Crítica de «Desmontando un elefante»: Alcohol de quemar ★★★

Un incendio en la cocina. Una mujer madura que duerme la borrachera. Una joven que intenta despertarla y apagar el fuego. Marga (Emma Suárez), arquitecta de éxito, regresa a casa tras haber pasado dos meses internada en un centro de rehabilitación por su adicción al alcohol, un hecho con el que la familia convivió en silencio durante años. Tras su llegada, Marga acude a reuniones para aplacar el demonio interior, sigue las rutinas marcadas (hacer un puzle, ver la televisión, no pensar en la copa), pero los nervios crispados no la dejan retomar aquella vida, mientras su hija menor, Blanca (Natalia de Molina), la única que soporta estar junto a ella, al cabo, intuye la próxima caída de esa madre en el borde del abismo y olvida sus propios sueños, convertirse en bailarina profesional aunque el cuerpo se le retuerza de miedo y dolor. La película de Aitor Echevarría trata un problema desgraciadamente muy arraigado en la sociedad, esa misma que brinda en las fiestas navideñas, pero no con agua, y aunque en el otro lado de la mesa haya una persona que desea, más que nada en el mundo, apurar hasta esa última gota inexistente. Lástima que la historia se nos antoje demasiado escasa, corta, los personajes (sobre todo, el del padre) poco desarrollados, y lo que prometía ser un drama mayúsculo se nos quede casi en una, aunque a veces vigorosa, anécdota. Porque, cuando abrió los ojos Marga, el elefante todavía seguía allí.   

Lo mejor: Las vigorosas escenas que comparten Emma Suárez y Natalia de Molina

Lo peor: La historia nos parece corta, como si hubiese necesitado un mayor desarrollo