Icíar Bollaín aterriza en la Concha para recordarnos que todas podíamos haber sido Nevenka
La directora recupera, en la segunda jornada del Festival de San Sebastián, el escandaloso episodio de acoso sexual sufrido por la concejala de Ponferrada, Nevenka Rodríguez
Espanta comprobar, con la distancia generacional obligada del tiempo, la impunidad patriarcal absoluta con la que hace veinte años en este país se podían emitir públicamente juicios misóginos, exabruptos condenatorios y señalamientos en direcciones equivocadas que, en lugar de apuntar al culpable, se dirigían siempre hacia la víctima. Cómo aguanta, por qué consiente, en qué momento se le ocurre volver con el agresor, por qué no se apartó, cómo es posible que se dejara hacer lo que no quería que le hiciesen. No existía ningún tipo de concienciación social real sobre las consecuencias de los abusos de poder machistas, de sensibilización con respecto a las diferentes violencias ejercidas contra la mujer no siempre necesariamente físicas, de mediación colectiva comprometida con el respeto.
La ignorancia compartida por parte de una sociedad encallada en la casposidad recalcitrante del conservadurismo amarillista, el chismorreo facilón, la ligereza del comentario inapropiado y la osadía de quien nunca lo ha vivido propiciaban que las actitudes de encubrimiento y camaradería predominasen en los ambientes laborales o que algunas voces televisivas llegaran a afirmar, en la cumbre argumental del más absoluto surrealismo, que cómo una chica con estudios y con un acceso privilegiado al conocimiento podía haberse dejado acosar por alguien. Ese alguien era Ismael Álvarez, alcalde de Ponferrada. Esa chica, Nevenka Rodríguez, una concejala del Partido Popular de 26 años de la misma localidad leonesa, víctima de un agónico y exasperante episodio de acoso y agresión sexual que en el año 2000 generó un considerable revuelo social en España tras convertirse en la primera mujer española que denunció y logró conseguir la condena de un cargo político por tales motivos.
Ahora, la cineasta Icíar Bollaín, como respuesta a la propuesta de los mismos productores de "Maixabel", su anterior trabajo –también presentado en el certamen donostiarra hace tres ediciones–, rescata la mirada y la perspectiva de la víctima para desgranar todo aquel maremágnum informativo que se produjo y transformarlo en material de largo con "Soy Nevenka", película que se ha presentado hoy en la Concha durante la segunda jornada del Festival y con la que la directora de "También la lluvia", vuelve a escoger como ya ocurriera en la mencionada "Maixabel", un suceso que parece pertenecer a la intimidad reducida de una circunstancia personal pero que en realidad ejemplifica las sombras y las grietas de acontecimientos paradigmáticos que nos ayudan a leernos y a intentar explicarnos como sociedad. En la cinta de Blanca Portillo y Luis Tosar era el perdón y aquí el silencio.
"Había sido madre hacía unos meses y recuerdo estar un poco desconectada de la realidad informativa en ese momento. No recuerdo seguir con mucha intensidad todo el asunto de la denuncia pero lo que sí que recuerdo es que no me llegó simpatía de la figura de Nevenka, el retrato que se hacía de ella era bastante antipático y cuanto menos ambigüo", rememora Bollaín en entrevista con LA RAZÓN sobre su recuerdo del tratamiento del caso. Tanto Maixabel como Nevenka, a pesar de la distancia formal de sus vidas y relatos, forman parte tal y como admite la propia directora, de ese mapa de "mujeres que han hecho algo que las trasciende y que, aunque lo hicieran quizás en un primer momento por motivos personales para resolver cuestiones íntimas, aquello coge una trascendencia que de pronto hace que se convierta en algo más. En el caso de Nevenka fue una adelantada, una mujer valiente que se atrevió a denunciar cuando nadie lo hacía".
