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Crítica de "Tardes de soledad": miedo y asco a las cinco de la tarde ★★★★★

Dirección y guion: Albert Serra. Intervenciones de Andrés Roca Rey y sus apoderados. Fotografía: Artur Tort. Música: Marc Verdaguer. España, 2024. Duración: 125 minutos. Documental.
Roca Rey durante una de las corridas que aparecen en el documental de Serra
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

Barcelona Creada:

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Los que busquen una respuesta, una toma de postura, un a favor o en contra, van a encontrarse tan solos como el toro ante el torero, y viceversa. De eso se trata, suponemos: de que compartamos la soledad del título, que a todos nos concierne (es la de la muerte, que sale a pasear a las cinco de la tarde), y la de nuestra visión del mundo, desafiada por la áspera desnudez de las imágenes, que apela a ese “hacer visible” un acto, un espectáculo, una danza, una ejecución, que nunca habíamos podido percibir de esta manera. El resoplar del toro es también el respirar del torero: la balanza siempre se desequilibra en perjuicio del animal, pero hay un momento, que Albert Serra sabe filmar, en el que los dos pesan lo mismo. Nadie hasta ahora había pesado ese instante.   
Es lógico que las películas del cineasta catalán que se parecen más a “Tardes de soledad” sean “La muerte de Luis XIV” y “Liberté”, no solo porque orbitan obsesivamente alrededor de la muerte sino por la importancia que le otorgan al ritual, a la repetición de los gestos que invocan la plasticidad (decadente, violenta, hermosa) de ese punto de no retorno. Si, por ejemplo, los creyentes en las prácticas del sexo sadiano de “Liberté” intentaban llevar el placer a un estado liminar de la dominación y el sufrimiento que coqueteaba directamente con Tánatos, el torero peruano Andrés Roca Rey se pone en peligro cada vez que pisa la arena. 
Ese “ponerse en peligro” tiene que ver con saludar a la muerte sin protección, con buscar la misma emoción primaria que busca Serra cuando filma con tres cámaras digitales corrida tras corrida, para que, por acumulación, el espectáculo, que ignora (feliz idea) al público, va tornándose abstracto. No hay en la película ninguna intención didáctica, quién no sepa cuál es la mecánica del toreo saldrá de la sala igual de ignorante, porque de lo que aquí se trata es de encontrar imágenes vírgenes, sonidos atávicos, rojos sangrantes. La captación de lo real no desvela secretos, no se posiciona, más bien lo emborrona todo, casi como en una pintura de Francis Bacon: esa es la progresión dramática del filme, si es que existe alguna, más allá de esa muerte desgarradora que conmueve -la lágrima del toro, el cansancio de sus suspiros- y que asusta- las descarnadas cogidas del torero.
Entre las corridas, Serra graba las idas y venidas de la minivan de Roca Rey, llegando a o saliendo de la faena, con su cuadrilla, como un coro griego, jaleando sus talentos, mientras el torero, estoico, asiente o parece ausente. En esos paréntesis, atravesados por un oblicuo sentido del humor, la vida se hace presente desde la admiración, el miedo, el respeto. Y el silencio, que llega en ese hermoso momento en que Roca Rey se viste con el traje de luces, con una delicadeza casi evanescente, que es el silencio previo a un ritual que necesita abordarse en cuerpo y alma, un poco como lo hace Serra con el cine, dispuesto a no salir indemne del quite.
Lo mejor: 
Serra ha logrado una película de una enorme belleza y plasticidad.
Lo peor: 
Su neutralidad la convierte en instrumento perfecto para los que odian la tauromaquia y para los que la defienden.