Crítica de "Sangre en los labios": mi amante culturista ★★★★
Directora: Rose Glass. Guion: Rose Glass y Weronika Tofilska. Intérpretes: Kristen Stewart, Katy O’Brian, Ed Harris, Dave Franco. Reino Unido, 2024. Duración: 104 minutos. Thriller.
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“Ahora se habla tanto del arte del cine que corremos el peligro de olvidar que la mayoría de películas que nos gustan no son obras de arte”. En su mítico artículo “Trash, Art and the Movies”, Pauline Kael defendía placeres culpables como “Camino de la venganza” o “El presidente” frente a títulos presuntamente incontestables como “Petulia” o “2001, una odisea en el espacio”. Alérgica a las pretensiones del “arte elefante blanco”, por citar al crítico Manny Farber, Kael prefería disfrutar de un gesto, una escena, un hallazgo visual, un timbre de voz, que de una estatua de mármol sin defecto conocido. Ese elogio del “arte termita”, o del “trash” para diletantes del gusto, seguro que habría incluido en su canon esta “Sangre en los labios”.
A la película de Rose Glass le falta la inocencia de las películas que cita Kael, es muy consciente de haber nacido con la etiqueta de “cine de culto” como denominación de origen, lo que no quita que el resultado final sea saludablemente desprejuiciado. En estos tiempos en los que el cine ‘queer’ tiende a activar sus mensajes desde la militancia, es admirable ver una película ‘queer’ que lo es hasta la médula, en su esencia, de una manera natural, sin abanderar sus logros, presentando, por ejemplo, una relación lésbica de una forma directa, espontánea, sin explicarla en términos programáticos, y que, por extensión, entiende lo ‘queer’ como una poética de la transformación que afecta a su propia estructura narrativa, que está en constante movimiento, buscando ser otra para sorprenderse a sí misma, incluso corriendo el riesgo de fracasar en el camino, más enfangada en el material de derribo que en el arte activista.
Ese camino emparenta, de forma harto inteligente, el cine ‘exploitation’ con el ‘neonoir’ posmoderno de los ochenta -desde las películas de Alex Cox hasta “La iguana azul”, de John Lafia- y el cine de lesbianas asesinas de los noventa -por ejemplo, “Lazos ardientes”-, pasando por el primer cine de los Coen y detonando en el territorio de las ‘monster movie’, mientras toma como hilo conductor el romance ‘queer’ de las protagonistas: Lou (Kristen Stewart) regenta un gimnasio en medio de Nuevo México, en 1989, y se enamora de Jackie (Katy O’Brian), culturista vagabunda que acaba de conseguir trabajo en un campo de tiro propiedad, cosas del azar, del padre de Lou (impagable Ed Harris), aficionado a los insectos y los negocios sucios.
Rose Glass hace parada y fonda en asuntos de calado -la violencia doméstica, el trauma paternofilial, la adicción a las drogas- pero pasa por ellos sin ninguna intención ejemplarizante, como si fueran excusas para que el filme empezara a contar cadáveres, encadenara escenas ultraviolentas con desvíos lisérgicos -el demencial campeonato de culturismo en Las Vegas- y terminara con una reivindicación, decididamente ‘trash’, del empoderamiento femenino.
La palabra, tal vez, no es reivindicación, porque el tramo final está concebido desde la distancia irónica y ese desbordamiento de las formas propio de esas películas de serie B a las que no se les caen los anillos por decapitar a sus enemigos. Esa ironía se extiende, por supuesto, a la iconicidad ‘queer’ que explota Kristen Stewart, con un personaje que aprovecha para hacer una relectura de sus orígenes como chica prodigio del cine ‘teen’ en la saga “Crepúsculo” y convertirla en una antiheroína de sexualidad abierta y liberada, capaz de cometer crímenes atroces para proteger a esa amante que revienta cráneos como si fuera su más preciado superpoder.
Lo mejor:
Practica el cine ‘queer’ sin hacer bandera de ello, desde la mezcla de géneros y la metamorfosis de tonos y modelos.
Lo peor:
Tal vez alarga demasiado sus excesos, sobre todo en el tramo final.