Alfredo Castro: "Pinochet está más vivo que nunca"
El gran barón chileno del cine estrena "Karnawal" en cines y pronto revivirá la memoria del Golpe de Estado en Chile protagonizando "Los mil días de Allende"
Madrid Creada:
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Aunque la etimología del término nos remita a lo despótico del Rey Sol, la imagen en la retina colectiva asociada al golpe de Estado pasa por Chile, en concreto por las bombas sobre un Palacio de La Moneda, en Santiago, reducido a escombros por los aviones del luego dictador Augusto Pinochet. Justo antes de que se cumpla, el próximo 11 de septiembre, medio siglo de la pesadilla que despertó al mundo de los sueños playeros que el pavimento escondía, LA RAZÓN se cita en la imponente Casa de América con una de las voces más autorizadas para hablar de la memoria en clave chilena. Alfredo Castro (Chile, 1955) no solo es uno de los mejores actores de su generación, premiado en todo el mundo, sino que además se ha convertido en una especie de Piedra de Rosetta para descifrar el nuevo cine latinoamericano, trabajando además de en Chile en Argentina, Uruguay o México.
Esta semana, Castro estrena en los cines españoles «Karnawal», arrebatadora película, ganadora en el Festival de Málaga, y una reflexión sobre la danza como elemento catártico, usando el desconocido folclore del malambo, baile gaucho casi olvidado, para rayar en las ansias de libertad de un chico silencioso y denunciar los excesos de un padre iracundo. «En la festividad del Karnawal, en la frontera entre Chile, Argentina y Bolivia, los hombres se tiran por el cerro borrachos para que empiece la fiesta, vestidos de diablos. Esa duplicidad de emociones me gustó mucho. Con Juan Pablo Félix, el director, decidimos hacer un villano amoroso, alegre, buen padre, buen amante y sin embargo ausente, ladrón, un poco psicópata. La película se maneja en dos texturas muy diferentes y eso es maravilloso para un actor», explica el intérprete, que recibió un Premio Platino por su labor.
Justo en esa ceremonia, Castro fue objeto de una agria polémica en su país, al dedicar el premio a la lucha por la nueva Constitución de Chile alegando que Pinochet, por fin, estaba muerto: «Fue como escupir hacia el cielo, porque me cayó en toda la cara. Me empapó. Evidentemente, Pinochet murió, sí, pero Pinochet está muy vivo, más que nunca. Sobre todo en la derecha y la ultra-derecha chilena, absolutamente fascista, anti-democrática y peligrosa», opina el actor en referencia a José Antonio Kast, candidato equiparable a las estrategias «trumpistas» que cuenta con un cada vez más grande apoyo popular. Y sigue, sobre la aparente indecisión de un país capaz de elegir a un presidente de izquierdas un año y entregarle el poder sobre la Carta Magna a un candidato de derechas al siguiente: «Cuando se eligió a Gabriel Boric, entraron a votar millones de personas que no se lo habían pensado antes. Sobre todo de lugares más vulnerables en lo económico y lo educativo. Gente muy humilde que por fin tenía fuerza de voto. Ese mundo abrió un universo que ninguno de los partidos conocía. Y eso puso en tela de juicio los treinta años de concertación en Chile. La concertación, desde la llegada de la democracia, abandonó al mundo popular, al sindical y al campesino. Se olvidó de él. Y de eso se aprovechó el populismo», apunta meridiano.
Pero, ¿aprendió algo la izquierda global de los sucesos de septiembre de 1973 en Chile? "La izquierda chilena ha hecho reflexiones muy profundas, ha pedido disculpas públicas, ha hecho revisiones profundas de sus errores. Lo que sucedió es que la izquierda sí abandonó ese mundo (de Allende), esa manera de entender el mundo. La que impulsó Salvador Allende desde las bases de la ciudadanía. Ahí sí que hubo un abandono muy paradigmático que fue aprovechado por la dictadura. Primero en la educación, que se privatizó. Las universidades se cerraron de golpe para el común de la gente. Fueron muy hábiles", explica el intérprete, que también opina en clave continental, sobre figuras como el controvertido Javier Milei en Argentina: "Espero que haya un giro en todo el continente. El candidato argentino, por ejemplo, es un psicópata, un tipo con un trastorno mental. Y en el congreso chileno igual, gente con trastornos que pasa de la euforia a la depresión en un par de planos. Eso es resultado de abandonar lo sindical, lo popular, en los distintos países".
Y no quedan ahí sus reflexiones, puesto que Castro está también de actualidad por dos proyectos, de algún modo, consecuencia del Golpe de Estado: el 15 de septiembre estrena en Netflix «El conde», de Pablo Larraín, en la que da vida a un pulcro mayordomo encargado de que Pinochet, aquí una especie de vampiro satirizado, no se quede sin sangre. "Estoy feliz, porque tuvo una recepción maravillosa, increíble. Y es lindo ver cuando uno está en una película que es francamente una obra de arte. Es de una lectura y una belleza increíbles. Y políticamente es muy importante en el momento que entra", acota. Y también, en cuestión de unos días, pondrá de largo «Los mil días de Allende» en el Festival de San Sebastián, mini-serie de cuatro capítulos, participada por RTVE, en la que da vida al dirigente chileno.
«El primer acuerdo con Nicolás Acuña, director, y con Leonora González, jefa de guiones, fue entender inmediatamente que no había que hacer una imitación. No hagamos una parodia de Salvador Allende. Porque se han hecho muchas en Chile, principalmente por gente que se dedica al humor. Era muy delicado, y no había que caer en la imitación», explica Castro, que se sometió a un completo programa de documentación para llevar a cabo la complicada tarea. «Tuve que dividir entre el mundo político , con los discursos, y el privado. No podía saltarme una coma de esos discursos. Así fui entendiendo el tempo y el ritmo de Allende, que era un gran actor. Era un histrión por naturaleza. Si ves los videos, él sabe siempre dónde está la cámara, reordena los micrófonos, y sabe cuándo lo van a aplaudir. Tenía un histrionismo nato y una concepción de espectáculo de su proceder. No hay ninguna entrevista íntima. Todos los textos son grandiosos, hablara de lo que hablara», completa.
Y sigue, sobre un proceso de transformación que ha implicado varias horas sentado en maquillaje para la colocación de una prótesis y entrevistas con el círculo cercano del ex Presidente: "La pregunta que yo me hago siempre antes de cualquier proyecto es cómo sería eso en la vida. En lo real. No en el cine o en la ficción. Cómo sería todo lo que estamos contando sin pantallas y sin público. ¿Qué haría un ser humano al que le están bombardeando por las ventas y sabe que lo van a matar? Ahí surgen las emociones reales. Me basé en esas cosas, de efectivamente preguntarme cómo sería un encuentro entre Allende y su hija más cercana, la que trabajaba con él. Cómo sería él en su casa comiendo. Él tenía un gran sentido del humor. La ficción de eso se construyó en base a los testimonios de gente más cercana", recuerda reflexivo.
Con el aura de gran barón de la escena latinoamericana a sus espaldas, y a medio siglo del golpe, es de rigor preguntarle a Castro por el futuro: «Tengo la esperanza de que haya una reflexión más profunda. Chile es un país muy raro. Es un país que no acogió a Raúl Ruiz nunca, que no acoge a Patricio Guzmán nunca», se despide, citando a dos nombres, que como el suyo o el de su amigo Larraín, todavía no son del todo profetas en su tierra. Al menos para los de siempre.