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Daniel Brühl: “Aún hay unas diferencias políticas, económicas y sociales enormes entre las dos Alemanias”

El reconocido actor dirige y protagoniza su primer largo, “La puerta de al lado”, una observación cultural en forma de comedia negra en donde denuncia con sutileza las consecuencias de la gentrificación en el Berlín actual
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Sin ser plenamente consciente del carácter predictivo de su sentencia, un jovencísimo Daniel Brühl ya adivinó con una aproximación más o menos atinada pronunciada en “Good Bye, Lenin!” –escaparate iniciático que le lanzó al éxito– la línea temática de su primer largometraje como director que estrena hoy en salas, “La puerta de al lado”. “Tengo que admitir que, de alguna manera, mi juego comenzó a descontrolarse. Tal vez la RDA que creé para mi madre era la que a mí me hubiera gustado tener”, reconoce el personaje de Alex Kerner en un momento marcadamente nostálgico de la mítica cinta en la que a través de una gran mentira motivada por el amor se ficcionaban las mieles de la Alemania Oriental.
Gente de fuera
Dieciocho años después de aquello y con un extenso y variado currículum a sus espaldas -incursiones en el potente y mastodóntico universo Marvel como el Barón Zemo mediante-, el actor de nacionalidad hibridada, portador de raíces catalanas y alemanas se estrena como director agarrándose a la observación de las diferencias palmarias y todavía actuales que siguen existiendo entre las dos Alemanias, cuya intensidad además se ha visto engrosada por los procesos de gentrificación. En el centro de esta disección antropológica que constituye su nueva cinta, nos topamos con dos sujetos laberínticos y complejos que, entre las limitantes paredes de un pequeño bar, sostienen la narración: Daniel (Brühl), un actor afamado y privilegiado en términos socioeconómicos que se prepara para acudir a una importante audición en Londres y un vecino misterioso con un hermetismo propio de la Stasi que sabe demasiado sobre su vida interpretado por Peter Kurth.
“Esta primera experiencia como director ha sido una ventaja a la hora de centrarme aún más en la historia y saber con precisión lo que estoy contando. La doble función no era un problema. El miedo que tenía de tener la mirada enfocada en la dirección cuando me tocara actuar con mi compañero y tener esa sensación extraña de estar juzgándome desde fuera se evaporó. Peter Kurth es tan buen actor que siempre absorbo cosas interesantes de su trabajo. Hubo una atmósfera muy linda, muy abierta y democrática a la hora de poner en marcha las cosas que quería hacer en esta película”, reconoce en entrevista con LA RAZÓN mientras sorbe un trago largo de café y se acomoda en un sofá de las estancias principales del céntrico Hotel Urban.
La gentrificación –prosigue– es algo que me ha marcado mucho en mi vida porque siempre me he sentido parte de este proceso, sin excesiva culpa pero con consciencia. Todavía hoy siento que soy alguien de fuera, alguien que ha entrado desde la Alemania del Este en un escenario en el que vive gente que lleva toda su vida allí. Por cuestiones familiares yo siempre me he estado moviendo, algo que me ha dado muchas posibilidades y me ha abierto mucho pero que no ha impedido la posibilidad de encontrarme en medio de situaciones incómodas todavía hoy, porque noto a veces que no soy realmente de ese lugar”, confiesa el actor con cariz de decepción y extrañeza. Parte de esa desubicación congénita que asegura sentir el propio Brühl se traslada con fidelidad a las aristas que componen el personaje de Daniel, quien absorto en su propia vanidad como actor se muestra incapaz de reparar con atención en los huecos que agujerean su aparentemente idílico matrimonio, su farisea vida perfecta.
