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¿Por qué no se puede fotografiar la Capilla Sixtina? Este es el país que tiene la culpa, y no es ni Italia ni El Vaticano

Con más de 500 años de historia, los frescos de Miguel Ángel reciben más de 20.000 visitantes al día, pero todos tienen prohibido hacer fotos o vídeos del lugar
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  • Antonio Añover Ortiz. Manchego de Quintanar de la Orden (Toledo). Estudié Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Inicié mi carrera en La Razón, y tras pasar por Negocios TV, volví a este periódico. Actualmente soy redactor de la edición digital y escribo artículos SEO y de actualidad, mayormente sobre temas internacionales. A veces también hago entrevistas.

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Era 1508 cuando el papa Julio II encargó a Miguel Ángel la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina, uno de los lugares más emblemáticos del mundo y ubicada en el Palacio Apostólico de la Ciudad del Vaticano. Su nombre viene del papa Sixto IV, quien durante su pontificado, ordenó su restauración a un grupo de pintores renacentistas. Sandro Botticelli, Cosimo Rosselli... Pero fue el artista de Caprese el encargado de pintar todos los frescos del techo. Tardó cuatro años en terminar su trabajo, hasta 1512.
Desde sus inicios, ha servido para celebrar actos y ceremonias papales, y actualmente es la sede del cónclave. La Creación de Adán, por ejemplo, es una de las imágenes más conocidas, situada en la parte central de la bóveda y representando la historia del Génesis, en la que Dios da la vida a Adán.
Más de 500 años después, los frescos de Miguel Ángel con su extraordinaria complejidad iconográfica, siguen atrayendo una multitud de visitantes y son considerados una de las obras cumbre de la historia de la pintura. Alrededor de 20.000 personas al día visitan el lugar.
No obstante, los turistas que acuden a la Capilla Sixtina son alertados por los guardias de seguridad, que vigilan el lugar, de que no es posible fotografiar la bóveda. Pese a que son afortunados de presenciar semejante obra de arte, lo cierto es que no se pueden llevar el recuerdo en sus móviles, cámaras o demás dispositivos que permitan tomar una fotografía o grabar vídeos. Asimismo, la vigilancia es constante para que nadie incumpla la norma.
Pero, ¿por qué no se puede fotografiar la Capilla Sixtina, pero sí el resto de los museos vaticanos e incluso la Basílica de San Pedro? La verdadera razón la tiene, ni más ni menos, que una televisión japonesa.
Todo comenzó en 1980. Los responsables del Vaticano decidieron que debía ser restaurada, pero el presupuesto excedía lo que podían pagar, y salieron a buscar asistencia externa. Así, el que hizo la mejor oferta para aportar fondos fue la Nippon Television Network Corporation de Japón, que ofreció tres millones de dólares (aunque terminaron siendo 4,2 millones), con los que superaron las ofertas de otros postulantes de Italia o de Estados Unidos.
La restauración de los frescos de la Capilla Sixtina constituye una de las modificaciones de arte más importantes del siglo XX, y por la grandeza del sitio, una de las más delicadas. Así, la recompensa por la restauración fue recibir los derechos exclusivos para fotografiar y filmar las obras de arte, así como las imágenes que hizo el fotógrafo Takashi Okamura del proceso de restauración.
La decisión generó mucha polémica, pero los críticos admitieron que era la mejor manera de llevar adelante el proyecto después de ver las imágenes de Nippon, tan hermosas como detalladas. La televisión japonesa, gracias a este acuerdo, consiguió el material exclusivo de una infinidad de contenidos durante el proceso de restauración, y principalmente, produjo varios documentales, libros de arte y otros emprendimientos que incluían sus vídeos y fotos exclusivas de la restauración de la Capilla Sixtina.
Según el New York Times, la exclusividad comercial de Nippon vencía tres años después de cada etapa de la restauración, aunque la televisión japonesa siempre aseguraba que la prohibición no se aplicaba a “simples turistas”.
Lo cierto es que las autoridades de la Capilla la impusieron para todos (quizás ante el temor de un fotógrafo profesional disfrazado de turista), y pese a que los oficiales del Vaticano no son tan estrictos y que el contrato venció en 1997, la regla sigue en pie, puesto que es cierto que miles de flashes pueden llegar a dañar los frescos.