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La mirada prudente de François Ozon sobre la eutanasia

El director introduce con excesiva moderación una cuestión tan polémica como ésta en Francia a través de su última película, “Todo ha ido bien”, protagonizada por una solvente Sophie Marceau
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Elegir cómo y cuándo morirse también es una cuestión de dinero. Especialmente, en territorio galo. Cómo si no podría entenderse que el precio solicitado por algunas de las clínicas suizas dedicadas a la eutanasia en los casos de todas aquellas personas que no quieren seguir viviendo ascienda a la cifra de 10.000 euros, entre la logística del desplazamiento y el suministro de los correspondientes fármacos. La susceptibilidad que despierta una cuestión tan delicada (pero también la necesidad de rendir homenaje a la memoria de su amiga fallecida en 2017 y habitual colaboradora de los guiones de películas suyas como “La piscina” o “Bajo la arena”, Emmanuèle Bernheim) es precisamente lo que ha agitado esta vez la siempre renovada creatividad del director François Ozon para armar su nueva película, “Todo ha ido bien”, en la que esta desigualdad se evidencia mediante el poder adquisitivo del protagonista, interpretado por el tres veces galardonado con el César, André Dussollier.
El intérprete francés da vida a un gestor cultural inmerso en el mundo del arte, receloso de su homosexualidad y moldeado por un carácter agrio y autoritario que tras sufrir un accidente cerebrovascular y ver mermadas sus capacidades motoras decide poner fin a su vida, utilizando a una de sus hijas (Sophie Marceau) como herramienta para conseguirlo. “En realidad esta es una película sobre el patriarcado” señala, antes de añadir: “la perversidad o el amor se condensan en la petición de André. Sus hijas no tienen ningún juicio moral establecido sobre morir, pero su padre les pide que le maten. Confiar en tu familia para cualquier cosa implica un acto de amor, pero hacerles precisamente esa petición a tus hijas es perverso. Tiene un revólver en su escritorio, podría dispararse o tomarse unas pastillas, pero recurre a la súplica. También hay perversidad en el hecho de que le pida a Emmanuèle y no a Pascal (la otra hermana) que le ayude en su deseo. ¿Eso es amor? No lo sé. Es complicado”, explica el cineasta durante nuestra entrevista en el Hotel Barceló mientras el cielo de Madrid va perdiendo de forma progresiva el color anaranjado con el que empezamos el encuentro. “En 2013, cuando leí el libro, me gustó mucho pero sentía que no encontraba el sitio para trasladarlo al cine porque era algo muy íntimo, muy personal de Emmanuèl. Cuando ella murió, siendo muy joven y de manera muy rápida, volví a leérmelo y lo vi desde otro punto de vista porque el hecho de que estuviera muerta lo dotó para mí de otra dimensión. Quizá también me pilló más viejo esta segunda lectura y me sentía más preparado para contarlo”.

Los hijos no

“Me resulta muy difícil opinar en términos, ya no solo políticos sino también inevitablemente filosóficos acerca de este tema. Es muy difícil decir si está bien o está mal pero es verdad que se trata de un tema sobre el que no tenía una idea preconcebida antes de hacer la película”, confiesa Ozon. “Mientras te enfrentas a la situación es muy difícil simplificar tus emociones diciendo que está bien o está mal. Pero después de haber hecho la película, de haberme metido de lleno en esta historia, entendí dos cosas: en primer lugar que nunca deben ser los hijos quienes lo organicen, porque ese componente perverso del que hablábamos a la hora de pedirles algo así como padres, es un peso demasiado grande. Lo segundo es que no haya una ley que lo regule, porque de pronto se convierte en una injusticia económica porque solo la gente que tiene dinero puede irse a otro país para organizar su muerte”, añade el autor de “Gracias a Dios”. Los demás, sencillamente, como bien dice Emmanuèl después de que su padre le inquiera con frivolidad que qué hacen los pobres, esperan a morirse.
Desde el año 2009, fecha en la que se enclava el transcurso de esta historia de generosidad envenenada en donde la despedida anticipada e impuesta del ser querido transita por las puertas de las habitaciones de hospital y las noches de guardia, consume las energías del entorno familiar y eleva a Marceau a la categoría de cuidadora y de Caronte, concediendo a la tristeza y a la intensidad dramática del duelo un lugar destacado, pero no excesivo, la ley en Francia ha cambiado algo, tal vez no lo suficiente. “La ley ahora en Francia ha cambiado desde entonces, dejan morir a la gente que lleva años en coma, por ejemplo. Es algo muy triste. Tengo una amiga que estuvo diez días en coma y notábamos que, aún estando en ese estado, sufría. Los políticos siguen prefiriendo no mojarse las manos con este tema”, añade. Ozon asegura que después de hablar con médicos y especialistas, ha llegado a la conclusión de que la gente en términos generales se agarra a la vida, “hay pocos que optan por enfrentarse de una forma tan directa a la muerte, pero los que lo hacen, merecen saber que tienen la opción de llevarlo a cabo”.