Quevedo: un James Bond del Siglo de Oro

El 19 de mayo de 1618, Venecia amanecía con numerosos cadáveres de extranjeros flotando en los canales. Casi todos eran de mercenarios franceses a los que la diplomacia española, conspirando para defender los intereses de Felipe III en sus dominios italianos, habría pagado con intención de desestabilizar la Serenísima República. O, al menos, esta fue la versión veneciana de un misterioso complot que jamás quedó esclarecido en realidad, porque España negó siempre su participación. En cualquier caso, lo que sí es cierto es que uno de aquellos diplomáticos, a la sazón virrey de Nápoles, era el duque de Osuna, y que el secretario de este era nada menos que Francisco de Quevedo.

A partir de los acontecimientos reales y de la leyenda que los envuelve –cuentan que Quevedo huyó disfrazado de mendigo y salvó la vida gracias a su dominio de la lengua véneta–, Ignacio Prego ha levantado un espectáculo titulado «La conjuración de Venecia» que combina música y teatro, y que pretende, a partir de fragmentos de obras y poemas del genial autor de «El Buscón», reflexionar sobre distintas cuestiones entre las cuales ocupa un lugar importante el paso del tiempo. Pero aclara el director que «también se habla de la muerte, del amor, de la verdad y la mentira, del poder, de la justicia...». «Creo –dice– que hay mucho de crítica política; se aborda el tema de cómo el curso natural de la historia lleva a los países y a las sociedades del esplendor a la decadencia».

Músico de profesión, pero con formación también en cine, y con algún dramaturgo y algún crítico entre sus ascendientes, Prego afirma haberse «empapado de toda la obra de Quevedo» para poner en pie un espectáculo en el que él mismo participa sobre el escenario con su grupo Tiento Nuovo para arropar, tocando partituras españolas y venecianas del siglo XVII, al único protagonista en el plano estrictamente dramático: el aclamado actor Pedro Casablanc.