Platón: más “logos” y menos populismo
Aspirar a un «bien común» en vez de a un «interés general» fue una enseñanza del filósofo que aún hoy se toma como ejemplo para la buena gobernanza. Bien harían nuestros políticos en tomar nota sobre el poder del razonamiento
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Menos sofistas y más Platón, o viceversa, podría ser la consigna que sigue animando el debate en torno a la democracia, entre relativismo y fondo moral. Dos son las caras de esta moneda crucial para nuestros días, las que representan en los diálogos platónicos el gran Sócrates, el maestro ético y buen ciudadano, y los interesados e interesantes sofistas, expertos en oratoria empresarial y en el viejo arte de medrar en la cosa pública. Ambos usan como única arma la esgrima retórica, la palabra. La sofística no está de moda. La retórica tampoco. Ser platónico puede ser sinónimo de tonto y un sofista es poco menos que un embaucador… y, sin embargo, qué de actualidad está el viejo debate que encarna la esencia de la democracia en su sentido más estricto. Y todo el poder del «logos», el razonamiento, el discurso y la negociación: bien harían en tomar buena nota nuestros políticos y empresarios. Por eso nos sigue interesando hoy sobremanera, en los tiempos del populismo y del «no nos representan», lo que se habló hace tantos siglos en esa Atenas brillante y que, a la vez, tantos errores cometió.
No todo es relativo
Aquella democracia hermosa pero a la postre fallida alecciona aún a la nuestra. Por un lado, están los sofistas con su reivindicación de las convenciones en sociedad, de la discusión razonada en lo público, de la capacidad de encontrar un término medio entre las facciones con argumentación y debate: todo eso y más fueron los grandes sofistas, que enseñaban a triunfar en la asamblea política. Fueron «malos maestros» como dice Mauro Bonazzi en su reciente y estupendo libro «Sabiduría antigua para tiempos modernos» (Alianza), pero muy necesarios estos «perdedores» de la Historia gracias a la mala fama que les procuraría Platón. En efecto, algunos discípulos llevaron al extremo sus postulados escépticos y relativistas y en la democracia se impuso un punto de demagogia.
Contra ellos se alzó la voz necesaria, pero también incómoda, de Sócrates: su figura es enorme y misteriosa tras la máscara platónica y marca un punto de inflexión como hibridación de la ontología y la ética que pone al ser humano en el centro del debate. Inaugura una ética ciudadana de la virtud individual: nos grita que no es todo relativo. Hay que definir qué es la justicia, examinar nuestra vida y cómo entra la felicidad individual en el engranaje de lo común. Preguntas incómodas, debates intempestivos y tal vez demasiada rigidez le llevaron al final a una condena a muerte tras un famosísimo juicio, seguramente, con el de Jesús, el más célebre de la Historia.
Esto marcó indeleblemente a su discípulo Platón. ¿Cómo una democracia había podido explotar y exterminar pueblos enteros? ¿Cómo pudo matar al más sabio de todos los sabios? Y le llevó a emprender una indagación filosófica ligada a la justicia, la ética y la búsqueda del buen gobierno, que daría a luz una obra enorme y totalmente imprescindible para entender la historia de occidente: es archiconocida la idea de Whitehead de que la filosofía no es sino notas a pie de página de Platón. ¿Y por qué hoy Platón? Ha sido demasiado usado y manoseado, por nazis o comunistas, en pos de utopías diversas que muchas veces devinieron distopías.
Pero no es un filósofo totalitario, como creía Popper, y hoy día nos ayuda sobre todo a la hora de debatir sobre ética, gobernanza y todas las ideas de buena administración, de engarce entre lo público y lo privado, lo colectivo y lo individual: nociones modernas como los libros blancos, la «compliance» y las recomendaciones de hoy se deben mirar en ese «paradigma en el cielo» que quiso encarnar la utopía platónica. Aspirar a un sumo bien, o más modestamente a un «bien común» en vez de un más prosaico «interés general», es una enseñanza de Platón que está en el centro de toda discusión sobre cómo gestionar mejor una colectividad y cómo emprender cualquier proyecto de reforma de nuestra cosa pública sobre criterios éticos. Sócrates-Platón encarnan para el hombre moderno la buena administración y las virtudes individuales, la armonía también en la vida ciudadana y las decisiones que se toman por la familia y por el bien de la comunidad.
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