Buscar Iniciar sesión

Colaboracionistas con los nazis: una historia maldita

El historiador Yves Pourcher recoge el destino de los franceses que ayudaron a los nazis durante la ocupación
Una mujer que colaboró con los alemanes es humillada en público después de la liberación de Francia
Una mujer que colaboró con los alemanes es humillada en público después de la liberación de FranciaAp
La Razón
  • Jesús Ferrer Solà

    Jesús Ferrer Solà

Creada:

Última actualización:

En 2009 se emitía la serie «Un pueblo francés», que obtuvo una extraordinaria repercusión. Se situaba la acción en 1940, en la imaginaria población de Villeneuve, con las tropas alemanas ocupando gran parte del país. La trama muestra variados perfiles humanos: miembros de la Resistencia, delatores, espías, solidarios vecinos, y, sobre todo, colaboracionistas del más diverso pelaje: desde quienes se acomodaron a la nueva situación hasta los que participaron con entusiasmo en el régimen invasor. 
Esta serie causó un gran impacto entre los telespectadores, encarándoles a la verdad de que, junto a legendarios heroísmos resistenciales, se había dado una muy amplia actitud de más o menos obligada colaboración con el enemigo. Liberada Francia vendrían los juicios sumarios, las purgas y depuraciones, hurgando en la responsabilidad de quienes ayudaron a la idea de una Europa del Tercer Reich. 
Muchos de ellos huyeron al exilio por diversas rutas de escape y en ocasiones con el auxilio de ciertos gobiernos. Historiadores como Jean-Pierre Azéma, Philippe Burrin, Eberhard Jäckel o Robert Paxton se han ocupado del fenómeno colaboracionista, pero faltaba un estudio del destino que aguardó a esos expatriados, un análisis de los casos más relevantes que conformaron durante décadas la herencia de una mala conciencia nacional. 
En la Francia del mariscal Pétain habían sido destacados políticos, periodistas, policías, ministros, funcionarios administrativos o artistas, y ahora les esperaba lo que se conoció como «la huida de los malditos». El historiador Yves Pourcher, profesor emérito de Ciencia Política en el Instituto de Estudios Políticos de Toulouse, obtuvo el año pasado el prestigioso Premio Jules Michelet con su ensayo «El exilio de los colaboracionistas 1944-1989».
Se recorren aquí las biografías de estos oscuros protagonistas de la Historia ahondando en sus motivaciones, contenidos ideológicos, despiadadas brutalidades, concluyentes decepciones políticas y un devenir marcado por la ignominia personal y el deshonor patrio. En esta relación de singulares personajes se mezclan utópicos idealistas, delincuentes profesionales, tontos útiles, sádicos torturadores, taimados oportunistas, vengativos cobardes, y aprovechados especuladores en infame tropel de espeluznantes semblanzas. 
Aparte del mariscal Pétain y su primer ministro Pierre Laval, desplazados al castillo de Sigmaringa en 1944, cuando los nazis se batían en retirada, el caso más conocido de colaboracionistas exiliados quizá sea el de Louis Ferdinand Céline. Furibundo antisemita, confidente de la Gestapo, quien es reconocido como un excelente escritor abandonará Francia en 1944 con su tercera esposa, Lucette; ambos viajarán a Alemania y luego a Dinamarca.
Fortaleza triste
Tras algunos procesos judiciales será declarado «indignidad nacional» por el gobierno francés y amnistiado en 1951. Él también había ido a parar a aquella fortaleza de triste memoria, señalando en su novela «De un castillo a otro»: «Quizá Sigmaringa no sea ya algo de lo que presumir, pero ¡qué lugar tan pintoresco!». Merece atención aparte el actor Robert Le Vigan. Durante la ocupación alemana intervino en dieciocho películas, entre ellas, «Los niños del Paraíso», de Marcel Carné. Tras su exilio germano regresará a Francia y se le impondrá una condena de reclusión y confiscación de bienes; tras su liberación recalará en España. 
Otro personaje que aparece aquí es Marcel Déat, autor de unas jugosas memorias y ejemplo de una trayectoria ideológica nada extraña en la época: la que va del izquierdismo populista al puro fascismo admirador de las más clásicas tesis nazis. En una entrada de sus diarios, de septiembre de 1944, lo vemos visitando a Hitler en su cuartel general, el mismo en el que este había sufrido un atentado algunos meses antes: «Ribbentrop y el Führer estaban allí. Se parecían a sus retratos, por supuesto, pero tenían la cara pálida y la espalda ligeramente encorvada, y un aspecto ciertamente más viejo de lo que me esperaba. Se hacen las presentaciones. Vuelve a estrecharme la mano y me recuerda que somos “colegas” respecto a los atentados. Le digo que, en efecto, solo he escapado a tres. Nos sentamos alrededor de una mesa redonda y comienza la conversación».
Máxima colaboración, en fin, con quienes acabaría perdiendo la guerra, lo que le llevó al exilio, primero en Alemania y después en Italia, escondido por un estamento religioso. Se libraría así de la ejecución de su condena a muerte en la Francia liberada.
Otros muchos «collabos», como se les denominaba, pueblan este libro. Les hermanan diversos puntos en común: pérdida del «idílico» país soñado, incondicional admiración hacia el régimen nazi, feroz antisemitismo (muchos de ellos participaron en las deportaciones de judíos a los campos de exterminio), nacionalismo excluyente, fe en un estado policial, manifiesto desprecio por los derechos humanos y politizado integrismo religioso y la extrema comodidad con la atmósfera social de la Ocupación. 
Se cita aquí a Victor Hugo, para quien «Un bello exilio no existe»; acertadas palabras, pero estos expatriados gozaron de una cómplice acogida en la Alemania de finales de la guerra, en la España franquista, en algunas dictaduras hispanoamericanas y en ciertos ámbitos de la Italia de la postguerra, entre otros destinos en países de un claro autoritarismo antidemocrático. Pourcher es consciente de la complejidad del tema: «Hay que analizar todo lo que la palabra “exilio” comporta: el destierro, la expatriación, la relegación y el ostracismo. Aunque en estos términos suele contarse la larga historia de los exiliados, en el caso de los colaboracionistas todo se mezcla. Exilio allí, rechazo aquí (en Francia), ira y odio por todas partes. Las vidas de los excolaboracionistas están marcadas, perdidas, han sido vapuleadas o fracasadas».
Otros aspectos tocan tangencialmente esta cuestión, como el destino de los hijos y familiares de estos personajes, la responsabilidad de los gobiernos que les acogieron o el desigual tratamiento que experimentaron por parte de la justicia francesa. Con una buena escritura literaria y una trabajada documentación, este libro resulta indispensable para el conocimiento de esta áspera, compleja y apasionante temática.