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Ara Malikian: "Venir a España fue la mejor decisión de mi vida"

El exótico violinista libanés está inmerso en la gira «The Ara Malikian World Tour», que el próximo 28 de diciembre lo llevará al Teatro Real de Madrid
Entrevista con el músico Ara Malikian© Alberto R. Roldán / Diario La Razón.
Entrevista con el músico Ara Malikian© Alberto R. Roldán / Diario La Razón.Alberto R. RoldánPHOTOGRAPHERS
La Razón
  • Javier Menéndez Flores

    Javier Menéndez Flores

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 Ara Malikian (Beirut, Líbano, 1968) lleva meses en la carretera con una gira mundial que antes de que muera el año pasará por distintas ciudades españolas, con una parada muy esperada en Madrid, en el Teatro Real, el próximo 28 de diciembre, y que se mantendrá viva durante todo el año que viene. El grueso de su repertorio es propio y está inspirado en su hijo Kairo y en el niño que él fue, dos infancias enteramente opuestas: «Todos esos temas los compuse durante el confinamiento, porque estar en casa tanto tiempo, y cerca de mi hijo, fue un cambio radical en mi vida. Como todos los niños de siete, ocho, nueve años, mi hijo tiene una cabeza llena de fantasía, imaginación y locura, sin prejuicios ni limitaciones, y eso fue muy inspirador para mí. Todo lo que compuse tuvo que ver con su mundo, cosas surrealistas: calamares robóticos, dinosaurios… Está dedicado a él y, al mismo tiempo, a mi propia infancia, al niño que yo era y que no pude ser. Porque viví una guerra [la del Líbano] justo cuando tenía la edad de mi hijo. Y cuando vives una guerra no tienes los sueños que tienen los niños de ahora: estábamos metidos en una casa y escondidos en los sótanos».
Esa experiencia extrema ha marcado inevitablemente la vida de este artista, que empezó a tocar el violín en un escenario oscuro que quienes lo vivieron trataban de colorear por puro instinto de supervivencia: «Suena dramático eso que se ha dicho, que mi padre me hacía tocar en los sótanos/refugio, pero no era así. Cuando pasas mucho tiempo en los sótanos la vida sigue, y los seres humanos buscamos la manera más amena de pasar el tiempo. Cada uno bajaba un instrumento y empezaba a hacer música. Tocábamos, bailábamos, cantábamos. Y dentro de la situación tan dramática que vivíamos, la música, el arte, nos hacía olvidar la realidad. Hay muchas cosas que tengo borradas, pero esa guerra la llevo dentro de mí, sin duda. Yo dejé el Líbano con 15 años –prosigue–, y hasta los 40 todo eso lo tenía borrado para poder seguir con mi vida y no estar triste todo el tiempo. Soy una persona muy optimista, aunque es difícil serlo en un mundo con tantas guerras y tantos conflictos. Pero no nos queda más remedio que creer en el ser humano».
"Paco de Lucía está entre los cinco grandes genios de la música del último siglo"Ara Malikian
Malikian tiene una formación clásica, adquirida durante años de estudio en Alemania y el Reino Unido, pero sus circunstancias vitales lo llevaron a probar suerte en las músicas actuales, donde alcanzó el éxito: «Por necesidad, para sobrevivir», revela, «hice de todo, incluso cosas que no sabía cómo se hacían. Tuve que aprender a lo bestia. Tocaba en lugares donde me pedían cosas que yo no sabía, y tenía que fingir que conocía esas músicas y aprenderlas en el último momento, como fuera. Aparte de la escuela académica, en donde aprendí la técnica, la escuela en la que me formé musicalmente fue la vida». Nómada por naturaleza, su profesión lo ha llevado por el mundo entero. Pero ha sido en España donde ha encontrado su sitio: «Vine por casualidad, a hacer una gira, y me encantó el país. Vi que era un sitio muy bonito para vivir. Y una serie de acontecimientos personales, como terminar con una pareja que tenía en Inglaterra y el incendio de mi apartamento en Alemania, en el que perdí todo menos mi violín, fueron señales que me empujaron a hacer un gran cambio. Y un verano me vine a España pensando que me iba a quedar unos meses, y llevo ya casi 25 años. Venir aquí fue la mejor decisión de mi vida. Porque aunque soy de la opinión de que tu casa eres tú, tu cuerpo, tu alma, tu corazón, después de vivir tanto tiempo en el norte de Europa me encontré con un país mediterráneo con el que me siento identificado con la forma de vida».
Aparte de su genio, de su inmenso talento musical, a Malikian su imagen, la de una suerte de Keith Richards del violín, lo ha ayudado sin duda: «¿Keith Richards del violín? ¡Ojalá! Jajaja. Yo soy así. No es una estrategia, una pose, no hay márketing. Es verdad que a veces se identifica la imagen de un violinista como alguien más rígido, más estirado, más serio. Durante años quise vivir en el entorno del mundo de la música clásica y me sentía un intruso, un impostor, porque me ponía la careta de un clásico. Hasta que me di cuenta de que no quería ser falso, sino yo mismo. Asumí mi personalidad y eso me ayudó».
Ha grabado una treintena de discos de los géneros más diversos, en muchos de los cuales interpretó música de artistas clásicos o contemporáneos, pero fue a partir del momento en el que comenzó a componer cuando su carrera creció: «Tengo muchas grabaciones. Todo lo que había estudiado y aprendido de la música clásica, lo grabé. Ahora grabo cada dos años, pero mis propios temas, un lujo, porque eso me ha ayudado a tener una segunda carrera. Ser un autor/intérprete es muy importante. Aunque toque músicas de muchos estilos, lugares y culturas, aún tengo muy metida en mí la formación de la música clásica. Rejuvenecer el público de la música clásica es un reto. Algunos artistas de clásica se disfrazan de roqueros pensando que van a llegar más al público joven, pero esa no es la solución. En el mundo de la clásica, hace cien años empezó a separarse la imagen del intérprete de la del compositor. Todos los grandes compositores, Paganini, Chopin, Liszt, Brahms, Beethoven, Mozart, eran además grandes intérpretes. Y hoy en día los grandes compositores no son intérpretes. Parece que no es importante, pero lo es. Cuando el público escucha la música de un compositor, quiere verle interpretar su propia música. Es algo que tenemos en el pop y en la música moderna, pero los jóvenes no tienen ídolos clásicos». ¿Es Ara Malikian el mejor violinista que Ara Malikian conoce? «Noooo –responde entre risas–, ¡ni de coña! Creo que eso no existe. El arte no es un deporte. Todos los artistas que tienen los huevos de subir a un escenario son importantes. Hay gustos de todo tipo, y eso es bueno».
A quien no duda, sin embargo, en situar entre los mejores músicos de los últimos cien años es a Paco de Lucía: «Si hay que escoger cinco grandes genios de la música del último siglo, Paco de Lucía es uno de ellos. Cambió la historia de la música. Está en el mismo catálogo que Bach, Mozart, Beethoven, Stravinski. En España se le tiene tan cerca que casi no impresiona, pero lo que él hizo será eterno».

