Crítica de "Ferrari": de la muerte y la velocidad ★★
Director: Michael Mann. Guion: Troy Kennedy Martin. Intérpretes: Adam Driver, Penélope Cruz, Shailene Woodley, Patrick Dempsey. Estados Unidos, 2023. Duración: 130 minutos. Drama.
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«Ferrari, c’est moi», podría exclamar un flaubertiano Michael Mann. Estaría en todo su derecho: el octogenario director de «Heat» ha invertido treinta años en este proyecto, un «biopic» sui generis de Enzo Ferrari, primero piloto y luego empresario de coches que, dividido entre el amor por su mujer y su amante, aún sufriendo el duelo de su hijo muerto y sin reconocer a su bastardo, tiene que evitar la quiebra de su compañía. Hay algo en el tono vagamente crepuscular de «Ferrari» que es típico de las películas postreras o testamentarias, donde los grandes cineastas pasan revista a sus sueños.
Hay algo de ese tono que se contagia a la interpretación de Adam Driver, ensombrecida por la ambición del personaje, por su incapacidad para conciliar vida personal y vida profesional, impregnada de una cierta rigidez que acaso lastra la dimensión emocional de la película, que recae en una inspirada Penélope Cruz que reinventa el arquetipo de la «mamma» dolorosa en una interpretación eléctrica, tan ciclotímica como el alma de esa esposa herida, de lucidez abrumadora cuando se trata de hacer cuentas.
Cuando Ferrari afirma que las cosas que funcionan mejor tienden a ser más hermosas, parece que sea Mann quien habla: aquí la cuestión está en que la correa, el ventilador, el motor que hace que la película no se cale en el momento más inoportuno, emite ruidos sospechosos inaudibles para su creador, demasiado pendiente del autorretrato de un artista en crisis, que quiere conservar su independencia creativa aunque sea a costa de dejar víctimas por el camino. Con la excepción de «Heat» y «El dilema», la solidez narrativa no ha sido nunca el punto fuerte de Mann. Uno recuerda sus películas por su atmósfera extraña e ingrávida, a medio camino entre un romanticismo alucinado y una estilización neoclásica, pero da la impresión de que, en «Ferrari», la colisión entre el drama personal y las escenas de las carreras automovilísticas neutralizan la dimensión más imprevisible del cineasta norteamericano.
De hecho, «Ferrari» es una película sin atmósfera: no hay pasión en las escenas íntimas, al borde del cliché, poca tensión se fragua en los momentos que protagoniza Ferrari acorralado por la amenaza de la bancarrota, y solo en las secuencias de la carrera de Mille Miglia, donde ha de ponerse a prueba el futuro de la empresa, y, sobre todo, en un accidente filmado con virtuosismo, la película parece despertar de su letargo. No es casual, suponemos, que la belleza a la que aspira Mann encuentre su máxima expresión en ese arbitrario despliegue de la muerte abriendo sus alas. Tal vez es la manera que tiene el director de «Miami Vice» de decirnos que lo que más le interesa de la vida de este hombre hecho a sí mismo es su pulsión de muerte.
Lo mejor:
Penélope Cruz y las carreras automovilísticas animan la atonía general.
Lo peor:
Es sorprendentemente plana para una película dirigida por Michael Mann.