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Galípoli: el cementerio marino de la Gran Guerra

El gobierno turco muestra su inmenso patrimonio sumergido compuesto por decenas de pecios hundidos que resultaron altamente determinantes en la I Guerra Mundial
La Razón

Turquía Creada:

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El viento azota con fuerza desde primera hora y el barco se mueve de costado a costado en un vaivén que dificulta la preparación de las cámaras. A 18 metros de profundidad descansan los restos de un acorazado repleto de bombas y diezmado tanto por la guerra como por la crisis. El acero era un bien escaso y, a pocos metros de la superficie, había muchas toneladas. Anastasia me acompaña en esta inmersión y decidimos esperar a que el resto de los buceadores salte al agua y despejen la cubierta. La fuerza de la corriente y las olas convierten el inicio de la inmersión en una aventura. Nos lanzamos sin chequear el equipo por las prisas de dejar atrás esta noria en la que se ha convertido nuestra embarcación, y a pocos metros de profundidad me doy cuenta de que he olvidado conectar el latiguillo del traje seco y la presión aprieta el rígido tejido contra mi cuerpo.
Con la cámara a cuestas y la fuerte corriente que me obliga a no soltar el cabo de descenso, se me hace difícil resolverlo. Mi compañera ya se encuentra a varios metros de profundidad, pero, por suerte, uno de los guías turcos se cruza en mi camino y con gestos consigo indicarle que me ayude a conectarlo sin necesidad de ascender. Mis pulsaciones se han disparado por el esfuerzo contra la corriente, pero una vez desciendo unos metros, entro en un entorno de paz y claridad. Hasta donde alcanza la vista, solo hay restos esparcidos. Queda la huella del desastre pero ni rastro de la estructura de lo que un día fue un buque de guerra. Si no fuera por el agua, este lugar se asemejaría más a un inmenso derrumbe ocasionado por una catástrofe o a una ciudad bombardeada que a un barco hundido.
Proyectiles esparcidos entre los restos de HMS Majestic.
Proyectiles esparcidos entre los restos de HMS Majestic. Gonzalo Pérez MataPHOTOGRAPHERS
Somos testigos de las cicatrices del tiempo y de la guerra; de la historia, pero el tipo de historia que no aparece en los libros y que está esperando a que algunos locos desciendan en su búsqueda. Al cabo de unos minutos descubrimos tres proyectiles sin detonar con el metal totalmente colonizado por el paso de los años. Desciendo a escasos centímetros para fotografiarlos de cerca y mi compañera me pide prudencia. El acorazado de la Royal Navy «HMS Majestic» había fondeando lo más cerca posible de la costa para no correr la misma suerte que el «HMS Triumph», hundido dos días antes por el submarino «U-21». Churchill era consciente de que ya era un navío viejo pero pensó que podría pasar fácilmente los Dardanelos y llegar hasta Estambul. La tripulación, en cambio, tenía la moral tan baja que llegó a agotar la última botella de champán, pensando que acabarían en el fondo de mar. A pesar de que el barco estaba rodeado por redes antitorpedo, el comandante Otto Hersing consiguió atravesarlas con dos proyectiles que impactaron contra el costado de babor y provocaron su hundimiento en 1915.
Hasta ahora, la península de Galípoli no figuraba en los mapas habituales de buceo. «De un lugar del que nunca has oído hablar llega una historia que jamás olvidarás», reza la leyenda de la película dirigida por Peter Weir en 1981 sobre una serie de campañas militares por parte del Imperio Británico, Francia, Australia y Nueva Zelanda contra el Imperio Otomano con el objetivo de controlar esta península durante la Gran Guerra. Las operaciones dejaron decenas de navíos hundidos en las costas turcas. Efectivamente, este es un lugar desconocido para la mayoría de los aficionados al buceo en barcos hundidos, pero el gobierno turco se ha propuesto ponerlo en el mapa mostrando los restos de un importante patrimonio sumergido que fue determinante en la Primera Guerra Mundial y que contiene decenas de pecios de navíos tanto propios como del bando enemigo que participaron en las distintas contiendas navales durante ese periodo.
