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Luis Landero: «El humor suele ser más profundo que la tragedia»

El autor de «Lluvia fina» regresa a la narrativa con «Una historia ridícula», sobre el honor y el amor, pero también salpicada por abundantes dosis de comicidad
Enrique CidonchaLa Razón
  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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Marcial Pérez Armel es un tipo peculiar, muy peculiar. Es una de esas personas que se cree siempre en posesión de la verdad. Sin embargo, el conocer a Pepita lo cambia. Este es el punto de partida de «Una historia ridícula», la nueva novela de Luis Landero que, publicada por Tusquets, llega la próxima semana a las librerías. El autor habla con este diario sobre el libro.
¿Estamos ante una novela de humor?
Mi idea era escribir una novela con un tipo cómico como es Marcial.
¿De dónde surge este Marcial, el protagonista de «Una historia ridícula»?
He conocido muchos Marciales, en el sentido de que son desclasados culturales. Terminaron el bachiller o hicieron algunos cursos, y se acercaron a la alta cultura. Luego entraron en el mundo laboral, pero les quedó el grumito de ese mundo que les fascinó. Son gente a medio formar que viven en los suburbios de la alta cultura, por aquí y por allá. Me he movido entre gente de bajo nivel cultural y entre estos había ese tipo de gente. También debo decir que con treinta y pico ya escribí algo con esa voz, esas ínfulas. Se me quedó dicha voz en la memoria y me ha perseguido muchos años. Lo puse a hablar y no se calló. Es una novela que la ha escrito él, no yo. No sé de dónde me ha salido esto. Me daba la sensación que estaba siendo su amanuense.
Me parece que Marcial podría ser uno de esos tertulianos que saben de todo y que no saben de nada...
Sería un gran tertuliano. Ha sido siempre así porque existen esas personas que creen que lo saben todo porque han leído algún Premio Nobel. Es como la cocina de los pobres, que con poco hacen mucho. Hablan con mucha seguridad. Es una cultura de medio pelo y en la que hay muchos tertulianos que son así. Marcial ahora sería un experto en Ucrania, pero él es más honrado porque tiene ideas fijas que no cambia.
Su personaje se confiesa ante el doctor Gómez. ¿Deberíamos ir también a verlo?
Probablemente a todos nos haga falta hablar más ante un doctor Gómez. Marcial sale muy escaldado de la infancia. Es un resentido con causa y habla mal del prójimo. Casi todos le parecen ridículos... Sentarnos y desahogarnos ante el doctor Gómez nos iría bien. Todos andamos un poco mal de la cabeza en este país.
El padre de Marcial aconseja a su hijo no dar que hablar. ¿Tenemos ínfulas de protagonismo?
Jo, ya lo creo. Hay mucha pretensión de protagonismo. Sobre todo, donde me crié, entre la gente del campo, se aconseja aquello de que no des que hablar, ser discreto, esa vieja discreción que aparece en «Lazarillo de Tormes», «El Quijote»... Eso se ha ido al carajo con las redes sociales, donde ha aparecido un egocentrismo tóxico donde todo el mundo quiere dar que hablar aunque sea mal, ser protagonista. Todo esto de Twitter y Facebook saca en parte lo peor del ser humano, ser esclavo de la opinión ajena. Me meto a veces en Twitter con seudónimo para ver lo que ocurre y el espectáculo es tremendo.
«Entre la gente de fuste, el ingenio, por agudo que sea, suele llevar casi siempre al fracaso», dice Marcial.
Habría que preguntárselo a él. A veces el afán de destacar hace que alguien esté al acecho para dar un buen golpe. Eso se ve en ciertas reuniones en las que hay gente deseosa de destacar. En ellas, gente un poco seria, a veces chirría ese alardear. Todos hemos conocido al ingenioso que siempre intenta apoderarse de la conversación, destacar y dinamita toda posibilidad de diálogo, que quiere sacar punta para eso. Se lo atribuyo a Marcial, pero algo de eso existe. Hay que cultivar más la inteligencia que el ingenio.
¿La mejor herramienta para plantear esa crítica es el humor?
Sí, lo es. La mejor herramienta es el humor, por lo menos, en este caso. Es como Buster Keaton, que tenía esa cara de palo, pero hace cosas absurdas. En dicho desnivel entre el fondo y la forma es donde salta la chispa del humor. Pasa lo mismo con Marcial, que es alguien redicho, pero eso está al servicio de actos ridículos. El humor es siempre cosa de la inteligencia, se suspende la sensibilidad. Cuando se miran las cosas con humor, desde la distancia, surge una suerte de lucidez donde todo se ve más claro y a veces ridículo. Nace una visión nueva de las cosas. El humor es una suerte de lucidez.
Se ha llegado a considerarlo como un género menor.
Sí, es verdad, pero eso es algo que pasa con la novela que solamente quiere ser humorística. Otra cosa es el humor como ingrediente, no como plato fuerte, que es el caso de esta novela. Es cierto que se valora más lo trágico, pero si está bien contado tanto vale una cosa como la otra. Hacer humor no es fácil. No creo que, por ejemplo, Billy Wilder lo tuviera sencillo. El humor suele ser más profundo que la tragedia. Kafka, pese a lo trágico, tiene un fondo de comicidad enorme. Se valora más lo trágico, pero es pura apariencia. Cortázar hablaba mucho de cómo la comicidad es una manera de desactivar ese tipo de solemnidad.
¿El amor está sobrevalorado?
Lo está, aunque bendita sobrevaloración. A veces bajo a la plaza, jóvenes o pobres del montón que se hacen únicos entre ellos y que se dicen «hasta que te conocí no sabía qué era la belleza». El amor es una invención. Está sobrevalorado porque solo se habla del que es de pareja, es una peste, no hay bolero que no hable del amor, pero solo de pareja. Sin embargo hay otro amor, una filosofía del amor a la vida, a los niños, la amistad...

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