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Así era Norman Mailer: dipsómano, machista, mujeriego y peleón

Era la encarnación del aventurero y el macho triunfante pero, el Premio Nobel, fue además un hombre excesivo y violento
DAVID PICKOFFAP
La Razón

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Norman Mailer nació en 1923 en el seno de una familia de inmigrantes judíos, en New Jersey, para luego crecer en Brooklyn. Dado su elevado cociente intelectual –no menor que su dispersión– no es de extrañar que tocara todas las teclas del mundo de la cultura, la política y la vida social. Así, después de licenciarse en Harvard como mecánico experto en Aeronáutica y cumplir como soldado en el frente del Pacífico, abordó la poesía el ensayo, el teatro, el periodismo y la narrativa. No olvidó ser cineasta esporádico, candidato recurrente a la alcaldía neoyorkina y a presidente de los Estados Unidos «en la intimidad de mi cerebro». Pero sobre todas las cosas fue un hombre de letras y, acaso, el último vástago de una tradición genuinamente americana que también nos dio a Jack London y a Hemingway. Autodefinido con el oxímoron de «conservador de izquierdas», durante años marxista a su manera y ateo, estuvo distanciado de la izquierda americana.
Nunca dejó de hacer méritos para dar la nota, actuando con exceso y teatralidad en los límites de la leyenda que él solo se ocupó de avivar. Tanto es así que en la película «El dormilón», Woody Allen aparece ante un científico diciendo: «Este es un retrato de Norman Mailer. Legó su ego a la Facultad de Medicina de Harvard». Su machismo acérrimo marcó también su vida y su obra. «La masculinidad no es algo que te es dado, sino algo que consigues», decía. Famoso por las trifulcas televisivas que mantenía con sus compañeros de profesión, retó al novelista William Styron a una lucha de boxeo por, supuestamente, haber insultado a su mujer y agredió públicamente a Gore Vidal por compararlo con George Manson.
Repudió sin tapujos la personalidad de Truman Capote y, a pesar de admirarlo como profesional afirmando que era el escritor perfecto de su generación, discutió con él hasta la saciedad sobre Kerouac y los beatnik. Fue como las estrellas de rock: bebedor, fumador, marihuanero, vivió la experimentación de la mano de mujeres y hombres, se casó multitud de veces, agredió de muerte a una de sus esposas, presentó batalla a los anticonceptivos, tuvo no menos de nueve hijos y peleó dentro y fuera de muchos cuadriláteros.
Adele y el apuñalamiento
Era 1960 y la fiesta terminaba. Adele Morales, su esposa por aquel entonces, imitando a un torero, lo retó: «Ajá toro, ajá. Venga, ¿dónde están tus cojones? ¿O es que tu querida te los ha cortado?» El escritor, borracho como una cuba, le clavó una navaja en la espalda. «¡Dejad que se muera!», gritaba a los que intentaban auxiliarla. La mujer sobrevivió y no presentó cargos, pero la opinión pública lo declaró culpable de por vida. Su matrimonio tenía poco de convencional. La tarjeta de invitación a la boda fue un pene que se extendía en la medida en la que la tarjeta se iba abriendo. Participaban en orgías y cuartetos. En una ocasión, el escritor le confesó a su mujer que se había acostado con un travestido. Tras el intento de asesinato, Mailer fue internado en un centro psiquiátrico donde fue diagnosticado de diversos trastornos mentales pero, al tiempo, fue el pasaporte para una entrevista en televisión al día siguiente. No solo había alcanzado la gloria, sino la popularidad de la Prensa rosa a la que no le hacía ascos.
Pugilista de pro, peleó dentro y fuera del ring de la vida y llevó a la literatura algunos de los más logrados relatos sobre el boxeo. De sus primeras peleas, recordemos la tunda que un grupo de pandilleros le propinó cuando el escritor se revolvió. Solo le habían dicho que su chaqueta «parecía de maricón». A las acometidas literarias pertenece «El combate», escrita en 1975, crónica de la final entre Muhammad Alí y George Foreman por el título mundial de boxeo.
Odiaba los relojes digitales, el olor a farmacia, la textura de las camisas de poliéster, la arquitectura moderna, el papel de cera de las hamburguesas de McDonalds o el sabor de los vasos de plástico llenos de whisky con soda. En el capítulo de filias, era aficionado al jazz, contumaz bebedor, opositor a la guerra, vividor exigente de sus propios excesos y el hombre que prefiguró muchos de los rasgos medulares que años después adquiriría la contracultura. Su pluma y su pensamiento no se detuvieron ante los hombres, ni ante Dios ni ante Satán. Solo la muerte pudo callarle a los 84 años, dejando una obra inimitable.