Laure Calamy: mujer, madre, trabajadora y corredora de fondo “a tiempo completo”
La actriz francesa interpreta a una asfixiada madre trabajadora en la nueva y sumamente realista película de Eric Gravel
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Se levanta lo suficientemente temprano como para que el cielo todavía esté oscuro, prepara el desayuno de sus hijos, se viste, se maquilla, sale de casa con prisa, deja a los pequeños con una vecina que les lleva y recoge del colegio hasta que ella vuelve por la noche y empieza a correr para no parar de hacerlo durante todo el día. Las horas de trayecto en los sucesivos transportes públicos -desde las afueras donde vive hasta el centro de París- que necesita para llegar a su puesto de trabajo como limpiadora en un hotel de cinco estrellas en pleno corazón parisino se dilatan durante un peregrinaje diario entorpecido por huelgas, manifestaciones y retrasos que convierten el viaje en una odisea interminable. Intercambia complicidades ligeras con compañeras mientras saca el táper del microondas y movida por una más que comprensible ambición, gestiona una entrevista de trabajo para poder empezar en otra empresa cuyo puesto se adecúe a los estudios de comercio y economía que desempeñó en el pasado. Cuelga el uniforme en la taquilla y emprende su personal Ilíada urbanita de regreso a casa para poder dar de cenar a los niños, acostarles y caer rendida en la cama antes de que suene otra vez el despertador.
En la nueva película de Eric Gravel, “A tiempo completo”, nuestra particular heroína gala tiene el nombre de Julie, pero en la vida real, podría tener cualquier otro, porque son demasiadas y con demasiada frecuencia las mujeres que experimentan esta realidad. Laure Calamy, la actriz que interpreta a la protagonista en esta historia de base marcadamente social al más puro estilo Hermanos Dardenne en “Dos días, una noche” sobre la prisa devastadora de un sistema que empuja a las sociedades a aceptar unos códigos laborales absorbentes incompatibles con la intimidad de los afectos y convierte en inevitable la materialización de esa máxima que obliga al ciudadano a vivir para trabajar y no al revés, se muestra en absoluta sintonía con el tono reivindicativo de Julie: “La mayoría de las mujeres sufrimos esto que al menos en Francia se llama “carga mental” y que consiste básicamente en ocuparse de los niños, del trabajo, de la casa, del día a día, de todo. Hay muchos estudios que demuestran que las tareas de la casa siguen asociadas a la mujer y ya no te cuento en caso de separación. Para nosotras, encontrar el equilibrio entre lo profesional y lo personal es muchísimo más complicado que para ellos”, asegura.
“Tengo amigas -prosigue Calamy-, alguna que otra actriz incluso, que está separada, ya no vive en París porque es muy caro y se reparte la custodia de los niños con su ex marido cada dos fines de semana, por no hablar de la parte del salario que se le va en pagar a alguien que se encargue de ellos cuando ellos mismos o la familia no pueden. Para nosotras, encontrar el equilibrio entre lo profesional y lo personal es muchísimo más complicado que para ellos”.
Una palabra, equilibrio, que resulta prácticamente imposible incluir en la rutina acelerada y desalentadora de su personaje, al que le suceden las desgracias con movimiento de ficha de dominó. “En el caso de Julie el equilibrio es muy frágil y creo que aquí se cuenta algo que no es demasiado común en el cine y tampoco en las mujeres y es precisamente el hecho de que la acción se centre en la ambición que ella tiene con respecto a su trabajo y que se corresponde además con el trabajo que tenía antes. Ella no está dispuesta a renunciar a su trabajo. Creo que es muy importante abogar por una educación igualitaria, de transmisión de los mismos valores tanto a hombres como a mujeres. Es cierto que la maternidad es algo que está muy valorado por ejemplo ¿no? las mujeres nos sentimos totalmente competentes a la hora de afrontarla y a veces nos cuesta un poco delegar en los demás. Y hay hombres que son perfectamente capaces de afrontar las mismas responsabilidades que nosotras en términos de paternidad o que incluso están más dotados para ello que algunas mujeres. Todas estas son preguntas que yo me hago normalmente y que he intentado trasladar con respeto a mi personaje”, apunta la actriz.
Vivir en las afueras
La progresiva pérdida de calidad de vida en los epicentros urbanos de grandes ciudades como París es otro de los grandes temas sociales que Gravel quería mostrar en la cinta ya que, tal y como él mismo señala en entrevista con LA RAZÓN, “necesitaba también denunciar de alguna manera este problema. Vivo en París desde hace cinco años, antes vivía en Quebec. Al mudarme, decidí como tantos otros, irme al campo -aunque sin salirme del todo de la ciudad- para llevar a cabo esa especie de sueño generalizado de estar más tranquilo, disfrutar de la familia, tener un jardín y demás. Pero al vivir allí tenía que utilizar mucho el transporte para ir y volver. La historia que cuento aquí es la de muchas personas que todos los días van a trabajar viviendo en las afueras de la ciudad y todo lo que eso conlleva. Es una realidad que me afectó y sorprendió en su momento”, reconoce.
Cuando les preguntamos al director y a la actriz, premiados respectivamente en la pasada edición del Festival de Venecia dentro de la Sección Orizzonti como mejor director y mejor actriz, por el componente nocivo que entraña la máxima de vivir para trabajar y por la asunción de la prisa como una de las grandes enfermedades de la sociedad moderna, el primero la cataloga como “una de las más graves” y reflexiona: “creo que ahora mismo el mundo se centra más en la eficacia de una tabla Excel en donde el componente humano no existe. Cada vez estamos más al servicio de las máquinas y el sistema se vuelve más impersonal. En cambio, de forma contradictoria no solo aceptamos sino que deseamos todas las oportunidades que nos ofrece lo tecnológico, que nos proporciona el mundo de Internet. No importa tanto la velocidad a la que vamos, sino la coherencia dentro del equilibrio que somos capaces de conseguir en nuestra vida”. Por su parte, Calamy señala que “es cierto que cada vez estamos más separados de nuestro trabajo y nos vemos inmersos en sinsentidos absolutos. Uno se hace muchas veces la pregunta de a qué quiere dedicar realmente su vida. A veces las condiciones laborales de un trabajo vocacional pueden provocar que deje de gustarnos lo que hacemos”.