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Morir de frío en los frentes olvidados de la Guerra Civil

La guerra no se detuvo durante los inviernos entre 1936 y 1939. Más allá de la conocida batalla de Teruel, la guerra total impuso dramáticos combates a miles de luchadores de ambos bandos en unas condiciones extremas, a más de 21 grados bajo cero, hambrientos, a la intemperie y mal equipados
Caravana de camiones franquistas en el Alto Tajo
Caravana de camiones franquistas en el Alto Tajo Desperta Ferro
La Razón

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En la memoria colectiva de este país el episodio de la batalla invernal de Teruel ha quedado como un hito de las cotas del sufrimiento humano que pueden alcanzarse en los conflictos bélicos modernos, que no dan tregua ni siquiera en las condiciones climáticas más extremas. Historiadores como Antony Beevor han visto Teruel como un anticipo de Stalingrado. Como en la gran batalla de la Segunda Guerra Mundial, en la capital bajoaragonesa dos ejércitos de masas mataron y murieron en un combate urbano de pesadilla, con civiles atrapados entre las ruinas, padeciendo todos en la intemperie el desplome del mercurio en un invierno particularmente cruel.
Pero en España hubo una multitud de «pequeños terueles» en 1936-1939, combates librados bajo la ventisca en frentes olvidados, que no han dejado huella en el recuerdo histórico, y que sin embargo supusieron sufrimiento sin cuento para miles de combatientes. Como la defensa del Vértice Sierra, en el Alto Tajuña, fortificado por reclutas en alpargatas durante el invierno más crudo del siglo XX. O como el desdichado paso del Alto Tajo el 25 de enero de 1939, cuando apenas quedaban un par de meses para el fin oficial de la guerra, cuando casi diez mil hombres dirigidos por el antiguo albañil anarquista Cipriano Mera emprendieron un ataque desesperado para tratar de salvar Cataluña. La operación se puso en marcha en mitad de un temporal. La crecida del Tajo impidió tender tres de las cuatro pasarelas previstas, y la única desplegada fue destruida por una crecida, dejando a varios centenares de soldados aislados en territorio enemigo. El ataque resultó un fracaso y estuvo cerca de convertirse en un auténtico desastre, con la tropa totalmente desmoralizada, mal equipada para soportar el clima, lo que costó a Mera decenas de bajas por enfermedad.
[[H2:«Triángulo de hielo»]]
El combate librado bajo unas condiciones de frío más extremas de toda la guerra civil fue probablemente la ofensiva guerrillera del invierno de 1937-1938 en la paramera de Molina de Aragón, en pleno «triángulo de hielo» español. El grueso del ejército sublevado –más de doscientos mil hombres apoyados por abundantísima artillería, carros y aviación– se encontraba desplegado en Guadalajara, listo para asaltar Madrid en lo que Franco esperaba que fuera la batalla definitiva. El asalto republicano sobre Teruel les tomó por sorpresa, y el Caudillo tuvo que desplazar toda esa masa humana para auxiliar a la guarnición turolense. La precaria carretera de Molina, que unía Guadalajara con Teruel, se volvió repentinamente un objetivo estratégico de primer orden para la República, y el general Vicente Rojo dio la orden de que los guerrilleros que había estado encuadrando desde un año atrás emprendieran una campaña masiva de sabotajes contra esa vía. Es difícil negar la dimensión épica de la tarea. Un puñado de hombres decididos marchaba contra el corazón del territorio sublevado, donde se apiñaban centenares de miles de enemigos victoriosos, en un territorio inhóspito y en mitad de la tormenta perfecta. En el observatorio meteorológico de Molina se llegaron a alcanzar los -21 ºC, lo que suponía que en las cumbres en las que operaban los guerrilleros se alcanzasen probablemente los 30 bajo cero. Hubo muertes por congelación, y operaciones abortadas por la ventisca. Pero para los guerrilleros, no se trataba de una campaña de sabotaje más. Eran conscientes de que en esta ocasión tenían en sus manos influir en el destino de la guerra.
Entre los días 16 y 24 de enero los guerrilleros habían colocado noventa y dos cargas explosivas, que habían volado al menos cincuenta y siete vehículos y siete puentes. El desplazamiento de las reservas de los sublevados hacia Teruel fue una verdadera pesadilla logística. En algunas ocasiones, las partidas eran descubiertas y entonces la situación se tornaba dramática, con tiroteos breves y desesperados en los que un fracaso podía suponer el exterminio de todos los infiltrados. En la documentación militar aflora a veces una pizca de la brutalidad que subyacía tras la fría estadística de los sabotajes. Durante los compases finales de la batalla, una partida de guerrilleros detonó una carga bajo los pies de una patrulla enemiga. En su informe se recogen los gritos agónicos de los heridos en la oscuridad de la noche: «¡Ay, mi madre! Qué canallas de rojos, qué cosas nos ponen…».
Más allá de las grandes batallas, en España también se libró una guerra total, que puso a prueba todos los límites de quienes las padecieron. Su resistencia física, mental; así como al potencial del armamento moderno, pero también al hambre, a la intemperie, a los climas extremos.
Ficha técnica:
"Sin lustre, sin gloria. Toledo y Guadalajara, frentes olvidados de la Guerra Civil"
Luis A. Ruiz Casero, Desperta Ferro Ediciones
576 pp. 26,95€
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