Sin pretender hacer tampoco un retrato fidedigno sobre su propia experiencia, el actor y ahora cineasta toma sin embargo prestadas varias licencias de su propia carrera profesional: “Era una manera de burlarme en cierto modo de mí mismo. Esta es una película sobre miradas, sobre secretos, sobre observaciones. ¿Qué es lo que sabes de tu vecino y qué es lo que sabes de ti? Quería demostrar que un personaje que aparentemente lo tiene todo, está viviendo en un super piso, tiene éxito y reconocimiento, una familia, hijos, una carrera y una vida en definitiva hecha y asentada también puede detonarse. En cuanto rascas un poco y miras dentro descubres que ahí hay mucha soledad y tristeza”, indica.
Asimismo Brühl afirma que “esta película es una muestra de cómo percibo la ciudad de Berlín en este momento” y apuesta por una invitación a la conversación con el otro en el escenario despersonalizado de las grandes ciudades. “Hay también una crítica hacia toda esa gente que invade las grandes ciudades claro y que no repara en el entorno, en los que tiene al lado, que ya no es capaz de ver más allá de sí mismo. En mi caso por ejemplo siempre he buscado la conversación con los otros, algo que en principio es fácil si persigues el contacto y ves que la gente lo agradece. Personalmente ya noté las miradas desconfiadas de los vecinos del Este cuando me mudé de piso en Berlín pensando probablemente “uff el actorcito este de Colonia”. Pero me acerqué a ellos y desde entonces tenemos relaciones bastante buenas”, comenta esperanzado.
“De hecho, charlando con ellos me enteré de las diferentes biografías que portaban cada uno, tan diferentes a las mías. Personas que han vivido toda su vida en Berlín como el caso por ejemplo de una anciana que había nacido, vivido la Segunda Guerra Mundial y muerto en esa misma casa en donde ya vivía gente de todas partes del mundo tras la caída del Muro. Vaya vida ¿no? Eso me fascinó, que haya mundos tan extremos, tan opuestos dentro de un edificio. La mayoría de la gente sin embargo yo creo que no busca el contacto. Es increíble que puedas vivir décadas en un mismo sitio sin enterarte de lo que está pasando al lado, en frente o debajo de tuyo”, añade. ¿Y qué temperatura tiene actualmente Alemania?¿Las heridas históricas de la caída del muro siguen pasando factura? “Pues aún hay unas diferencias políticas, económicas y sociales enormes entre las dos Alemanias. Incluso hay gente que dice que estaban mejor antes porque al menos tenían un trabajo fijo y sentían más solidaridad y seguridad en sus vidas. Todo eso me chocó viniendo del Oeste y más viniendo de una generación que estaba marcada por un espíritu muy positivo”, comenta el actor.
Con apenas veinte años, tras conseguir su primer sueldo decente con su papel en “Good Bye Lenin!”, este intérprete, heredero de un tipo cine que puede identificarse con la etiqueta de independiente, pudo permitirse el alquiler de un piso en el barrio “guay” de Alemania mientras sus colegas en Colonia tenían que hacer malabares con varios trabajos para financiar sus estudios. “Ahí ya noté que es una cultura, una ciudad, absolutamente diferente. Cayó el muro cuando tenía once años, las fronteras hacia Europa se abrían y había una sensación generalizada de que nos estábamos acercando con más empatía, curiosidad y unión hacia algo bueno. Pero ahora ves con escepticismo cómo aumentan a raíz de las crisis los conflictos locales y cómo los mensajes populistas y facilones envenenan el ambiente. Hemos vuelto a la diferencia abismal entre el Este y el Oeste, a los prejuicios, al carácter amargo”.
Imparable y en una etapa de madurez privilegiada, Daniel Brühl se despide con el apunte de un nuevo y ambicioso proyecto en el bolsillo pero esta vez como productor de “Sin novedad en el frente”, basada en la novela de Erich Maria Remarque y reivindicada como la primera vez en la historia que se hace una versión cinematográfica en alemán. “Siempre hay momentos en los que piensas que podrían llegarte más cosas interesantes pero he notado que ya no quiero hacerlo todo. Y si lo que a ti realmente te interesa no llega desde fuera, lo tienes que crear tú mismo”, remata.