Al norte de Suvla Cove, con el agua cristalina, nada más sumergir la cabeza podemos ver los restos del «HMS Louis», un destructor clase Laforey construido para la Marina Real Británica en 1912. Al estallar la guerra, la flotilla estaba en Harwich. El «Louis» permaneció allí hasta octubre de 1915, cuando fue enviado a los Dardanelos. El barco encalló tras chocar con un remolcador y fue pintado del color de las rocas para camuflar las operaciones de rescate nocturno de los británicos. Algo más de la mitad de este barco de 82 metros de eslora se encuentra sobre el fondo a 13 metros de profundidad. El resto se haya enterrado y va surgiendo del lecho marino sin llegar a asomarse lo suficiente como para mostrar el casco. Parece más bien un escenario levantado sobre la arena en el que lo más llamativo son las cuatro grandes calderas que han permanecido enteras en el tiempo. Estas estructuras cilíndricas son el motivo principal para los fotógrafos submarinos que visitan el naufragio. Su interior sirve de cobijo para especies como el congrio, que han encontrado en esos armazones metálicos un lugar donde refugiarse en mitad de la planicie.
Pecio Capitán Franco
Pecio Capitán FrancoGonzalo Pérez MataPHOTOGRAPHERS
Algunas millas al sur, también en Suvla, descansa un pesquero asignado al barrido de minas al estallar la guerra. El «Lundy», construido en 1908 con una eslora de 33,6 metros y hundido el 16 de agosto de 1915, reposa sobre la arena a 27 metros de profundidad casi intacto excepto por los daños en la parte posterior causados por la colisión fatal con el remolcador Kalyan. Me alejo varios metros y, gracias a la buena visibilidad y las dimensiones del barco, consigo encuadrar el pecio al completo con mi cámara mientras mis compañeros navegan por la cubierta creando columnas de burbujas. Muy cerca de esta localización y a 30 metros de profundidad se encuentra una barcaza destinada al transporte de soldados hasta la orilla durante los desembarcos. De una sola pieza y muy bien conservada, su superficie está repleta de colonias de esponjas y gruesos cabos enroscados. Se trata de una inmersión sencilla y es posible bucear por dentro del casco, colándonos entre los baos, lo que nos da la sensación de estar dentro de una jaula.
El último día nos depara uno de los platos fuertes. No se trata de un pecio de la Primera Guerra Mundial, sino de un enorme carguero con bandera griega de 120 metros de eslora que reposa sobre el costado de babor entre 26 y 44 metros de profundidad. El «Capitán Franco» pertenecía a la flota de cargueros Franco Shipping Group, fundada en 1948. Nos preparamos para una inmersión más compleja debido a la profundidad y la fuerte corriente. Descendemos por el cabo, y el imponente pecio no tarda en aparecer. Sobre las barandillas de la cubierta inclinada del barco, grandes gorgonias rojas se mezclan con redes que cuelgan como telas de araña gigantescas atrapando todo lo que se topa con ellas. Buceamos paralelos al barco en dirección a la popa en busca de la enorme hélice. El aire de nuestras botellas se vuelve denso a cada metro que descendemos y los minutos de descompresión se van acumulando en nuestros ordenadores de buceo.
Me alejo del pecio en busca de una imagen que muestre su grandeza y lo que descubro es lo insignificante y vulnerable que resulta en medio del azul volcado sobre la arena. Ascendemos por el costado de estribor, convertido en un inmenso tapiz de gorgonias por el transcurso del tiempo. De vuelta en el cabo de ascenso, y tras 45 minutos de inmersión, todavía queda un largo camino hacia la superficie para eliminar el nitrógeno de nuestro cuerpo. Sin duda, una de las inmersiones más emocionantes de este viaje de descubrimiento. Es posible que no hayan oído hablar del Parque Histórico Subacuático de Galípoli, pero sin lugar a dudas, este cementerio de naufragios está destinado a ocupar un lugar destacado entre los mejores destinos para los amantes de la Historia sumergida.