociedad moderna debe mucho a los masones, aunque entre sus normas quede claro que no admite a personas que pretendan con ello obtener ventajas de carácter personal. La idea era construir un espacio en que hubiera una amable convivencia, libertad religiosa e interés por la ciencia o la historia. Lo cual vino acompañado, y este es el quid de la cuestión, de su halo legendario y enigmático, de una necesidad de confidencialidad. Es más, hay un juramento de silencio que hacen los francmasones durante su iniciación. Garibaldi, Bolívar, Conan Doyle, Goethe, Nat King Cole, Henry Ford, Oscar Wilde, Walt Disney, Winston Churchill, Duke Ellington... son algunos de quienes accedieron a los rituales y compromisos que implica ser masón. La Iglesia católica intentó antaño erradicar esta logia, así como los dictadores fascistas del siglo pasado, pero la organización ha sobrevivido y se calcula que hay más de seis millones de francmasones hoy en todo el mundo.
  • La orden. Una historia global de la historia de los masones, (Debate) de John Dickie, 496 páginas, 26,90 euros.

¿CREARON EL MUNDO MODERNO?

Por Ángeles López
¿Son, los masones, los sombríos relojeros invisibles que marcan el reloj de la historia? ¿Quiénes son, por qué incitan al odio, la devoción fanática y el ridículo ocasional? ¿Por qué se convirtió en el credo de la nueva nación americana? ¿Cómo terminó el ojo masónico, que todo lo ve, en el billete de un dólar?
John Dickie responde esas preguntas y a muchas más. Además de recordarnos que la masonería acepta la ciencia galileana de que la tierra se mueve alrededor del sol y, por tanto, el astro siempre estará en su equinoccio en alguna parte, nos explica cómo saturaron la Historia posterior a la Ilustración. Cinco reyes de Inglaterra, catorce presidentes de los Estados Unidos, Goethe, Casanova, el duque de Wellington, Churchill, Disney, Mozart, Franklin o Kipling... todos ellos, y muchísimos hombres relevantes más, pertenecieron a logias. En la década de 1960, uno de cada doce hombres adultos estadounidenses era miembro de alguna, incluido el astronauta Buzz Aldrin, quien establecería un Tranquility Lodge en la luna durante la histórica misión Apolo 11. En la actualidad se ha reducido a más de seis millones de miembros en todo el mundo. Como ya hiciera con Historia de la mafia y Cosa Nostra, su inmersión en el papel que la masonería ha ejercido es tan exhaustivo como divulgativo, recordándonos que fueron responsables de la Revolución Francesa y anatematizados por el Vaticano, Adolf Hitler, Franco, Mussolini y el régimen comunista chino.
Dickie podía haber comenzado en Edimburgo a fines del siglo XVI o en Londres a principios del XVIII, porque fue en esos lugares donde los masones despegaron, construyendo una red flexible pero efectiva de logias que funcionaron como una especie de gremio para la élite de los oficios de la construcción y los trabajadores de la «piedra libre». El autor regresa a esas ciudades en los capítulos tercero y cuarto del libro, narrando la transformación de las primeras asambleas así como la compleja creación de mitos que la acompañó. Pero, el libro comienza en Lisboa en 1743, con la infame historia de Coustos, un francmasón suizo detenido, juzgado y torturado por la Inquisición portuguesa por vender lo que se conocería entre los adeptos como el «Oficio».
Promovieron la tolerancia religiosa, el pluralismo y la libertad de conciencia, junto con un igualitarismo formal entre sus miembros, quienes sin rechazar la jerarquía y las diferencias de estatus trataban a sus compañeros como personas de igual dignidad y valor. Los albañiles alentaron el aprendizaje y la investigación científica, apoyaron obras de caridad y fomentaron un enfoque pragmático y utilitario de los negocios. Sus logias sirvieron como laboratorios para una especie de constitucionalismo práctico que capacitaba a los miembros en formas protodemocráticas de autoorganización y autogobierno. De esta manera, los masones, como se desprende de estas páginas, hicieron su contribución al mundo moderno. El autor, nieto de masón y admirablemente imparcial en su tratamiento de la sociedad secreta, hace un trabajo admirable al rastrear la evolución de la masonería a lo largo de seis siglos.

Lo mejor

Dickie no ha escrito este libro para académicos profesionales. Ha abordado una obra amplia, sintética, finamente elaborada y muy bien concebida.

Lo peor

La triste reflexión final: «Podríamos hacer algo mejor que contemplar cómo “una forma de comunidad nacida en una era global anterior” luchó para actuar en comunidad».