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Cuando la República vendió Mallorca a Mussolini

Manuel Aguilera Povedano publica un estudio en el que se demuestra, de nuevo, que, durante la Guerra Civil, España fue un juguete de las potencias europeas
Arzalia

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¿Se acuerdan de la famosa foto de Franco con Hitler en Hendaya, en 1940? Cuántas veces la ha utilizado la izquierda y los nostálgicos de la Segunda República para demostrar que el dictador español ponía a la venta el país en favor de los nacionalsocialistas. Pues ahora sabemos gracias al libro de Manuel Aguilera Povedano, doctorando de Alfonso Bullón de Mendoza, titulado El oro de Mussolini. Cómo la República planeó vender parte de España al fascismo, que esa foto podría haber sido a Azaña dando la mano a Mussolini, o al propio Hitler, en Mallorca o en Gran Canaria.
España fue un juguete de las potencias europeas. El MI6 británico ayudó a organizar el golpe de Estado de julio de 1936. Lo contó Peter Day en Los amigos ingleses de Franco (2015), relatando que el Reino Unido temía que en España sucediera lo mismo que en Rusia en 1917: tras la caída del zar, la proclamación de una República que por debilidad del resto de partidos, cayera en el comunismo. Todo apuntaba a eso, y el MI6 intervino para salvaguardar los intereses de su país. De hecho, en diciembre de 1935, Gil Robles advirtió a Henry Chilton, embajador británico, que una victoria electoral de la izquierda en febrero de 1936 supondría una revolución social, pero que la derecha se deslizaba hacia el golpe militar.
No solo fueron los británicos. Es conocida la historia, con mucha controversia, del «oro de Moscú». Fueron 707 toneladas de oro, de las que dos tercios se vendieron en Moscú y un tercio en París, con las que la República ingresó 710 millones de dólares. Ahí está el debate, sobre si Franco ganó porque tuvo más y mejor apoyo exterior que el Gobierno republicano, no por otras razones. Esto supone que la República intentó ganar a Franco vendiendo el oro y cediendo territorios a Italia y Alemania para dejarle sin aliados.
Araquistáin, embajador socialista en Francia y amigo de Largo Caballero, creía que esos aliados no estaban con Franco por una cuestión ideológica, sino por beneficio particular. La manera de comprarlos era ofrecerles territorio. Ese deseo del Gobierno republicano de venta de soberanía territorial llamó la atención de la Alemania nazi, con quien se negoció hasta en tres ocasiones. Los alemanes querían las Islas Canarias, y los españoles estaban abiertos a hablar. El asunto se paró, cuenta Manuel Aguilera, porque los nazis quisieron que el pacto quedara por escrito. Los republicanos no querían dejar rastro de aquello y se truncó el negocio. Más tarde, Juan Negrín, con la complicidad de Azaña y de Indalecio Prieto, repitió la operación, esta vez con Francia y el Reino Unido, intentando comprar su colaboración cediendo la soberanía de Cartagena y Mahón.
El hallazgo de Manuel Aguilera es otro: la prueba de que el Gobierno republicano ofreció a Mussolini la soberanía de las Islas Baleares, las Canarias, o de las posesiones en el norte de África si dejaba de apoyar a Franco. Aguilera encontró la documentación en la Universidad de Stanford hace quince años. Luego halló las pruebas de la compra de La Albufera de Mallorca y Son Sant Martí en un archivo, el Ufficio Spagna del Ministerio de Exteriores de Italia. La noticia encajaba con la carta de Federica Montseny, anarquista y ministra de la República, a Burnett Bolloten, el historiador, confesando la propuesta de cesión de Baleares o Canarias a Hitler.
La operación de venta que llevó a cabo el gobierno de la Segunda República se llamó «Schulmeister», el alias que pusieron al espía español que negoció. La idea fue de Luis Araquistáin, que convenció a Largo Caballero. Este socialista se lo comunicó a Manuel Azaña, quien dio su visto bueno, y a Álvarez del Vayo, ministro de exteriores. No se tomó acta de aquel acuerdo para que no quedara constancia. Lógico: la noticia de que el bando antifascista negociaba con los fascistas la cesión de territorio español no era la mejor propaganda.
El interés por las Islas Baleares no era nuevo. Es un lugar estratégico en el Mediterráneo, codiciado por todas las potencias. El caso es que en julio de 1936 casi todas las islas se pusieron de parte de los sublevados. La Generalidad de Cataluña quiso conquistar Baleares en agosto de 1936 y, tras bombardear Palma de Mallorca en varias ocasiones, llevó a cabo un desembarco. Lo hizo por su cuenta, sin apoyo del Gobierno de la República.
A principios de agosto, los sublevados de Baleares marcharon a Italia para pedir ayuda a Mussolini, quien envió al falso «conde Rossi», un teatral y pendenciero italiano llamado en realidad Arconovaldo Bonaccorsi. Según Manuel Aguilera este fue el gran error de Musolini, porque Rossi se ganó pronto muchas enemistades en Mallorca. La presencia italiana consiguió echar a los invasores, cuya retirada fue ordenada por Largo Caballero, y Rossi se presentó como «el Salvador». Franco permitió la ocupación de las Baleares porque servían de punto de partida para los bombarderos italianos.
Mussolini quería tener una ventaja geoestratégica en el Mediterráneo en previsión de una guerra con Francia. Qué mejor que las Islas Baleares. No quería llamar la atención de este país ni del Reino Unido, celosos del avance fascista. El plan que llevó adelante fue la compra de terrenos, la inmersión cultural y la colonización. El proyecto era italianizar ese territorio español para luego incorporarlo a Italia.
Rossi se puso al mando de la italianización, aunque fue el capitán Margottini quien dirigió los hilos por orden de Mussolini. No solo renombró calles, sino que creó campos de aviación y acondicionó el puerto. Mallorca se convirtió en una base militar y comercial italiana. En 1938 el Estado italiano compró más de 2320 hectáreas y 120 propiedades agrícolas en Mallorca para construir casas coloniales y crear un «centro de italianidad». Además, a través de una empresa pantalla, Celulosa Hispánica, adquirió cinco kilómetros de costa.
En esta situación, con las Baleares en manos de Mussolini, Araquistáin propuso negociar con Italia. España lo hizo a través del espía José Chapiro, nacido en Kiev y doctor en Filosofía. La primera reunión tuvo lugar el 7 de marzo de 1937 en Mónaco. La contraoferta fue el plan de Mussolini: 200.000 italianos a España, la mitad a las Islas Baleares. Esto suponía que uno de cada tres habitantes de las islas fuera ciudadano de Italia. Además, Mussolini quería instalar bases aéreas y una relación económica preferencial. El italiano rechazó Marruecos. No le interesaba. Quería Baleares.
Las negociaciones avanzaron, pero era imprescindible que no quedara nada por escrito. Fue entonces cuando intervino el Reino Unido, denunció la ocupación italiana, y Mussolini lo desmintió en el Daily Mail. Para Aguilera esa fue una de las claves, aunque no hay que desdeñar el curso de la guerra que empezó en 1939 como elemento determinante del abandono italiano, y que las tropas de Franco se hicieran cargo entonces de las Islas. Estamos, pues, ante un libro cuyo descubrimiento será de cita ineludible.
  • El oro de Mussolini (Arzalia), de Manuel Aguilera Povedano, 224 páginas, 18,95 auros.