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Crítica de “Madres paralelas”: dolor y memoria ★★★☆☆

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  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Título: Madres paralelas. Dirección y guion: Pedro Almodóvar. Intérpretes: Penélope Cruz, Milena Smit, Aitana Sánchez-Gijón, Israel Elejalde. España, 2021, 120 min. Género: Drama.
Hay dos películas en “Madres paralelas”, la que afecta a la memoria colectiva y la que se derrama en la culpa íntima. Una, centrada en esa maternidad fractal, que en este caso oscila entre la abnegación y el dilema moral, y que funciona como cámara de ecos del cine de Almodóvar, siempre tan preocupado por la figura materna como origen de todos los relatos. La otra, relativamente nueva en su filmografía, ofrece un perfil político que no siempre resulta fotogénico en un filme al que le cuesta un poco integrar ese prólogo y ese epílogo, a veces demasiado didácticos, en el magma melodramático que separa y une a las protagonistas (espléndidas Penélope Cruz y Milena Smit). Es en ese magma donde encontramos al mejor Almodóvar, el sospechoso habitual que convierte el cocinado de una tortilla de patatas en un gesto de apoyo, o el que sabe mantener el pulso del suspense sustentándose en emociones desbordadas -y problemáticas- que se traducen en una ensalada de giros de guion que no desentonarían en un culebrón. Almodóvar no ha perdido ese contacto con la sensibilidad popular que alimentaba sus ficciones, y que hace que sus desvíos argumentales más temerarios -aquí en un guiño a “Mulholland Drive”- funcionen con naturalidad.
Por otro lado, es hermoso que “Madres paralelas” se plantee como un trayecto desde la fotografía de los desaparecidos (una huella) a la recreación en carne y hueso de los cadáveres republicanos en las fosas comunes (un cuerpo), como si Almodóvar quisiera demostrar que el cine sirve para que todo se vuelva real en una sinfonía de artificios. La película funciona para que su visión ‘tome cuerpo’ en la sororidad, en la generosidad emocional, en la sinceridad y en la honestidad, y también en la oscuridad de sus personajes, esta vez, como en “Julieta” y “Dolor y gloria”, filmados desde una austeridad formal que potencia la creencia en sus peripecias, por muy implausibles que estas sean, siempre al borde de la lágrima.
Lo mejor: La visión de una maternidad no monolítica, capaz de trabajar sus miserias desde la honestidad por mucho que duela.
Lo peor: El prólogo y el epílogo, dedicados a la memoria histórica, demasiado aislados de la trama principal.

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