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El Festival de Cannes se inaugura huyendo de polémicas y abrazando a Meryl Streep

La 77ª Edición del Festival de Cannes se abrió entre llovizna, nuevas acusaciones de abuso sexual, amenaza de huelga y un sentido homenaje a Meryl Streep
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

Cannes (Francia) Creada:

Última actualización:

Caía una suave llovizna en Cannes, pero no fue suficiente para sofocar los ánimos en la Croissette, que están más que caldeados. El director artístico, Thierry Frémaux, insiste en que esta 77ª edición huirá voluntariamente de toda polémica, que solo importan las películas, aunque la polémica, por mucho que no quiera, parece pisarle los talones. Durante el último mes circuló en redes sociales y en las comidillas de la industria que el grupo Mediapart haría pública una lista de personalidades del cine francés que han cometido abusos sexuales con impunidad y alevosía, algo que fue desmentido in extremis por la empresa mediática el pasado lunes. Justo el mismo día en que la revista "Elle" informaba de que Alain Sarde, uno de los productores más prestigiosos de la industria gala (cuenta en su currículum con filmes de Godard, Polanski, Lynch, Moretti y Tavernier, entre otros), ha sido acusado por nueve mujeres de cometer violaciones y agresiones sexuales.
Lo que decíamos: Frémaux no quiere entrar en polémicas. Tampoco le apetece hablar de la huelga con la que amenazan doscientos trabajadores del festival, que se quejan de jornadas draconianas a salarios bajísimos. Tampoco quiere pronunciarse sobre la guerra en Gaza, no sea que pase como en Eurovisión (o en la pasada Berlinale) y haya que empezar a cancelar alfombras rojas. El ayuntamiento de Cannes ha prohibido cualquier manifestación de protesta, blindando a las estrellas de los peligros del activismo político. Cannes es un perfecto termómetro para medir los límites de lo decible, y está claro que la geopolítica mundial está afectando al modo en que el cine puede atreverse a posicionarse políticamente. Lejos queda el 2022, cuando Zelenski se dio un baño de masas en la ceremonia de inauguración vía videoconferencia. Ahora, como demostró el discurso del cineasta Jonathan Glazer en los Oscar, no están bien vistas opiniones que se perciben como polarizadas. Si, por si las moscas, hay que nadar y guardar la ropa, uno se pregunta qué hará Fremaux con Mohammad Rasoulof, director de “The Secret of the Sacred Fig”, que compite en sección oficial, y que ha escapado de Irán para librarse de los ocho años de prisión a los que había sido condenado por su gobierno. ¿Fremaux será, también, equidistante? Mientras tanto, en la ceremonia de la inauguración, hubo alusiones veladas al #metoo, y las mujeres ocuparon el foco de todas las miradas: Greta Gerwig hizo los honores como presidenta del jurado y Meryl Streep recogió, emocionada, su merecida Palma de Oro a una carrera sin mácula.
Quizás hay que tomárselo todo con un poco de humor, como lo hace el francés Quentin Dupieux en “Le deuxième acte”, que inauguraba ayer el certamen. Habitual de la Quincena de Realizadores, el prolífico director de “Mandíbulas” se estrena a concurso con una película que aborda temas como el #metoo, la cultura de la cancelación y los estúpidos mandatos de lo políticamente correcto, con su habitual reducción del mundo al absurdo tomando a la industria del cine -y, en especial, a los actores- como centro de sus dianas. Como si fuera “La noche americana” imaginada por el Buñuel de “El discreto encanto de la burguesía”, “Le deuxième acte” documenta el rodaje de una película poniendo en crisis la mirada del espectador, que no sabe situarse ante lo que puede ser el film filmado por Dupieux, el filme dentro del filme filmado por Dupieux, o el filme imaginado por una inteligencia artificial que se podría llamar Dios, o quizás el Diablo.
Para un cineasta que tituló “Reality” una de sus acostumbradas puestas en abismo, la ficción siempre acaba siendo más real que la realidad misma, y viceversa. “Le deuxième acte” puede parecer un divertimento, pero su endiablada, milimétrica estructura narrativa -que incluye dos planos secuencia invertidos que se reflejan, simétricos, al final del filme, recombinando a sus protagonistas, y que hace de la poética de la interrupción un hilarante juego retórico- esconde el poderoso talento de un cineasta que, en su infinita inventiva, es capaz de terminar su deliciosa película con el tercer acto más godardiano del cine reciente. Quentin Dupieux demuestra que, por suerte, el travelling sigue siendo una cuestión de moral, incluso en estos algorítmicos tiempos que detestan tomar partido.