Música contra las bombas

Javier Menéndez Flores

Hay hombres que llevan consigo el mar; otros, el aliento helado de la guerra. Hay ojos que miran un paisaje hasta erosionarlo y lo único que ven es el cuadro que pintarían, o el que pintarán, y niños que empiezan a escribir una novela muchos años antes de saber que llegarán a ser escritores. Ara Malikian no es músico, es la música. Porque ese es su lenguaje. El patio siempre abrileño de su casa itinerante. Su patria con un billón de himnos y ni una sola bandera.

Quizá la culpa la tengan esas bombas que no dejaban de aporrear el suelo y que lo mantenían bajo tierra como a un topo, en un submundo cuyos habitantes debían aparentar normalidad y reír y amar y crear, pero nunca, jamás, llorar. En el infierno, que quede claro, el llanto está prohibido, es pecado. Y así es como un chaval enjuto y espabiladísimo comenzó a tejer, sin él saberlo, la alfombra voladora que lo llevaría a más países de los que caben en un mapa, aunque fuese España el paraíso que logró quebrar su nomadismo.

Lánzame con fuerza un rocanrol, una bulería o una sonata, que con mi párvulo arco y mi agudo bate de cuatro cuerdas los mandaré a la luna y haré que la cabeza te explote. Y aunque Bach no es menos dios que Dios, a veces es mejor equivocarse y emocionar que dar siempre en el corazón de la diana pero no traspasar la carne de quien te escucha. Si eres la música, como yo lo soy absolutamente, tienes que traicionar la partitura, reinventarla, aunque para ello estés obligado a dominarla. Y puedes desayunar unos huevos a lo Arcangelo Corelli, comerte enterito al diablo Paganini y cenarte a Yehudi Menuhin con un Chianti, pero no dejar de buscar el nervio de Paco de Lucía en todas las piezas que tocas. Pues si quieres entrar en la raíz del sentimiento, hazme caso y no cojas ningún avión con destino exótico: basta con que te des un rulo por Algeciras la nuit.

Extremoduro y Alberto Iglesias se rozan en un punto, la excelencia, y es posible estar en los discos más diversos y sentirte igual de cómodo que en tu cocina. Porque los contrarios, la mezcla, te estiran inevitablemente las articulaciones, y yo no tengo más prejuicios que el de escuchar una orquesta desafinada o el de ver a un músico que maltrata su instrumento. Mi sangre libanesa tiene herencia armenia, pero los turcos son también mis hermanos aunque eso desate la furia de mis ancestros. Y en Hannover y en Londres gasté las suelas de unos zapatos que me apretaban y compré mi primer traje crecedero, y no entendí lo importantes que fueron esos lugares hasta que en la Salle Pleyel, en el Carnegie Hall, en el Teatro Real y en el Barbican Centre, después de regalar una sucesión de «pizzicatos» que les parecieron caricias, me hicieron la ola como si fuera Carlos Alcaraz.

Ara Malikian está hecho de música desde sus pies alados hasta el pelo más alto de su cabeza de nube o susto. Esa es la sangre caníbal que lo impulsa y el vendaval que despeina las emociones y las arroja, desnudas, a la intemperie. Es la suya una vida entre las cuerdas. Y solo necesita bajar los párpados para visualizar aquel garaje en ruinas que resultaba hermoso pese a todo el horror, ya que allí era posible la vida cuando arribaba la muerte.

Aquel niño temeroso existe aún dentro del hombre que se aferra a su violín como a un escudo capaz de detener el fuego enemigo y las babas sulfúreas de Satán. Que toca, que sigue tocando, para ahuyentar esas bombas que no dejan de atronar en su cabeza.