"Nevenka fue una adelantada que se atrevió a denunciar cuando nadie lo hacía"Icíar Bollaín
Esa capacidad de sobrepasar el umbral de lo propio que referencia la cineasta, se traduce en "Soy Nevenka" en la identificación inmediata con el sufrimiento de una joven repleta de vida y ganas de desarrollar su carrera profesional que de la noche a la mañana se ve envuelta en una espiral de hostigamiento insoportable. De cristalino abuso de poder y de acoso insostenible a través de sutiles y dolorosas muestras de insistencia, amenazas y llamadas de atención constantes amparadas por la familiaridad sectaria de una ciudad pequeña y que desembocan en agresión cuando decide alejarse emocionalmente de la figura de Ismael: un hombre insidioso, acaparador, caciquil y astuto, mayor que ella, incapaz de aceptar el rechazo y miembro de su propio partido político ostentando un cargo superior, con el que mantuvo una breve relación.
Una historia, al cabo, con la que tantísimas mujeres pueden experimentar un proceso inmenso de empatía y tantos otros hombres de vergüenza e indignación con las pequeñas gotas de asfixia depositadas en la cotidianidad de un entorno aparentemente seguro como el del trabajo durante todo el calvario sufrido por esta concejala que terminó ganando la batalla judicial pero perdiendo estrepitosamente la social dentro de todo aquel lodazal paralelo que se produjo y que tuvo que trasladar su residencia a Londres cuando todo el proceso judicial terminó. "Soy Nevenka" podríamos decir que opera en ese sentido como un acto de reparación colectiva, de disculpa tardía.
Sirviéndose de una estructura excesivamente rígida y depurada que rechaza la porosidad visual de lo cinematográfico y se entrega de manera innecesaria al asepticismo narrativo, la película protagonizada por unos excelentes Mireia Oriol y Urco Olazabal, muestra la cronología de los detalles del caso y establece un retrato escalofriante del in crescendo abusivo de la obsesión de Álvarez, de qué manera operan y fluctúan los patrones que determinan el ejercicio en sí mismo del acoso. "No concebía hacer esta película si Nevenka no estaba de acuerdo. Había que mantener muchísimas conversaciones con ella y en ese sentido, es un ejercicio muy generoso el que ha hecho a la hora de contarnos. También hablamos con gente de su entorno en Ponferrada y periodistas que nos fueron dando una visión de esa época y de esos años. Ha estado permanentemente presente en todo el proceso de rodaje", comenta.
"No concebía hacer esta película si Nevenka no estaba de acuerdo"Icíar Bollaín
Y añade: "El cine te da la oportunidad de poder visualizar los lugares en los que ocurren las cosas y en ese sentido, aquí vemos ese Ayuntamiento, esas calles, esa casa, porque las cosas siempre tienen un contexto y no es que Ponferrada fuera diferente al resto de España: esto se podría haber contado y podría haber ocurrido -de hecho está pasando, como el caso horrible que hemos conocido en Francia recientemente- en cualquier otro lugar", comenta sobre la idoneidad de dotar de imágenes una historia tantas veces escuchada o leída, pero tan pocas vista a excepción del reciente documental de Netflix.
"Cuando el acosador en este caso es el tipo más poderoso de una ciudad en la que todo el mundo se conoce, romper con todo y salirse del molde es tremendamente valiente", completa. Uno de los elementos clave que transforman la situación sufrida por Nevenka en materia de debate social reside, de nuevo, además del aberrante tratamiento mediático que se produjo en aquel momento del caso y de la dificultad para entenderlo, en los límites del consentimiento. "A ella se le complicó todo, efectivamente, porque tuvo una breve relación con él. Creo que, si no la hubiera tenido, no habría habido tanta sospecha. La palabra ‘‘consentimiento’’ no estaba entonces en el lenguaje común y todos los comentarios apuntaban al ‘‘te lo has buscado’’. Quiero pensar que hemos cambiado, que ahora sería impensable que se produjese ese tratamiento en los medios y también que la gente reaccionara de una manera tan injusta. Quiero pensar que podemos entender, al menos algunos, que alguien que ha dicho que sí en un momento dado ahora dice que no. Y hay que aceptarlo". Sin excepciones, ni peros, ni añadiduras, ni matices. Siempre.