La increíble historia de la “performance” jamás contada
Pedro Alberto Cruz Sánchez acaba con un vacío que existía en la crítica del arte desde que RoseLee Goldberg publicase su volumen dedicado a las “performances” en 1979
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Dentro del arte, la «performance» ha corrido la dichosa suerte del tabú. La crítica la ha visto, entendido, como algo marginal. Solo hay que acercarse a las diferentes historias de arte moderno y contemporáneo para comprobar cómo son contadas las ocasiones en las que se hace alusión a esta disciplina. Una rama incómoda que no siempre se ha sabido tratar. Solo RoseLee Goldberg rompió con la tendencia en 1979 y editó Performance Art. From Futurism to the Present: era la primera vez que se le otorgaba una visibilidad histórica a una práctica recluida en las catacumbas del «underground», de lo bizarro, de la excepción que confirmaba la norma. Desde entonces, un desierto de publicaciones que no terminaban de abordar el tema en su plenitud; hasta ahora, que Pedro Alberto Cruz Sánchez ha dado el paso en Arte y performance (Akal), un volumen total sobre la historia de estas actuaciones desde las vanguardias hasta la actualidad.
Hace hincapié el autor, poeta y crítico en el apartado de las vanguardias «para sentar las bases» y por ser uno de los movimientos más ignorados en otras recopilaciones. Pero si el de Goldberg ha sido la referencia hasta la fecha, el nuevo libro le toma el relevo por huir de la sistematización de aquel e «intenta abarcarlo todo, aunque sea un imposible, pues según te acercas a la modernidad hay de todo». Aun así, Cruz Sánchez asegura que su «ambicioso» objetivo ha sido abarcar de Norteamérica a Suramérica, de Europa Occidental a África y a Europa del Este, también Asia, por supuesto... Para ello, el trabajo no ha sido ni fácil ni barato. «Escrito a pulmón, sin ayudas», resopla. Hasta un crédito ha tenido que pedir el autor e invertir un total de 20.000 euros en libros para preparar esta enciclopedia de las «performances». Un esfuerzo que bien merece la pena para cumplir la que «siempre ha sido mi máxima aspiración: esta obra, pero nunca veía el momento porque había que estar preparado intelectual y emocionalmente para encerrarte dos años solo para leer y escribir», apunta de un título que se paró con la llegada de la pandemia. Pero «superadas las siete plagas», pues también se vio inmerso en la crisis del papel que detuvo algunos lanzamientos, el libro ya es un hecho.
Así, lo primero de todo es acotar el término «performance», anglicismo que la RAE simplemente traduce del inglés, «rendimiento», en su primera acepción y que ya se mete en faena en la segunda entrada: «Actividad artística que tiene como principio básico la improvisación y el contacto directo con el espectador». Aunque el experto, por su parte, habla de «un evento con un principio y un fin. Algo efímero con un origen teatral y que, como derivado de ese teatro, siempre se desarrolla según un público que puede estar presente o a través de una pantalla». Y añade otro elemento fundamental: «El cuerpo como carácter instrumental o siendo el propio objeto de reflexión del artista». Huye Cruz Sánchez de la «improvisación» a la que hace alusión la Academia «porque la mayoría de artistas trabajan con un guion, saben lo que van a hacer. Más que improvisación, es contingencia. Al ser un evento en vivo siempre va a depender del estado de ánimo».
Otra de las cualidades de las «performances» es la ausencia de límites. «Por ahora no se han encontrado. En teoría tendría que ser el código penal. Y ni eso, depende del país», y de hasta dónde esté dispuesto a llegar el artista. «Performers» que no siempre elaboran un trabajo para todos los públicos. Recuerda el autor «la más brutal» que ha visto: «Me tuve que levantar porque mi mente no procesaba eso». Cruz Sánchez se refiere a Zhu Yu y a su Sacrifice: Feed a Dog with his Child (Sacrificio: alimentar a un perro con su hijo). Un espectáculo en el que se buscó a una mujer dispuesta a quedarse embarazada mediante la gestación artificial, contrato firmado mediante. A los cuatro meses abortó, como estaba establecido, y le entregó el feto al artista, que esa misma noche había quedado con unos amigos. Por el camino, recogió un perro para que lo devorase delante de todos. «Éticamente, no he visto nada más bestial», explica todavía removido sobre un individuo que también compró un feto no nacido a un hospital para cocinarlo y comérselo.
¿Se abusa, pues, de los límites? «La “performance” se ha convertido en una moda y, como en todas, hay muchas cosas malas. Los auténticos “performers”, con calidad, no se ponen de un momento a otro a crear. Tienen que pensarlo. Ensayan durante semanas. Incluso en las actuaciones en las que se hieren han practicado para entrenar al cuerpo, sobre todo, con la meditación. Desde fuera se pueden ver como actuaciones aberrantes porque no concebimos hacernos daño, pero lo cierto es que muchos lo utilizan para conocerse a sí mismos y explorar sus cuerpos. Lo que nos parece una simple provocación lleva detrás un proceso de preparación muy grande. Y, dentro de todo ello, Marina Abramovic lo representa mejor que nadie».
Es la sangre uno de los grandes imanes de este mundillo y también un apartado al que Cruz Sánchez dedica un sector importante del volumen. Prácticas que comienzan a aparecer en los años 60 del siglo XX, pero que «se institucionalizan durante los 70». Sin embargo, estas «performances» extremas suelen ser tan devastadoras físicamente que se limitan a una cada 3-5 años. Aunque, como recuerda el crítico, tienen su origen en prácticas medievales relacionadas con la religión, en las ordalías, en el juicio de Dios: «En los casos en los que se acusaba a una persona de un delito y el dictamen estaba confuso, el protagonista debía atravesar un lecho de piedras ardiendo, sumergirse en agua congelada, ser azotados o cualquier otra burrada. Si salían vivos, eran inocentes; si morían, no. Y lo que hacen los artistas de los 70 es reproducir y adaptar de una manera laica todas las representaciones de esos vía crucis que se realizan todavía hoy en nuestra Semana Santa, donde la gente sale azotándose y autoinfligiéndose todo tipo de castigos». Pero, además, esos años 70 tienen otra coincidencia en el tiempo, los deportes de riesgo, apunta el escritor: «Es un momento en el que el individuo necesita tomar conciencia de su cuerpo. No hay tanta diferencia entre ambas prácticas».
Aunque no todo van a ser situaciones al límite y Pedro Alberto Cruz Sánchez señala hacia una de sus «performances» fetiche, «el mejor “happening” de la historia», dice de Meat Joy (1964), la fiesta de la carne de Carolee Schneemann en la que un grupo de hombres y mujeres desnudos se restregaban carne cruda y pescado. «Una acción mítica», defiende de una intervención que «rompía con el tabú del tacto en la sociedad occidental desde la antigua Grecia, donde se ha penalizado siempre este sentido. Solamente hay que ver cuando rozamos a alguien, enseguida pedimos perdón. Somos, sobre todo, gentes visuales», explica de una artista «que tuve la suerte de conocer». Es uno de los hitos de un género que se ensalza en este nuevo volumen que no hace más que poner en valor una realidad: «Todos los museos contemporáneos tienen “performances” en sus programas», advierte. «Han supuesto la mayor revolución de todo el arte del siglo XX. Y han salido de los museos. Se puede intervenir en cualquier sitio. Por primera vez en la historia, los artistas tienen cuerpos. Antes solo existían por sus obras y gracias a estas experiencias el espectador está más cerca y puede interactuar con la pieza y con el autor».
- Arte y performance (Akal), de Pedro Alberto Cruz Sánchez, 672 páginas, 34 euros.