El revisionismo «funde» a Robert E. Lee
La escultura del general confederado que se retiró en julio en Charlottesville se ha entregado Centro de Herencia Afroamericana de la Escuela Jefferson, que la fundirá y destinará el bronce para hacer otra obra de arte
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El pasado no se puede cambiar, pero algunos intentan vengarse de la historia derribando esculturas de sus pedestales. En Charlottesville no se han conformado con retirar durante el mes julio la estatua dedicada al general confederado Robert E. Lee que existía en Market Street Park, un hecho que en su día dio para que la calle se llenara con una bonita turbamulta y se montara allí un fin de semana muy divertido, con una jarana bastante vistosa repleta de enfrentamientos, peleas, insultos, empujones y disputas de todo orden que todavía se conversan muy vivos en la memoria de los vecinos. Para los que exigían que se quitara el monumento del militar sudista parecía un asunto sencillo, de los que se pergeñan en un santiamén, tirando de un camión de transporte, una grúa y cuatro operarios con la mañana ociosa y sin nada que hacer más que morderse las uñas de aburrimiento. El problema sobrevino después, cuando algún concienzudo alguacil y los brillantes adláteres municipales que deambulaban por el consistorio les cayó encima el marronazo de qué hacer ahora con el trasto ese que habían desplazado de allí. De esta manera, lo que en su momento solo era un bronce donde reposaban las palomas en otoño, de repente se había convertido en un problema. Como el hombre es un ser ocurrencias se les cruzó por el magín la fantástica solución de proponer la figura a alguien, por si la quería, en plan baratillo, como la pieza tiene ese tamaño tan accesible, de las que caben en cualquier garaje... Esta realidad, que en jerga política es «dificultad», no les apeó, nunca mejor dicho, del caballo, y se pusieron a buscar por ahí a un fulano que deseara quedarse con ese pedazo de metal. Durante el estío, que es una estación en la que no conviene darle demasiado a la sesera, se pasaron por ahí varias sociedades y grupos artísticos con propuestas variopintas y de distinto orden y alcance para hacerse con la desmontada efigie. Hubo hasta un tipo que ofreció la frugal cantidad de 50.000 euros, una oferta tentadora para cualquier arca municipal, que, como todos saben, siempre es muy ávida y recaudadora. Pero los gentiles de allí rechazaron, hicieron un ejercicio de incorruptibilidad política, y decidieron impartir una lección de sabiduría salomónica. Rechazaron todas las ofertas que tenían sobre la mesa, incluso aquellas que venían acompañadas de peculio, y decidieron entregar la talla a un museo. Algunos objetaran que no existe nada mejor para conservarla. No está en la calle, donde resultaba molesta, hasta inoportuna, y se la deja en paz en alguna solitaria sala dedicada a esculturas por donde solo pasean aburridos historiadores y los vigilantes del turno. Pues para nada. El museo en cuestión es el Centro de Herencia Afroamericana de la Escuela Jefferson, una institución dirigida por negros. Estos, inmediatamente, decidieron que lo mejor que podía hacerse con la efigie de Robert E. Lee era fundirla, por supuesto. Como decirlo así, a la pata llana, queda algo brusco, lo han disimulado con la etiqueta de «proyecto artístico» y hasta le han dado un nombre: «Swords into Plowshares». Con el metal resultante pretenden hacer una obra de arte (evitar decir «otra obra de arte») y exhibirla en público, no se sabe si para deleitar al público o terminar de amedrentarlo al enseñarle hasta donde es capaz de llegar el nuevo revisionismo. Que Nabokov y Platón se preparen.