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Crítica de «Ciudad de asfalto»: Noches de sangre y lágrimas ★★

Director: Jean-Stéphane Sauvaire. Guion: Shannon Burke, Ryan King y Ben Mac Brown. Intérpretes: Tye Sheridan, Sean Penn, Michael Pitt, Mike Tyson. Estados Unidos, 2023. Duración: 125 minutos. Drama.
Tye Sheridan y Sean Penn
Tye Sheridan y Sean Penn en "Ciudad de asfalto"
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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La hemos visto con policías y bomberos, pero no con paramédicos: la típica «buddy movie» en clave siniestra, con el experto de alma negra (mal)educando al joven novato en la inevitabilidad de las tinieblas. Tal vez el título en castellano quiera evocar memorias hustonianas, aunque «Ciudad de asfalto», tautológico donde los haya, no tiene nada que ver con «La jungla de asfalto», elegante clásico del cine negro. Acaso el filme podría considerarse un remedo fallido de «Al límite», aquella pesadilla scorsesiana en la que un ojeroso Nicolas Cage conducía una ambulancia a través de un Nueva York que olía a ratas y a fantasmas, versión lisérgica de un «Taxi Driver» pasado de anfetaminas. 
En los destellos de rojos y azules de las sirenas, en el descenso a los infiernos de Ollie Cross (fíjense en el católico apellido del personaje de Tye Sheridan, un mártir que viste chaqueta alada), estudiante de medicina que se paga la universidad salvando a gente de ahogarse en charcos de sangre, y en la obsesión por recrearse en lo más sórdido de la noche urbana, tapiz indescriptible de tragedias y accidentes susceptible al efectismo más descarnado, la película de Jean-Stéphane Sauvaire confunde intensidad con insistencia, convirtiendo cualquier secuencia, por muy intrascendente que sea para la trama (más bien débil), en un clímax en sí mismo, y logrando que los excesos y la histeria impidan toda modulación dramática. Hay un hecho determinante –que implica a una embarazada y a un bebé en una situación límite– que pondrá contra las cuerdas la ética de sus protagonistas, la de Cross y la de su guía espiritual, interpretado por un Sean Penn con cara de estar de vuelta de todo, la voz quebrada y el gesto fruncido por el insomnio y la desgracia ajena. Es casi imposible sentir ese momento como un giro decisivo en la historia, aunque eso sea lo que pretende la película: cuando llega, la puesta en escena de Sauvaire se ha instalado en una monotonía tan agresiva, nos ha acostumbrado a un tremendismo tan desbordante, que el relato es incapaz de evolucionar hacia ninguna parte, como preso de un coágulo que estrangula su desarrollo. Le gustaría ser como un episodio de «9-1-1» dirigido por Abel Ferrara, pero es solo un deseo, nada más que eso.
  • Lo mejor: En sus momentos más afortunados tiene cierta fuerza visual, le saca colores a la noche
  • Lo peor: Resulta tosca y agresiva, y vive sumergida en un mar de subrayados