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Morandi: el último enigma de una fanatización

La Fundación Mapfre inaugura «Resonancia infinita», una amplia retrospectiva por la obra del artista que reúne 106 obras, explora la repercusión de su trabajo en otros creadores y ahonda en la misteriosa elección de una pintura que lo condujo al aislamiento del mundo
Javier LizónEFE

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La historia de Giorgio Morandi es la de un paulatino desprendimiento de la vida, los movimientos, las influencias y las exterioridades comunes que las personas suelen emplear para subrayar su existencia. Al contrario de los impresionistas y postimpresionistas, dos escuelas que marcaron su inicial temperamento artístico, él renunció a las posibilidades que brindaban los paisajes, ese espacio abierto con su infinito abanico de posibilidades, y optó por enclaustrarse en unos ritmos de compases más modestos que acabó arrastrándole al ámbito doméstico de su hogar y su taller.
Aunque fue hijo del siglo XIX, nació en 1890, el mismo año en que Sigmund Freud alumbraba el psicoanálisis, Morandi vivió con intensidad las mareas ideológicas y bélicas que sacudieron el XX. Su juventud debió alinearse en 1914 con la velocidad y aquel esplendor tecnológico que preconizaba el futurismo, una vanguardia deslumbrada por los coches, el teléfono, el deporte, el cable eléctrico y la nueva vida moderna que tutelaban Carrà, Marinetti y Boccioni. Pero, aunque coqueteó con esta tendencia, teñido por la música del fascismo, terminó alejándose de los postulados de su manifiesto, al igual que le sucedería en 1918 y1919 con la pintura metafísica de Giorgio de Chirico, un momento vital en que su alma ya arrastraba la herida psicológica de la Primera Guerra Mundial, como le sucedió a miles de muchachos de su época.

Un artista independiente

Su pintura se alza de esta manera como un enorme telón simbólico de una voluntad independiente, personal, desprovista de deudas, que arrinconó la figura humana en su obra, y tomó un sendero autónomo y particularísimo que hizo del objeto la suma de todas sus atenciones. Una evolución insólita que la Fundación Mapfre recorre en una retrospectiva, comisariada por Daniela Ferrari y Beatrice Avanzi, conservadoras del Museo di Arte Moderna e Contemporanea di Trento e Rovereto, que ha reunido 109 obras del creador. Un recorrido que repasa todos los temas que trabajó, haciendo hincapié en las naturalezas muertas y bodegones que le caracterizan. Pero, también, de manera excepcional, se recrea en el paisaje, marcados por el cubismo de Picasso y Braque, y el autorretrato, perteneciente a sus inicios, deteniéndose también en un famoso óleo: «Bañistas», de 1915, uno de los escasos lienzos en los que refleja la silueta humana. «Una de las preguntas más difíciles de responder es por qué se aisló del mundo -comenta Carlos Martín, conservador jefe de artes plásticas de Fundación Mapfre-. Morandi fue un artista que tomó un camino arriesgado: el de no formar parte de colectivos ni dedicar su tiempo a promocionarse y construir su figura de autor. Se percibe en su trabajo un sentido de propósito absolutamente personal, casi rozando el fanatismo, que lo aproximan a la figura del eremita».
Como él mismo señala, Morandi tuvo una biografía «marcada por la soledad y la monotonía: viajó poco, no se conocen relaciones sentimentales en toda su vida y solo trazó lazos de amistad profunda con un selecto grupo de personas». Carlos Martín señala una de las posibilidades que explican su sorprendente aislamiento: «Procede de una familia nuclear, donde, al igual que él, ninguna de sus hermanas salió de los pórticos del centro histórico de Bolonia. La experiencia de la Primera Guerra Mundial y su decisión inmediatamente posterior de destruir gran parte de su obra para emprender ese camino individual arrojan alguna pista de su carácter solipsista».

Figura Humana

Otra de las incógnitas que permanecen sobre su pintura es la renuncia a incluir en sus lienzos el cuerpo humano. Una decisión, al igual que la tonalidad de sus colores, de manera especial el blanco, que definen su estilo. «Creo que prescinde de las figuras por un motivo muy sencillo: tiene objetos a su alrededor. Los maniquíes que utiliza en su primera etapa, el periodo llamado metafísico, son privados de sus rasgos, de tal modo que queda subrayada su dimensión objetual: no se pueden confundir con una persona como ocurre en la obra de De Chirico o Carrà. Ese gesto, el borrado de la identidad, parece paradójico respecto al que marca el resto de su labor: el de dotar de una suerte de personalidad a las cosas, el de animar objetos inertes, anodinos y sin aparente significado sentimental patente o como depositarios de memoria, al menos de una manera declarada», asegura Carlos Martín.
Esto nos conduce a la cuidadosa composición que Morandi introduce en sus cuadros. Esa manera de calcular alturas, profundidades y equilibrios entre las formas: «Andrea Pinotti interpreta sus naturalezas muertas de una manera sugerente: como posados de grupo, donde el pintor orquesta previa y cuidadosamente la posición de cada uno de los elementos y la interacción entre ellos». Unas pinturas, contagiadas de una aparente sencillez que entroncan con unos artistas que, aparte de Cézanne, él siempre admiró mucho, como Giotto o Masaccio, y que ha dejado una clara huella en numerosos artistas.