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El hombre que le preguntó a Franco quién mató a Kennedy

La investigación de Charles E. Stanton sobre el asesinato del presidente sigue siendo inédita
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  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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Probablemente no habrá un asesinato más analizado, investigado y recreado que el de John F. Kennedy sucedido un 22 de noviembre de 1963 en Dallas. Al año del magnicidio, la Casa Blanca dio carpetazo al caso de la mano de la llamada Comisión Warren que determinó que el presidente de Estados Unidos fue asesinado por un loco solitario llamado Lee Harvey Oswald quien, a su vez, fue eliminado por otro loco solitario de nombre Jack Ruby. El informe, lejos de aclarar dudas y calmar a un país, provocó que muchos decidieran por su cuenta y riesgo saber quién, cómo y por qué había eliminado a tiros al líder del mundo libre. Una de esas personas se llamaba Charles E. Stanton.
Stanton pertenece a la letra pequeña del caso, uno de esos particulares que quedó indignado tras la lectura del “Informe Warren”. Parecía una solución muy fácil para un caso demasiado complicado. Por todo ello pensó que lo mejor era entrevistar a las grandes personalidades del momento y preguntarles directamente si tenían alguna hipótesis sobre lo ocurrido en Dallas. En febrero de 1966 y hasta enero de 1968, este neoyorquino emprendió la labor de enviar una serie de cuestionarios a una serie de nombres, con independencia de su ideología política y más allá del territorio estadounidense. Eso le hizo dirigirse tanto a Francisco Franco como a Fidel Castro pasando por el director del FBI J. Edgar Hoover. Tampoco se olvidó del círculo más íntimo del desaparecido político, desde su hermano Robert F. Kennedy pasando por su jefe de prensa Pierre Salinger, además de sus rivales políticos como el senador conservador Barry Goldwater. Igualmente recibieron la encuesta algunos de los responsables de uno de los mayores desastres en la política internacional de Kennedy, como fue la invasión de Bahía de Cochinos, es decir, el ex director de la CIA Allan Dulles y Richard Bissell.
El archivo de Stanton, hoy conservado en la John F. Kennedy Library, resulta fascinante. Habló con todos los escritores más importantes de su tiempo sobre el asesinato. La lista es ingente y en ella podemos encontrar a Ray Bradbury, Robert Graves, Allen Ginsberg o Irving Wallece, además del filósofo Bertrand Russell, el historiador Hugh Trevor-Repor, el célebre aventurero Thor Heyerdahl o el periodista Walter Cronkite. La mayoría de documentos de esta investigación sigue sorprendentemente sin publicar.
El periodista David Talbot, cuyo libro “La conspiración” sigue siendo fundamental para entender los entresijos del enrevesado tema, ha sido uno de los pocos que ha podido consultar con calma los cuestionarios de Stanton y sus respuestas. Entre las más interesantes destaca la que remitió Terry Southern, el guionista que trabajó con Stanley Kubrick en la película “Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú?”. Southern consideraba “insultante” la teoría del asesino único.
Los sucesos del 22 de noviembre de 1963 supusieron un gran impacto para todo el planeta. El hecho de que un hombre joven hubiera sido asesinado a tiros a la vista de todo el mundo durante una caravana presidencial provocó una conmoción parecida a la que se vivió años más tarde con los atentados del 11-S. Bueno, no tanto para algunos. En España, en el Palacio del Pardo, el general Franco demostró que lo suyo no era la sensibilidad. El dictador reaccionó con frialdad, la misma que demostró en las protocolarias cartas de pésame que envió al presidente Lyndon B. Johnson, sucesor de Kennedy, y a Jacqueline Kennedy. No parece que derramara ninguna lágrima por JFK.
Es probable que Franco supiera que Kennedy estaba informado de la situación en esos momentos en España, no solamente vía diplomática sino gracias a los tímidos intentos de aproximación de la oposición franquista a la Casa Blanca, algo que puede constatarse en la documentación guardada en la John F. Kennedy Library. Lo que sí se sabe seguro es que poco después del asesinato, Franco hablaba con su primo Francisco Franco Salgado-Araújo sobre el magnicidio e, incluso, se atrevía a especular sobre cómo habría que investigar para encontrar al asesino.