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Borja Cobeaga y Diego San José: «Hoy la juventud dura casi media vida y es una etapa más compleja»

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Tras escribir el fenómeno de «Ocho apellidos vascos» publican su primera novela, «Venirse arriba»
Venirse arriba es lo que hizo Miguel cuando supo que le concedieron la beca Erasmus para pasar un año en Ámsterdam, lo que no entraba en sus planes era, en plena resaca, abrir la puerta del piso y de su aventura a su padre. «Venirse arriba» (Planeta) es la primera novela de los guionistas de «Ocho apellidos vascos», Diego San José y Borja Cobeaga, director del polémico filme «Negociador», una tragicomedia sobre las negociaciones del Gobierno español con ETA. En su debut literario retratan los clichés del intercambio universitario y de la relación entre hijos jóvenes y padres que quieren ser modernos. Una historia –que fue proyecto de película y que terminó en un cajón– gamberra, tierna y sarcástica sobre la idiosincrasia española en el sofisticado universo de Europa en el que el español se ve el «último de la clase».
–¿Está infravalorado el Erasmus?
–Borja Cobeaga: Sí, se ve como algo inútil pensando que sólo se vende juerga. Pero cuando uno se va de Erasmus, lo más importante no es lo académico. Precisamente, en el momento en que se hace, entre los 20 y 23 años, es fundamental salir fuera para conocer mundo y vivir esa experiencia.
–Miguel, el protagonista del libro, es un «pringadillo». ¿Esa es la imagen del español en el extranjero?
–Diego San José: No es que demos esa imagen, es que nosotros nos sentimos inferiores cuando salimos al extranjero y nos comparamos con los europeos. Nos vemos más gritones, menos formados, más caóticos en horarios y organización, pero también más trabajadores. Pero eso sólo es un complejo nuestro.
–¿Y cómo es ese europeo «modélico»?
–B. C.: Un tipo que va en bici, recicla... el típico finlandés
–D. S. J.: Pero no existe el ciudadano europeo como tal porque Europa es un conjunto de países con culturas y gente muy distinta que se une en intereses económicos, nada más. Bastante tenemos con encontrar puntos en común entre nosotros como para encontrarlos con el alemán. Por mucho que hagamos Eurovisión cada año, que de hecho sólo sirve para darnos cuenta de lo diferentes que somos unos de otros, Europa como identidad no existe.
–Más allá de diferencias culturales, el libro habla de algo común: el padre que intenta ser moderno para su hijo...
–B. C: Sí. Queríamos contar cómo han evolucionado las relaciones con los padres. Cómo al principio les admiras y luego empiezas a sentir una especie de vergüenza. Yo he llegado a ver a mis hermanos cambiarse de acera parque no le viesen con mi padre.
–D. S. J.: Al principio nos volcamos más en la relación de pareja, en el ligoteo. Después estás más pendiente de tus padres, maduras, te haces mayor.
–¿Y ustedes se están haciendo mayores?
–D. S. J.: Sí, pero no de forma catastrófica. Pienso en lo que hacía mi padre con mi edad, y veo que hemos cambiado mucho. En la novela se aprecia que estamos más cerca de los 40 que de los 30. Más volcados en la relación con nuestros padres.
–¿Quién sufre más, el joven que se avergüenza ante sus amigos de un padre que intenta ser «guay» o el padre que ve que no conecta con su hijo?
–B. C.: Cada uno tiene lo suyo. Debe ser duro que tu hijo se avergüence de ti. Pero también es terrible ese huracán de padre que intenta hacerse amigo de todos tus amigos, que quiere caer bien a todo el mundo pero que se ve tremendamente forzado y desubicado.
–D. S. J.: A mí me fascina cuando los padres intentan utilizar el lenguaje de tus amigos... ¡Qué desastre!
–¿Antes era más fácil ser joven?
–D. S. J.: Es que ahora ser joven dura 15 años más. Antes era una etapa que acababa a los 21, con un trabajo para toda la vida y a punto de ser padre. Ahora llegas a los 35 y todavía estudias y sales. La juventud antes era corta, ahora es casi la mitad de tu vida y divertirse es lo más importante. Tus padres salían de forma excepcional, pasarlo bien era cosa esporádica, ahora es una parte fundamental de tu tiempo. Digamos que ser joven ahora es más complejo.
–¿Y cuándo se madura?
–B. C.: La mentalidad que se tiene ahora con 30 es la que se tenía antes con 20...
–D. S. J.: Hay una resistencia a hacerse mayor que antes no la había. Las personas mayores empiezan a tener hobbies que chocan con su edad, a vestir otra ropa más juvenil...
–Y de pronto tus padres se meten en Facebook...
–D. S. J.: Es antinatural que tu madre, la persona que te llevaba al colegio con cinco años, ahora te pida ser tu «amiga» en las redes sociales y empiece a comentar tus publicaciones. A mí eso todavía se me hace raro.
–Han escrito el guión más taquillero de la historia del cine español. ¿Se sienten atrapados en el fenómeno «Ocho apellidos vascos»?
–B. C.: Para nada. Nos hace mucha ilusión hacer una secuela, que ya está bastante avanzada, pero no queremos que nuestra filmografía se reduzca a eso. El otro día pensaba en mi sobrina, en cuál sería la primera película que verá en el cine, y pensé: «Ojalá que no sea "Ocho apellidos vascos cinco", escrita por su tío».
–D. S. J.: A mí me apetece mucho la segunda película e igual hay hasta una tercera. Nos retiraremos cuando nos demos cuenta de que no nos divertimos y de que no hacemos reír La marca «Ocho apellidos vascos» es mucho más grande que nosotros, desde luego.
–¿Hay un humor típico español?
–D. S. J.: El humor es más universal de loque pensamos.
–B. C.: No creo que haya un estilo definido, pero sí practicamos humor español en el sentido de que está muy presente la miseria, el «cutrerío», la vergüenza ajena... Normalmente se piensa en un tipo que se hace de menos, como en las películas de Alfredo Landa o Paco Martínez Soria. Siempre se pone en valor el costumbrismo.
–¿Cómo se ven el uno al otro?
–D. S. J.: Borja es ordenado y puntual. Madruga para escribir y admiro su capacidad de sacrificio.
–B. C.: Diego, aparte de más productivo, es capaz de coger una idea que no es buena y hacerla brillante. A cualquier cosa le encuentra solución.
–Funcionan muy bien escribiendo a cuatro manos. ¿Alguna otra cosa que se les de bien en pareja?
–B. C.: Comer... Porque los dos jugamos a la consola, pero yo soy malísimo.