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Sicilia, el error olvidado de Hitler

James Holland publica un ensayo sobre la batalla que sirvió de precedente de Normandía y que sacó a Italia de la Segunda Guerra Mundial
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El día 10 de julio de 1943, los aliados desembarcaron en Sicilia y 160.000 hombres, entre ingleses, norteamericanos y canadienses, desafiaron a los ejércitos del Tercer Reich en las costas italianas con la esperanza de decantar por fin el curso de la guerra en el frente occidental. Implicados en la operación, conocida con el nombre en clave de Husky, había dos militares de probada energía pero caracteres opuestos: Patton y Montgomery. Ambos mantendrían su particular pulso con los alemanes, pero, animados por la rivalidad que sentían hacia el otro, sostuvieron también una singular carrera para acrecentar su prestigio y fama, y alzarse con los méritos de la victoria. «Fue muy importante. Una operación gigantesca como no se había visto con anterioridad en ningún lado. Nunca habían trabajado tantas naciones juntas con un solo propósito en una época predigital. Hay que ser consciente de que había que organizar tres fuerzas distintas entre sí: las de aire, mar y tierra. Muchas cosas podían salir mal si no se tenía cuidado. Todo lo que se hizo en Sicilia ayudaría más adelante a pensar y organizar el Día D. Fue crucial en lo geográfico, que supuso entrar en el escenario de Europa continental, como, para más adelante, planear el desembarco de Normandía y que resultara un éxito», comenta James Holland.
El historiador británico, autor de «El auge de Alemania» o «El contraataque aliado», ha abordado uno de los momentos más relevantes de la Segunda Guerra Mundial en «Sicilia 1943. El primer asalto a la fortaleza Europa» (Ático de los libros). Un estudio que va más allá de las meras operaciones militares y examina, con minuciosidad y una cuidadosa atención, la mentalidad de los militares implicados en cada uno de los bandos, tanto de los oficiales como la infantería y los pilotos (en un instante en que la aviación resultaría crucial). Holland, un hombre destinado a recoger el testigo de otros grandes historiadores militares como Antony Beevor o Max Hastings, explica con radical detallismo las estrategias planteadas en el Norte de África y el Mediterráneo con anterioridad a esta ofensiva y añade un factor crucial que en demasiadas ocasiones suele ignorarse: la situación del ejército norteamericano en ese momento.
Holland aclara una tesitura importante de comprender y que, a la vez, da una imagen del milagro que logró Estados Unidos en un periodo tan breve de tiempo . «En 1935, su ejército se había reducido hasta contar apenas 119.000 hombres, e incluso en septiembre de 1939 tenía solo 188.000, por lo que es el noveno más importante del mundo, entre los de Portugal y Uruguay. La mayoría de las universidades eran operativas solo al 50 por ciento y buena parte de sus equipos estaban obsoletos. En mayo de 1940, en todo su Cuerpo Aéreo había solo 160 cazas y 52 bombarderos pesados; solo la Marina se había ido actualizando y había hecho ciertas inversiones». Por eso relata que «el 16 de mayo de 1940, Rossevelt solicitó un aumento en el presupuesto de defensa: ya no pediría los 24 millones de dólares que se habían sugerido en un principio, sino 1.200. El objetivo era fabricar 50.000 aviones al años y, para el 1 de abril de 1942, contar con un ejército de cuatro millones de efectivos».
Esto conllevaba un enorme sacrificio industrial y la demostración tangible, a escala internacional, de que era una gran potencia, en realidad, la nueva superpotencia. Pero la tecnología no lo era todo. Uno de los problemas que debían encarar los militares americanos era la experiencia en combate de sus subordinados. Algunos de sus oficiales conservaban las lecciones y recuerdos que había dejado la Gran Guerra, pero no era el caso de los hombres que estarían en los campos de batalla. La primera vez que los americanos se foguearon con los alemanes, unas unidades bien adiestradas y con experiencia, fue en el Norte de África, en Kasserini. El resultado fue un baño de realidad para esos hombres, pero, a la vez, un aprendizaje que tendrán presente cuando llegue el momento de asaltar las playas de Sicilia. «Es increíble la rapidez del desarrollo militar de Estados Unidos. Lo puede llevar a cabo porque tienen una base: es el país más mecanizado del mundo, tienen fabricas y líderes que comprenden la producción en masa. En 1943, construyeron 83.000 aviones, pero, en cambio, son nuevos en la guerra. Francia está fuera de combate en ese instante y Gran Bretaña no puede contar con ese aliado. Necesita uno. La capacidad de los americanos es significativa en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Uno de los puntos que conviene tener presente es que Rossevelt entendió que el Atlántico ya no suponía una barrera para la agresión nazi, que era urgente armarse. Y, lo cierto es que lo hacen en 18 meses. Se incorporaron a la guerra en 1942. La primera experiencia de combate a gran escala que tendrán será en Sicilia. Hasta entonces están casi por estrenar. Es un hito histórico porque ahí convergen tres fuerzas políticas distintas y tres fuerzas militares diferentes», cuenta James Holland.

