¿Lorca, espía de Moscú?
Antes de ser asesinado en 1926, el poeta granadino fue acusado por parte del
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Antes de matarlo, a Federico García Lorca se le acusó de ser «un espía de Moscú». La inculpación corrió a cargo del mismo hombre que detuvo al poeta de Fuente Vaqueros sin orden alguna en casa de los hermanos falangistas Rosales. Aludimos a Ramón Ruiz Alonso, elegido en 1933 diputado de la CEDA por Granada.
Indagando en el Centro Documental de la Memoria Histórica, hallé en su día un documento inédito que acreditaba la pertenencia de Federico García Lorca a la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, cuya sede central se encontraba en la Avenida de Eduardo Dato número 9, de Madrid. Lorca se suscribió a la mencionada Asociación pagando una cuota inicial de cinco pesetas, que luego abonó como cantidad mensual fija para mantener aquélla en pleno funcionamiento.
El documento arrancaba con el siguiente texto dirigido a todos sus miembros: «El Comité provisional de los Amigos de la Unión Soviética somete a la consideración de todos los adheridos la necesidad de iniciar una suscripción para atender a los primeros gastos de constitución e instalación de la Sociedad y a la organización de sus actividades iniciales. Además, hemos creído conveniente que cada adherido haga constar la cuota que desea abonar mensualmente para sostener la marcha normal de la Asociación. Con la mayor premura se convocará una asamblea general de adheridos para el nombramiento del Comité nacional definitivo y el examen de las gestiones de este Comité provisional. En la casilla de “Observaciones” podrá cada interesado apuntar algún punto de vista urgente».
Lorca consignó en esa casilla simplemente un domicilio: «Lista, 6». El lugar donde firmó la suscripción. Tampoco olvidaba el denunciante Ruiz Alonso que el poeta granadino había estampado su firma, en calidad de «escritor», en el Manifiesto de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, publicado el 11 de febrero de 1933 y cuyo texto decía, entre otras cosas: «En casi todos los países del mundo (Francia, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos, Japón...) funcionan ya Asociaciones de Amigos de la Unión Soviética, cuyo cometido es poner claridad en el tumulto de las opiniones contradictorias, pasionales, y no pocas veces interesadas, sobre la URSS. España no podía seguir manteniéndose aislada de este gran movimiento internacional. Era necesario recoger todo ese ambiente difuso de curiosidad y de simpatía hacia la Unión Soviética, organizarlo y darle una base de documentación seria y actual; estudiar y exponer a la luz del día, sin ocultar ni desfigurar nada, los éxitos, las dificultades, los problemas de esta magnífica experiencia que supone para el mundo la construcción de una sociedad nueva.
La Asociación de Amigos de la Unión Soviética, situándose por entero al margen de los partidos y por encima de las tendencias y formaciones políticas, aspira a reunir a cuantos creen que el mundo no puede colocarse hoy de espaldas a lo que pasa en Rusia. Nuestra Asociación no tendrá más programa ni más bandera que decir y ayudar a conocer la verdad sobre la URSS, combatiendo con las armas de la verdad la mentira, la calumnia y la deformación. Para conseguirlo, la Asociación de Amigos de la Unión Soviética organizará en toda España conferencias documentales sobre la URSS, proyecciones de películas de tipo informativo, exposiciones con gráficos, fotografías...; publicará libros y materiales estadísticos; dará a conocer las conquistas y los problemas del socialismo en la Unión Soviética; organizará delegaciones obreras a aquel país; facilitará la organización de viajes de estudios; editará una revista ilustrada de actualidad consagrada a la vida de la URSS; organizará sesiones de radio para recibir las emisiones soviéticas de conciertos y conferencias informativas en español; encauzará el intercambio de correspondencia y de relaciones entre obreros, técnicos e intelectuales de ambos países».
Finalmente, se hacía constar en el Manifiesto: “Para el desarrollo eficaz de todas estas actividades, nuestra Asociación necesita contar en toda España con la adhesión individual o colectiva de representantes de todas las clases y de todas las tendencias políticas”.
¿Pero acaso el mero respaldo a ese manifiesto constituía por sí solo una prueba condenatoria contra García Lorca? Si así fuera, otros firmantes y suscriptores de la Asociación, como Rodolfo Llopis, afiliado a ésta previo pago de veinticinco pesetas y de cuotas mensuales de cinco pesetas, las mismas cantidades que Juan Negrín, deberían considerarse también reos de muerte.
Por no hablar de Victoria Kent, con diez pesetas iniciales y otras cinco cada mes, Manuel Machado, el arquitecto Fernando García Mercadal, los hermanos Pío y Ricardo Baroja, Gregorio Marañón, Pedro de Répide, Julián Zugazagoitia, Ramón J. Sender o Clara Campoamor.
RÍO DE TINTA
La muerte de García Lorca había hecho correr ríos de tinta ya desde 1950, cuando el hispanista británico Gerald Brenan, en su obra «The face os Spain», aseguró que había descubierto el lugar aproximado donde se inhumaron los restos mortales del poeta en el pueblo granadino de Víznar. Brenan fue el primer autor que destacó el intento infructuoso de Luis Rosales y de sus hermanos mayores, más influyentes que él, para salvar a Federico del odio y la inquina de las autoridades granadinas. Al año siguiente, el hispanista francés Claude Couffon, en su estudio «Ce que fut la mort de Federico García Lorca», despertó el interés por la muerte del poeta, pero cometió errores históricos, como calificar a Gil Robles de «campeón de la represión obrera», atribuyendo a Franco y Goded la Revolución de Asturias; o asegurar que los monárquicos estaban apoyados, «como siempre», por Falange y por la CEDA.