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El infierno conyugal de Stalin, el zar rojo

El dictador disfrutaba contando chistes obscenos a sus invitados motivado incluso por el disgusto que esa conducta producía a su mujer; quería demostrar quién mandaba
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La fecha: 1932

El matrimonio Stalin se enzarzó en una fuerte discusión y al cabo de unas pocas horas, los guardianes hallaron muerta a Nadiezhda en el suelo del dormitorio.

Lugar: Moscú

El presunto envenenamiento de la esposa a manos de su marido se mantuvo en secreto; se rumoreaba que había muerto en accidente o de apendicitis

La anécdota

Poco antes, la pareja había asistido a un banquete: grandes «ossetres» del mar Caspio, sopa de pescado del Volga, jamones de Siberia y del Ural, caviar...
La vida conyugal de Stalin llegó a ser un verdadero infierno. El zar rojo se desposó en segunda nupcias con Nadiezhda Alliluyeva, de diecisiete años, y veintiuno más joven que él. Era menuda y bella. De hermoso cutis blanquecino, nariz recta y boca bien perfilada. Una auténtica georgiana. El matrimonio se estableció con los años en una vivienda del Kremlin de tres habitaciones, sala de estar, despacho y cocina. Adornada con alfombras orientales y recias cortinas que colgaron en su día del Palacio de Invierno, antigua residencia del zar en San Petersburgo. En la sala de estar había un gran piano en el que la madre enseñaba a tocar a los niños, y con el que acompañaba al bajito y rollizo Malenkov y a otros huéspedes cuando cantaban o hacían sonar la balalaika, la guitarra o el acordeón.
Stanislav Redens, casado con una hermana de Nadiezhda, solía visitar con su esposa la casa de los Stalin. Allí presenció cómo el dictador disfrutaba contando chistes obscenos a los invitados, motivado incluso por el disgusto que esa conducta producía a su mujer. Para demostrar que era él quien mandaba, le prohibió a ella que asistiera a las veladas nocturnas en el Palacio de los Marinos Rojos, lamentándose también de que visitara con demasiada frecuencia a sus padres o a su hermana en casa de Redens.
También el judío húngaro Pauker, confidente íntimo de Stalin y encargado de su seguridad, dejó por escrito la tragedia que vivía la pareja: «A los ocho años de matrimonio –recordaba Pauker–, la felicidad de Nadiezhda tocó a su fin. Ya no podía soportar que su marido contase chistes obscenos en su presencia, ni que hiciera uso del lenguaje que habitualmente empleaba con sus subordinados». Pero lo peor de todo fue cuando Stalin pasó de sus soeces palabras a los hechos, como atestiguaba Pauker: «La verdadera ruptura del matrimonio dio comienzo cuando Stalin, ebrio, llevó a la secretaria Marusya Petrovna, en el mismo estado, al dormitorio de su hogar y obligó virtualmente a Nadiezhda a que presenciara cómo hacía el amor a Marusya. Nadiezhda, más tarde, le perdonó aceptando sus disculpas de que estaba ebrio y no sabía lo que hacía, pero cuando repitió esta conducta, una y otra vez, alegando que con ello “su esposa le era más deseable”, ella se lo contó todo a su hermano Pavel, a su cuñado Redens y a Sergo Ordzhnikidze».
Cuando Nadiezhda rompió al fin el cerco del Kremlin e ingresó en la Escuela Técnica para desempeñar su parte en las tareas del Estado, descubrió que el nivel de vida de los trabajadores no mejoraba como le decía su marido. Al contrario: algunas esposas e hijos de proletarios habían sido privadas de sus cartillas de racionamiento, y muchas mecanógrafas, médicos, dentistas y funcionarios tenían que trabajar innumerables horas, o incluso tener dos empleos, para no morir de hambre. Por compañeros de estudios en la Escuela Técnica, se enteró de las detenciones, fusilamientos y destierros en masa; del hambre terrible y de las hordas de niños huérfanos que mendigaban un pedazo de pan. Del hambre tampoco se libraban los obreros y sus familias. El diario «Pravda» admitía que millones de proletarios ganaban menos de cien rublos al mes. Una cámara fotográfica Kodak junior costaba ya unos setecientos rublos y un simple par de zapatos, hasta trescientos rublos.

En el 15º aniversario

El matrimonio Stalin llegó a su fin en el decimoquinto aniversario de la Revolución de octubre. Al terminar el concierto la pareja se dirigió al Kremlin, a la fiesta que organizaba todos los años el mariscal Kliment Voroshilov en su casa, en el edificio de la Caballería. El banquete fue de los que hacen época: grandes «ossetres» del mar Caspio, sopa de pescado del Volga, jamones de Siberia y del Ural, caviar... Todo ello regado con vinos franceses e italianos. Y por supuesto, vodka en abundancia.
La pareja se enzarzó en una fuerte discusión. Al cabo de unas horas, los guardianes hallaron muerta a Nadiezhda en el suelo del dormitorio. Corría el 9 de noviembre de 1932. Al principio, el presunto envenenamiento de la esposa a manos de su marido se mantuvo en secreto. Se rumoreaba que había muerto en un accidente de automóvil o a consecuencia de una apendicitis. Pero eran muchas las personas que la habían visto en el concierto y en la fiesta en casa de Voroshilov. Finalmente, Stalin hizo correr la noticia de que su esposa estaba enferma y que desoyó los consejos del médico que le había pedido reposo.

«Se desposó en segunda nupcias con Nadiezhda, 21 años más joven que él. Era menuda y bella»

A Nadiezhda, cómo no, se le dispensó un funeral de Estado con todos los honores y su marido Stalin acompañó a pie al féretro desde la Plaza Roja hasta el antiguo cementerio del Monasterio Prístino, donde recibió sepultura junto a la tumba de la esposa del zar Pedro el Grande. El trato dispensado por Stalin a los familiares de su segunda esposa fue así «ejemplar». La hermana de Nadiezhda, Anna, fue detenida y condenada a diez años por espionaje. Stanislav Redens, su marido, fue también capturado y fusilado por considerársele enemigo del pueblo. Xenia, viuda de Pavel, hermano de Nadezda, y Yevgenia, tía política de Nadezda, fueron encarceladas al acabar la guerra y no recobraron la libertad hasta después de la muerte del dictador. Fue así como la familia de su infortunada mujer, al igual que ésta, fue aplastada también sin piedad alguna por la férula asfixiante del sanguinario dictador.