Todo Buero Vallejo: hasta el final de la escalera
El especialista en la figura del dramaturgo, Javier Huerta Calvo compendia de manera completa su producción teatral
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A finales del pasado año se cumplieron setenta y cinco años del estreno de «Historia de una escalera», de Antonio Buero Vallejo (Guadalajara, 1916 - Madrid, 2000). Su actual reposición y buena acogida de público en el teatro Español de Madrid prueban la vigencia de la obra dramática de quien es ya todo un clásico literario. La publicación en la Biblioteca Castro, a cargo del especialista Javier Huerta Calvo, del primer volumen de su «Obra completa» compendia su producción teatral desde la mencionada obra (1949) hasta 1975, en que se estrena «La Fundación». Esta oportuna y rigurosa edición invita al admirado recordatorio y renovado estudio de esta esencial figura del teatro español contemporáneo. Tras las penalidades que vivió en la Guerra Civil y la postguerra –padre militar fusilado por los republicanos, sentencia de muerte conmutada por años de cárcel a cargo de los nacionales–, «Historia de una escalera» se vería galardonada con el Premio Lope de Vega, al tiempo que suponía una auténtica convulsión en los medios escénicos del momento. Representaba la eclosión del realismo crítico –neorrealismo en el entonces lejano contexto europeo–, la representación de la vida cotidiana de la clase trabajadora, sus expectativas y desilusiones familiares en una escalera de vecinos. A este ámbito del retrato social y sus derivas éticas pertenecen «Hoy es fiesta» (1955), encuentro vecinal y festivo en la azotea del edificio que habitan seres marcados por las complicidades y también desencuentros de una tensionada comunidad; y «Las cartas boca abajo» (1957), donde se muestran los sinsabores económicos y frustraciones profesionales de un modesto docente universitario; la realidad en estado puro. Este teatro tiene, más allá de su calidad literaria, un valor de registro documental y testimonio civil.
Alegato contra la tortura
Aunando Buero Vallejo la reflexión histórica con la reivindicación social, y ambas cuestiones, no cabe olvidarlo, en pleno franquismo, encontramos en este volumen obras como «Un soñador para un pueblo» (1958), recreación de la figura –y el motín popular, alentado por parte del clero y la nobleza de Esquilache–, el ilustrado primer ministro de Carlos III; y «Las meninas» (1960), donde se reflexiona acerca de la función social del artista, aquí Velázquez, impelido a la denuncia de las lacerantes injusticias de su entorno; sin olvidar «El sueño de la razón» (1970), que toma como pretexto el conocido grabado de Goya, mostrando este en sus últimos días y desde su adscripción a la Ilustración, una atribulada conciencia de fracaso personal; y «La doble historia del doctor Valmy» (1968), el demoledor alegato contra la tortura, que acarrearía no pocos problemas con la censura por su decidida y valiente defensa de los derechos humanos. Al período aquí compendiado pertenecen también obras encuadradas en el registro simbólico y metafísico del teatro de Buero. «El tragaluz» (1967), por ejemplo, sitúa la acción en el sótano donde se refugia un grupo de vencidos en un enfrentamiento guerracivilista; tan sólo atisban el exterior a través de un ventanuco, en lo que supone una lúcida revisión del mito de la caverna platónica. O «El concierto de San Ovidio», obra ambientada en el siglo XVIII, que presenta la humillación sufrida por un grupo de músicos ciegos al ser engañados por un taimado empresario parisino; toda una parábola sobre la dificultad de percibir adecuadamente la realidad. Y «La Fundación» –«una obra maestra para cerrar una época», la califica el editor–, donde un grupo de escritores y científicos se hallan en una residencia para desarrollar sus capacidades creativas, pero en realidad, como se va descubriendo paulatinamente, se trata de una prisión para presos políticos; la punzante analogía crítica con el tardofranquismo está servida. En la introducción al volumen, un auténtico ensayo por su rigor y extensión, se lee que esta obra supone «la utopía y la distopía disputándose la primacía en el complejo universo trágico de Buero»; unas palabras estas perfectamente aplicables a buena parte de la literartura del dramaturgo. En estas páginas preliminares se cita un párrafo del discurso de Buero Vallejo al recibir, en 1986, el Premio Cervantes: «Me conforta suponer que, si se me ha concedido porque deleité algo, también se me habrá otorgado porque algo inquieté»; «Inquietar deleitando», como bien señala Javier Huerta, a modo de eficaz síntesis de la dramaturgia de este imperecedero clásico, ahora editado con impecable pulcritud crítica.