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“Fall”: a 600 metros del suelo y la cordura

Scott Mann estrena esta vertiginosa cinta que transcurre en una torre abandonada de comunicaciones
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En esta historia suspendida en un aire tan estratégicamente efectista como es “Fall”, casi todo lo que ocurre está regido por las cifras. Seiscientos son los metros exactos que separan las vidas y los cuerpos de Becky y Hunter del suelo. Cientos de miles los seguidores en redes sociales que tiene la segunda, con los que comparte experiencias extremas a través de la pantalla del móvil con el único fin de viralizarse. Infinitas son las lágrimas que ha derramado Becky tras la muerte de su joven marido en un accidente mientras escalaba. Y ochocientas es también el número de veces aproximadas que el espectador mirará las palmas de sus manos y las frotará contra sus piernas para evitar que suden escandalosamente mientras contempla las siluetas reducidas por la distancia de estas dos jóvenes protagonistas escalando por la estructura de una de las bases de comunicación abandonada (y ficticia) más altas de Estados Unidos con ese propósito fundacional americano instalado en el hemisferio más republicano del cerebro que aboga por la superación de los miedos personales, el manido y esforzado “si quieres, puedes” y la difuminación de la barrera en la que se encuentran apilados los propios límites. Ya saben, la clásica monserga resiliente: si acabas de perder a la persona que amabas, súbete a una torre lo suficientemente alta como para poner en riesgo tu vida y te sentirás mejor.
La nueva película de Scott Mann es una suerte de materialización de todo lo que produce pánico a su propio creador: “Yo mismo tengo miedo a las alturas, muchísimo vértigo. Recuerdo que el coguionista del filme y yo estábamos rodando otra película y nos encontramos subidos al tejado de un estadio mientras rodábamos una escena de acción. Estábamos a una altura de unas ocho plantas y y solo podía pensar que si daba un paso en falso podía caerme. Este es un miedo real, un mecanismo de supervivencia, y juntos pensamos que en realidad no hay tantas películas que se centren en el miedo a la alturas, por ello nos entraron ganas de explorar el lado más psicológico del vértigo”, señala el cineasta británico afincado en Los Ángeles al otro lado de la pantalla en entrevista con LA RAZÓN.
“El hecho de tener hijos me hace sentir una especie de temor acrecentado por el daño que pueden causar hoy en día las redes sociales. Evidentemente tienen cosas buenas y cosas malas. Lo que más me preocupa de esto es el enfoque comercial que se les da, eso es lo que puede convertirse en algo insano y peligroso. En el caso del personaje de Hunter, vemos cómo ella las utiliza para ocultar en cierta manera su verdadero ser”, añade el director de “Bus 657: El escape del siglo” o “Final Score” sobre la lectura crítica de la doble cara que esconden las redes sociales, algo que se pone de manifiesto en la cinta.
La espectacularidad de esa dimensión inabarcable observada desde la cima de la torre a medida que las protagonistas avanzan hacia arriba como diminutas motas de polvo, pisando partes de escalera oxidada y asumiendo como normales las señales de advertencia que la inconsistencia de algunos peldaños les van lanzando, encuentra su efectividad en el destacable trabajo de fotografía: “queríamos que el público tuviera reacciones físicas contemplando la subida, que gritaran incluso. Y esto fue un reto sin duda. Encontrar la localización adecuada y construir una torre de forma ex profesa para un rodaje desde las alturas. El director de fotografía, MacGregor, es un tipo estupendo que desde el principio, en vez de tenerme a mí como director (que normalmente tenemos unas cámaras pequeñas para ir siguiendo todo lo que pasa durante la grabación mientras rodamos), me ofreció una perspectiva distinta. Me dio un Oculus, un dispositivo de realidad virtual, para que yo pudiera vivirlo desde el principio de esa forma y adaptara el rodaje a esa mirada”, aduce Mann.

Abrazar el peligro

Explica además Scott que la filosofía que se esconde detrás de este tipo de aparentes irresponsabilidades responde en muchos casos a una imperiosa necesidad de sentirse vivo: “hemos estudiado muchos de estos casos en internet, intentado averiguar qué lleva por ejemplo a una persona a querer subir El Capitán (un monolito granítico situado en California con una pared vertical de unos 914 metros) sin cuerdas. Nos interesaba ahondar en los aspectos tanto superficiales como psicológicos de este tipo de retos. Estas dos protagonistas viven una tragedia compartida, una está totalmente replegada en un agujero, sumergida en el luto y la otra intentando huir de él con el peligro como herramienta, recorriéndose el mundo, hasta que finalmente convence a la primera para que abrace ese peligro y salga del hoyo. La pregunta es ¿por qué la gente hace cosas tan peligrosas y de qué trata la vida? No va tanto del tiempo que vivas sino de lo que haces con ella”, se interroga antes de apostillar: “Siéndote completamente sincero mi mayor miedo es desperdiciar la vida. Espero llegar a mi lecho de muerte con muy pocas lamentaciones por las cosas que no me atreví a hacer”.