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Dora García: la performance como interacción social

El Premio Nacional de las Artes Plásticas recayó ayer en la obra de esta gran artista, una referencia internacional
Cristina BejaranoLa Razón

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La artista vallisoletana Dora García (1965) ha sido galardonada con el Premio Nacional de Artes Plásticas, en lo que supone una nueva confirmación de la sensibilidad que este galardón muestra, durante los últimos años, hacia las propuestas artísticas más novedosas y experimentales del panorama nacional. Dora García no es solamente una de las principales representantes de la performance autóctona, sino, por extensión, una de las grandes referencias internacionales de este género en lo que llevamos de siglo XXI. La producción de García solo se puede comprender en un contexto como el de las dos últimas décadas, marcado por la proliferación de acciones artísticas que promueven la participación de la audiencia.
Este furor por la participación obedece a un giro de las prácticas artísticas hacia el compromiso social, con cuya materialización se articula una promesa de mayores oportunidades democráticas y de igualdad. La participación genera situaciones propicias para el mutuo aprendizaje entre los ciudadanos y ayuda a paliar la ausencia de comunicación que distingue al capitalismo neoliberal. La producción performativa de Dora García ha explorado lúcidamente una de las grandes novedades introducidas por el “live art” contemporáneo: el concepto de “delegación”. Por “performance delegada” entiende la teórica Claire Bishop aquel tipo de actos que implican la contratación de no-profesionales o especialistas en otras disciplinas para desempeñar in situ determinadas tareas encomendadas por el artista. O expresado con otras palabras: se trata de performances en las que el artista no participa directamente. En “The Mesenger” (2002), por ejemplo, Dora García explotó al máximo la capacidad de extrañamiento de sus acciones delegadas al instruir a un performer para que hiciera llegar un mensaje en un idioma extranjero a aquél que fuera capaz de entenderlo.
En su infatigable búsqueda por expandir los límites tradicionales de la performance, Dora García ha dotado a sus piezas de una profunda dimensión filosófica y, en ocasiones, coreográfica. Un ejemplo que parece concebido ex profeso para ilustrar este argumento es la “performance delegada” de “The Sinthome Score” (2015). Este proyecto, presentado en la 56ª Bienal de Venecia, contiene dos elementos esenciales: una partitura y dos intérpretes. La partitura está compuesta, a su vez, por los diez capítulos en los que se divide el seminario XXIII –”Le Sinthome”- de Jacques Lacan y por los grupos de movimientos asignados a cada uno de estos capítulos y realizados a dibujo. Ambos intérpretes se repartieron la ejecución de las dos dimensiones de la partitura: uno leyó el texto, y el otro interpretó los movimientos correspondientes. Las posiciones corporales diseñadas por la artista abrieron a otra forma de responder al texto distinta de la verbal.
Premiar a Dora García con el Nacional de Artes Plásticas de este año supone reconocer a una de las autoras que mayor creatividad ha mostrado a la hora de abordar las premisas fundamentales del arte relacional, y que, de manera más singular y fascinante, ha sabido tender puentes entre el individuo y la comunidad. Sin duda alguna, su trayectoria es una de las más consistentes del arte contemporáneo español.