El desastre bélico que nunca olvidó Churchill
Se estima que en esta operación, donde los turcos demostraron una enorme valentía, murieron alrededor de 35.000 ingleses, unas bajas que puso a la opinión pública en contra de los militares
En un día como hoy de 1915 comenzaron las operaciones de una de las la batalla más inútiles de la Primera Guerra Mundial. Una operación que Winston Churchill, Primer Lord del Almirantazgo en estas fechas, jamás olvidaría, que quedaría para siempre guardada en su memoria y que sus más acérrimos enemigos le recordarían a partir de entonces para socavar su talento militar y su capacidad de liderazgo en los momentos más delicados del porvenir de Inglaterra.
La Gran Guerra llevó a buscar atajos a los aliados para conseguir ventajas y acabar cuanto antes con la contienda. Inglaterra desarrolló una opción para asestar un golpe definitivo a Turquía y que les diera una superioridad táctica en el plano europeo. Se había puesto en marcha una estrategia que desembocaría en la batalla de Galípoli. Se buscaba llegar hasta la capital del imperio otomano, Estambul, entonces visiblemente en declive, para desahogar la presión sobre el frente de Rusia y asfixiar a las temidas potencias centrales europeas. Lo que en principio iba a ser una sencillo ataque naval para derrumbar las defensas en el estrecho de Dardanelos se complicó de una manera imprevista. Los mandos, que aplicaron en esta ofensiva una serie de barcos que no cumplían ya con las condiciones más adecuadas para un enfrentamiento naval, pero sí para apoyar misiones terrestres, consideraron oportuno el desembarco de tropas para derrotar definitivamente a la infantería turca. Esto se produjo el 19 de febrero.
De esta manera se procedió a un ataque por tierra de una serie de fuerzas combinadas que contaba con unidades británicas, francesas y australianas (una célebre película de Peter Weir, director de «Master and Commander», protagonizada por Mel Gibson, daba cuenta de esta odisea y de la desesperada resistencia de los aliados). Los militares al cargo de esta operación cometieron un grave error. Se dejaron convencer con unos informes que no cumplían con los requisitos de exigencia y rigor adecuados. Pero, sobre todo, se dejaron llevar por dos impresiones equivocadas. La primera, los prejuicios que todavía arrastraban de la época victoriana. Un rasgos que les hacía considerar a todos los países que no fueran europeos, inferiores, y, por eso mismo, fáciles de derrotar. Eso a pesar de los numerosos fracasos y derrotas que el imperio británico había tenido ya en tierras extranjeras. El segundo, la aparente decadencia del imperio otomano, que no había desarrollado en las últimas décadas un gran papel a nivel internacional.
Lo que sucedió nadie los esperaba. El día del desembarco y los subsiguientes debieron de estar repletos de la euforia que reportan las grandes victorias, pero no fue así. Se supone que tendrían que haber sorprendido a las fuerzas turcas acantonadas en las trincheras, pero no se cumplió ese supuesto. Ahí es donde comenzó la desventura para los aliados. Lo cierto es que los soldados turcos demostraron una tenacidad y una dureza que nadie esperaba. Además, estaban dirigidos por oficiales competentes que supieron desarrollar unas tácticas adecuadas para poner en jaque a los invasores. Al frente de ellos estaba Mustafa Kemal, un teniente coronel con experiencia en la guerra, que conocía la potencia de fuego de las nuevas armas y que tuvo la intuición de anticipar los lugares de desembarco de los ingleses, quienes, por sus impericias, sus retrasos (hasta varias semanas antes de poner un soldado en las playas turcas) y la meteorología adversa, le concedieron suficiente tiempo para reforzar sus defensas.
Primeras bajas
Desde los primeros desembarcos quedó claro que no iba a ser una campaña fácil. Kemal supo dirigir a sus tropas y contrarrestar el empuje británico. El agua de las costas empezaron a teñirse de sangre. Demasiadas bajas. Solo en las primeras horas, en la cala de Anzac, hubo alrededor de 2.000 bajas. En el cabo Heles, tampoco les fue demasiado bien aunque se impusieran a los turcos: el regimiento Lancanshire perdió 600 hombres de los 1.000 de los que estaba compuesto.
Durante las siguientes semanas y meses, las batallas se recrudecerían y el frente se establecería en trincheras. Aunque había avances y retrocesos en el terreno o con la toma de colinas, no hubo nada que apuntara a una victoria definitiva de los aliados. Lo que sí hubo fue una infinidad de penurias para la tropa destinada allí. El hambre, el calor y las enfermedades hicieron estragos. Las cifras que se manejan son escalofriantes. Se calcula que alrededor de 150.000 ingleses cayeron víctimas de enfermedades. Durante la ofensiva se estima que cerca de 80.000 hombres del ejército británico se tuvieron que retirar del frente debido a males como la disentería y la diarrea. Los padecimientos de la batalla de Galípoli forma parte de la leyenda y el desastre que supuso, de la conciencia de Churchill, que apoyó una batalla y le costó la vida a miles de británicos. Murieron cerca de 35.000 y 78.000 fueron heridos.