Una decisión difícil

Desembarcar en Sicilia era una decisión compleja que contaba con muchos detractores. Todos coincidían en lo apremiante que era irrumpir en Europa y hacer que retrocedieran los ejércitos de Hitler, pero la cuestión era cómo, cuándo y dónde. Los mandos aliados comprendían que Normandía todavía iba a tardar en llegar. Mientras, debían diseñar una operación que debilitara a los alemanes. Desde hacía tiempo tenían sobre la mesa una demanda de Stalin: que abrieran otro frente para aliviar la presión que los nazis ejercían sobre el frente oriental. Después de haber derrotado a Rommel en África, y tener asegurado los puertos de Alejandría, Malta y Gibraltar, había una opción clara: Italia. Sobre todo, Sicilia. A su favor contaban con una de las paranoias de Hitler. «Él creía que el objetivo más probable para otra acción de los Aliados en el escenario meridional eran los Balcanes. Su falta de conocimiento geopolítico entorpeció una y otra vez la estrategia alemana: solo era capaz de analizar el contexto bajo el prisma de su concepción del mundo. Si los Balcanes eran la parte del flanco meridional que más temía perder, por allí atacarían los Aliados». Existía una razón para que Hitler se aferrara a esta idea: era la ruta más directa para los campos petrolíferos rumanos, «uno de los recursos más preciados por la Alemania nazi, así como las reservas importantísimas de bauxita, cobre y cromo que había en esa misma zona».
El Führer ya había cometido errores en el contexto del Mediterráneo. Cuando los Aliados avanzaron sobre el Norte de África, él ocupó lo que le quedaba de Francia, reteniendo tropas en un lugar donde no hacían falta. La realidad es que sus obsesiones debilitaron las líneas. «La primera decisión mala fue Polonia, pero no paró de cometer equivocaciones. No abandona Túnez cuando debe dejar el país, ya que esas tropas hubieran podido cambiar el rumbo de los acontecimientos en Sicilia. Se gasta recursos en una campaña que está condenada, incide en malas estratégicas. Mussolini, es cierto, no se lo pone fácil, pero todo esto demuestra que no es un genio militar como él se cree. Tenía una formación mínima y estaba rodeado de aduladores que le susurraban que no podía equivocarse. Y nunca aprendía de los fallos que cometía. Esto es importante porque, como general, era el último responsable de las decisiones que se tomaban y cuáles había que tomar en cada uno de los casos», comenta Holland.
Todo esto lo aprovecharon los Aliados. Ellos eran conscientes de lo que ocurría y, además, contaban con un motivo extra que no querían dejar escapar: que Italia, ante su invasión, abandonara el Eje, una posibilidad que debilitaría Berlín y que obligaría a Hitler a desviar más ejércitos al sur de Europa, haciendo que su posición en Rusia se volviera insostenible. «Ya en este momento, la guerra va mal para Alemania. En 1943, ya han sido derrotados en Stalingrado y eso, junto a la desastrosa campaña de Túnez, la pérdida de armamento y hombres, y el desgaste de la batalla del Atlántico, hace que los Aliados jueguen esta baza. Lo que quieren es expulsar a Italia de la guerra. Hitler ya no tiene tantos recursos para luchar en diversos frentes. Italia, por eso, resulta ser una buena estrategia para los aliados», asegura Holland.
UNA GUERRA DOS EJÉRCITOS
Para James Holland existe una diferencia entre los ejércitos que lucharon en la Segunda Guerra Mundial. Uno, el de los Aliados, proviene de países democráticos, mientras el otro, el alemán, ha nacido al amparo de un totalitarismo. Esto marcaría el temperamento y la manera de combatir. «Lo que tiene un Estado totalitario es la disciplina. Los soldados obedecen sin cuestionarse lo que les dicen. En 1940, el ejercito alemán era el mejor de Europa y los generales tenían libertad para actuar. Hay que entender a Alemania en su contexto. Es un país encajonado entre vecinos, no tiene acceso al mar y es pobre de recursos. Alemania siempre ganaba las guerras por la fuerza y la velocidad. Ataques muy focalizados en poco tiempo. En una guerra de desgaste, a lo largo de meses, tenía todas las de perder. En 1941, además, Hitler toma el mando. Los comandantes pierden su libertad y se cometen una serie de fallos estratégicos que se ven en Túnez. En lugar de dar por perdido en Norte de África y concentrarse en Sicilia, lanzan cuerpos pequeños debilitando sus fuerzas».